Desgracia: la realidad llevada al exceso
Se hace necesario hablar de una obra que no puede
dejar indiferente al lector que tiene la fortuna de haberla leído. Su huella no
es agradable, es una costra que se pega al cuerpo y uno necesita desprenderse
de ella a como dé lugar.
Desgracia
de John Maxwell Coetzee,
narra la historia de David Lurie, un cincuentón divorciado que trabaja dando
clases de Literatura Romántica en la Universidad de Cape Town, Sudáfrica. Cuando
se descubre que ha seducido a una de sus alumnas (Melanie), prefiere renunciar
a su puesto antes que disculparse públicamente. Rechazado por todos abandona la
ciudad y se va a visitar la granja de su hija Lucy, donde la situación después
de la abolición del apartheid, ha cambiado los códigos de comportamiento
y la balanza del poder.
Siempre será
importante rescatar la primera impresión de una lectura. Guárdenla como un
tesoro pues nunca la volverán a leer igual. Es un saber que va más allá del
razonamiento lógico, que no se deja influenciar ni por prejuicios, ni
expectativas. Es lo más puro que encontraremos en el camino de cualquier
lectura. Y así paso a decirles cuál fue mi primera impresión al leer Desgracia, ya que nunca me había
ocurrido antes con ninguna otra novela: fue la de que alguien bajaba la
intensidad de la luz, como si una sombra cayera sobre el papel. El tema, la
trama, la incongruencia, la incomprensión, la sensación de impotencia y la
rabia, todo ello pasó a un segundo plano. La sensación más importante y
permanente en la lectura fue la de esta oscuridad.
Antes de
hacer una segunda lectura de la novela, leí otras obras del autor con el fin de
conocer más acerca de su escritura y ver si se volvía a repetir la misma experiencia
antes narrada. No fue así, al menos no de manera tan palpable. En Esperando
a los bárbaros y La edad de hierro,
la sensación permaneció pero no me impactó como la primera vez. Probablemente
se debía a una especie de insensibilidad producto de la repetición. Pero lo que sí descubrí en su obra
autobiográfica Infancia, fue una
posible explicación del fenómeno que había experimentado. En ella nos dice el
autor:
Lo que escribiría si
pudiera, si no fuera el señor Whelan quien va a leerlo [su maestro de
literatura], sería más oscuro, algo que, una vez que comenzara a fluir de su
pluma, se extendería por las páginas sin control, como tinta derramada. Como
tinta derramada, como sombras corriendo por la superficie de un remanso, como
un relámpago resquebrajando el cielo.
Mejor no hubiera podido yo expresarlo. Exactamente esta fue
la sensación que experimenté al leer su obra Desgracia. Parece que el deseo infantil de Coetzee se materializó
en ésta y otras de sus novelas. El primer misterio quedaba aclarado. Ahora
debía enfrentarme a la costra de la que hablé en el preámbulo.
Una segunda
lectura de la obra sacó a flote una serie de sensaciones y reacciones que ya
desde la primera me habían dejado un mal sabor de boca. Coetzee no es
para nada un autor complaciente con el lector, le acicala, le reta a tomar una
postura, a reaccionar frente a su escritura. Con el fin de acercarme a estas
sensaciones, comencé por analizar los temas ahí tratados y la manera en que el
autor sudafricano los exponía. Comentarios de colegas y amigos me ayudaron a esclarecer
algunos de ellos.
Primeramente
hablaré del tema de las relaciones entre padres e hijos que es fundamental en
la obra. En la novela se habla de la relación padre e hija
específicamente, y lo difícil que es
para el padre aceptar la independencia emocional e intelectual de la hija. La independencia económica se ve como parte
importante de la formación de los hijos y se acepta de manera natural (¡con
alivio!), pues en ella se materializa, se hace evidente, dicha independencia. Sin
embargo, una forma de ser y pensar distintas a la de los padres no es algo para
lo que estemos preparados. De alguna manera damos por hecho que van a ver el
mundo desde una perspectiva similar a la nuestra. No en vano se dice que los
hijos se parecen más a su época que a sus padres.
Nada en la
forma de vida que lleva la hija en la granja puede entender el padre. Para él
su hija sigue siendo alguien que tiene que cuidar y proteger, incapaz de tomar
sus propias decisiones, inocente, ignorante del mundo y sus peligros. Alejarse
emocionalmente de dicha relación es muy difícil. Aceptar que los hijos son
adultos, también lo es. Esta situación se agrava cuando las decisiones y formas
de pensar del hijo son diametralmente opuestas a los padres, llámese religión,
preferencia sexual, ideología, forma de ver el mundo, sensibilidad, etc. Se
presenta un fenómeno de no re-conocimiento del hijo, de esa persona otra que se
vio nacer y crecer durante tantos años. Al no poderla re-conocer, se produce
una contradicción en el padre: la persona que está frente a él es su hija y no
es su hija a la vez. Un conflicto irresoluble a nivel racional: ser y no ser al
mismo tiempo.
Para el hijo
no hay conflicto: el padre siempre es el mismo, lo re-conoce aún en el caso de
que sea una persona voluble e inestable pues así lo conoció. El padre le lleva
varios años en el proceso de formación. No así el hijo que se va “haciendo”
frente a los ojos del padre y cada día es distinto. Así que el padre piensa que
lo conoce enteramente por fuera y por dentro pues ha “visto” su proceso, lo ha vivido
junto con él. Por otro lado, la relación padre-hijo es una relación adulto-niño
que no cambia a lo largo de los años aún cuando ese niño ya sea un adulto; es
una relación de protección y cuidado, y de transmisión de experiencias con el
fin de que puedan aprender de ellas. En
el caso de la novela, el estilo de vida de la hija no es entendido por el padre
que ha llegado a visitarla. En parte, esto desata el conflicto que se
desarrolla en la novela.
La novela Desgracia se puede catalogar como una
novela cruel, no sólo porque narra eventos crueles sino porque el autor ejerce
una forma de crueldad con el lector al colocarlo frente a una novela no
complaciente, que cuestiona sus criterios y le exige una participación activa
en la misma. Coetzee no cae dentro de estos autores de entretenimiento que dan
a sus lectores un consuelo moral donde el mal se castiga y el bien se premia.
No es una literatura de evasión, de entretenimiento y banal. José Ovejero en su
libro Ética de la crueldad, nos dice
de los autores como Coetzee:
Un autor cruel no busca la evasión sino el
encierro del lector consigo mismo. Cegar todas las salidas para que no le quede
más remedio que enfrentarse a una determinada situación o situaciones ahí
descritas, como una obsesión. Un autor cruel se siente en pie de guerra contra
las versiones suavizadas del mundo que esconden su crueldad y que a menudo usan
para legitimar un determinado orden político y moral, el cual perpetúa otras
formas de crueldad. (93)
A continuación muestro una tabla donde se esquematizan algunos
elementos de la novela Desgracia, y
que representan esquemas mentales usados en el mundo occidental. A partir de
ellos se hará el análisis de la obra:
Civilización
|
Barbarie
|
Cultura
|
Incultura
|
Urbano
|
Rural
|
Institucional
|
Usos y costumbres
|
Raza blanca
|
Raza de color
|
Ley, orden,
normativa
|
Ley natural
|
Individualismo
|
Tribal
|
Violación de un
blanco a una mestiza
|
Violación
multitudinaria de negros a una blanca
|
|
|
Sacrificio de
perros
|
Matanza de perros
|
|
|
Tabla
1
Alfonso López
Quintás en su obra Pensar con rigor y
vivir de forma creativa, nos dice que al pensar y al expresarnos
movilizamos una serie de esquemas mentales. El estudio de éstos ha revelado que
es muy fácil saltar inadvertidamente de un esquema a otro y conceder a unos y
otros un valor similar al tomarlos como sinónimos o afines, o como contrarios. (378-79)
En la Tabla
1 vemos dos columnas. En la columna izquierda encontramos el término civilización seguido de los términos cultura, urbana, blanca, instituciones,
leyes, normas, orden, cauce; en esa
misma columna se coloca la violación de
un blanco a una mestiza ya que el evento se dio en el marco de una institución
educativa, en la ciudad, y el que cometió el delito fue un blanco; al final de
la columna se coloca el sacrificio de
perros que sucede dentro del contexto institucional y legal de una veterinaria. En la columna de la derecha
se encuentra el término barbarie,
seguido de los términos incultura, rural,
usos y costumbres, negros y de color, ley natural; ahí ocurre la violación multitudinaria de los negros a una blanca, espacio
gobernado por los usos y costumbres de las tribus originarias de Sudáfrica y no
bajo la Ley del Estado, donde el poder lo ejercen los naturales y la policía y
los pocos blancos que ahí habitan nada pueden contra ellos; en esa misma
columna se coloca la matanza de los
perros llevada a cabo por los violadores negros. Los elementos de cada
columna transmiten su prestigio o su desprestigio al confrontarse entre sí,
tomando en cuenta que el término civilización
es altamente prestigioso y el término barbarie
es peyorativo. El tipo de lenguaje suavizado y la atenuación de los actos
cometidos bajo la sombra del término de civilización
ocurre gracias a su prestigio. De manera contraria, los elementos de la columna
de la barbarie se cargan
negativamente en una proyección exacerbada y cruel de la realidad, producto de
un lenguaje que amplifica y afea los actos descritos. Pero si nos damos cuenta,
los actos violentos en sí (tanto la violación como la matanza de perros) son
monstruosos y reprobables independientemente del ámbito y circunstancias en que
se lleven a cabo.
Coetzee, al
colocar dos pares de hechos idénticos en espacios distintos, con víctimas y
victimarios invertidos, contrasta la realidad de lo que “vemos” con lo que “sabemos”.
Ahora me explico: toda percepción de la realidad está tamizada por el lenguaje,
por un Discurso que construye y determina dicha percepción. Este Discurso está
conformado por miles de discursos entre los que se encuentran los discursos de
nuestros padres, de nuestros abuelos, de
nuestros maestros; pero también de nuestros recuerdos, de nuestras
experiencias, de nuestros conocimientos, de nuestras lecturas, de nuestras
creencias, etc.; y muy importante el Discurso del lugar y la época bajo la cual
crecimos.
Si Coetzee abusa de la crueldad y el
exceso en el caso de la violación de los negros y la matanza de los perros, es
con el fin de exponer frente al lector de manera grotesca y amplificada (no un
victimario sino tres; no sólo la violación sino también la tortura y el
pillaje) un hecho que pasamos por alto: “leemos” nuestra realidad de acuerdo a
un determinado discurso: nuestra realidad es un
constructo lingüístico. Lo es en el caso de lo civilizado como en el de la
barbarie. Lo explicaré con el esquema 1.
Es importante dejar en claro que los términos usados en cada una de las columnas son producto de la novela misma, así los está
usando el autor. La civilización se relaciona con lo blanco, lo culto, lo
urbano, lo masculino, lo legal, lo normativo y ordenador, con las
instituciones. Ahí se ha desarrollado el gran capital, la ciencia y la
tecnología. El progreso también está en relación directa con lo civilizado. La
moral y la ética como una instancia ordenadora de la sociedad. Ahí encontramos
también el poder centralizado. David, el maestro, pertenece a este mundo
encontrándose en lo alto de la pirámide social: es blanco, letrado, maestro de
Literatura, y no sólo sabe música, sino que quiere unir la Literatura y la
Música en una ópera prima. Habla varios idiomas además del afrikáner. Tiene
rasgos psicológicos derivados del calvinismo (religión preponderante en la
comunidad blanca de Sudáfrica) que se refleja en su lenguaje; sin embargo, no
sigue las enseñanzas de la misma y va más allá tergiversando algunos conceptos
como cuando el narrador dice: “Sigue dedicándose a la enseñanza porque le
proporciona un medio para ganarse la vida, pero también porque así aprende la virtud de la humildad, porque
así comprende con toda claridad cuál es su lugar en el mundo” (el subrayado es
mío). Por supuesto que no aprendió nada de esto mientras fue maestro; lo
aprenderá después a base de golpes.
La barbarie o lo incivilizado se relaciona
con lo salvaje, con la ignorancia, lo inculto, lo de color, lo rural y los
suburbios urbanos, la pobreza, la anarquía, las supersticiones, y la guía por
usos y costumbres. Se reconoce un retraso importante en los satisfactores
básicos y no se tiene acceso a la tecnología ni a los avances científicos de
punta. El poder se encuentra atomizado. Los negros que violan a Lucy pertenecen
a este mundo, y por lo tanto, se infiere que son ignorantes, salvajes, con un
lenguaje fracturado, e incultos. No se rigen por las leyes del Estado sino por
sus propias reglas tribales. En su medio priva la ley de la selva y no tienen
escrúpulos morales o religiosos acordes a las grandes religiones del mundo. No
habitan un lugar fijo, generalmente son nómadas, ni son localizables por sus
nombres o una ficha de registro; pertenecen a un clan y adoptan el nombre del
clan. Quedan fuera del estatus de ciudadano.
Analicemos
primeramente las dos violaciones que se dan en la novela. Una, la del maestro
blanco a la alumna mestiza, se da en el contexto de una relación de poder donde
el maestro es visto por su víctima como alguien superior, admirado y con edad
suficiente para ser su padre. La violación ocurre dentro del espacio ordenado y
legal de una ciudad y una institución que regula y norma la conducta de su
comunidad. El acto se realiza de manera individual y queda enmascarado y
atenuado tras una cortina de seducción donde están actuando fuerzas invisibles
de abuso de poder, y que hacen ver a la víctima como cómplice del victimario.
Una vez descubierto el crimen, el maestro es castigado por la Institución no
por el acto en sí (la violación), sino porque no se arrepintió públicamente. El
castigo es la expulsión no sólo de la comunidad educativa sino de la comunidad
toda pues su conducta se ha hecho pública. La descripción de la violación es muy sutil y
se sobreentiende; nunca es explícita. No tiene consecuencias “visibles” como
pudiera ser un embarazo no deseado.
La otra violación se da entre varios
hombres de raza negra sobre una joven de raza blanca en el contexto de un área
rural, alejada de la ciudad. Es la hija del maestro expulsado. Estamos frente a
una violación de gran violencia y crueldad acompañada por actos de tortura, de
pillaje y destrucción que culminan con la matanza de los perros a mansalva. Los
violadores no reciben castigo alguno porque no hay denuncia; y no hay denuncia
porque en el área rural donde ocurre la violación no hay instituciones de
justicia confiables; está en manos de blancos, y éstos carecen de la fuerza
suficiente para controlar a la población negra. La escena de la violación está
intencionalmente amplificada y llevada al extremo con el fin de mostrar al cínico
maestro blanco la monstruosidad del acto que poco tiempo antes él mismo realizó.
En la novela vemos al violador blanco reflejado en tres violadores negros, como
si el acto de un hombre blanco equivaliera a tal proporción: la violación de 1
blanco es = a la violación de 3 negros. Esto, por supuesto, no es una
equivalencia real (el acto en sí es reprobable independientemente de quién o
cuántos lo realicen), sino un recurso narrativo para impactar al protagonista y
al lector. Se necesitaba ese llevar al extremo el acto para romper la dura
cáscara de cinismo que cubría al maestro. Y no sólo eso, era necesario que le
ocurriera a alguien que realmente le importara, su propia hija, para que
realmente se identificara con la visión dantesca que presenciaba. La
indiferencia que mostraba el maestro hacia todo y hacia todos rallaba en lo
patológico.
Retomemos la versión “bárbara” de la
violación, es decir, la que infringen tres hombres de raza negra de una región
rural de Sudáfrica a una mujer blanca descendiente de afrikáners, y
comparémosla con la violación del hombre blanco a una mestiza. Veamos el
lenguaje que se usa para describir y calificar dichas acciones y las
consecuencias en uno y otro caso. Y digo que veremos la versión “bárbara” de la
violaciones, porque la realizada por el maestro está atenuada en la novela al
grado de que sólo sabemos que ocurrió porque es acusado, y las palabras que se
usan no son: “violación”, se habla de “acoso sexual y graves faltas contra la
ética”. No se dice la “palabrita” porque escosa los oídos de las buenas
personas. Se le hace una “recomendación” antes de expulsarlo, es decir, se le
da una oportunidad de que se arrepiente públicamente y ya no se le castigará. Todo
se atenúa deliberadamente para ocultar lo sucio, lo bajo, lo salvaje del hecho.
El baile de máscaras y disfraces no tiene límite para el discurso del poder. En
cambio, el hecho realizado por los hombres negros está en carne viva, desnudo;
por eso nos parece grotesco y descarnado, y está acompañado de otros actos de
violencia. La violencia genera más
violencia, y en el caso del maestro ésta es muy sutil pero la genera: el novio
de la alumna le reclama al maestro y lo acedia de manera continua para que no
se acerque más a la muchacha. La joven deja
de asistir a clases y pierde la materia por no presentar el examen. Más aún, va
a renunciar a sus estudios cuando la educación es de los pocos recursos que
tienen los mestizos de alcanzar un trabajo remunerado. La marca psicológica y
física dejada en la muchacha no es evidente en la novela, ella sigue con su
vida asistiendo a sus clases de teatro que es lo que más le atrae. Más adelante
retomará sus estudios; así que nos da la impresión de que en realidad le afectó
muy poco. Algo ni remotamente parecido sucede en el caso de la violación
multitudinaria: no es un violador, sino tres; esto aunado al engaño, al
pillaje, a la destrucción, al uso de la tortura, y la matanza de los animales
enjaulados. En la joven, las marcas psicológicas y físicas también son más
contundentes y por lo tanto, más evidentes que en el primer caso: una parálisis
mental que se manifiesta en una inacción y una mudez exasperante, y la huella física de la violación: un
embarazo no deseado. El niño viene a ser la en-carnación de la violación. Otros
signos físicos de la agresión son los moretones, la ropa desgarrada, la sangre,
y las quemaduras en la cabeza del maestro. El vendaje en la cabeza como signo
de la herida a su orgullo, a su potestad como hombre blanco y como pater familia.
La violencia generada aquí es la de un huracán o de un sitio de guerra. La
violación no se denuncia, y lo único que se notifica a la policía es el robo
del auto del maestro donde llevaron todo lo robado y huyeron del lugar. Como es
de esperarse, la policía del pueblo, rebasada y corrupta nunca encuentra el
auto robado ni a los ladrones; la única que responde es la institución bancaria
que paga el seguro por robo; lo que viene a confirmar que sólo dentro de la ley
y el Estado los ciudadanos se encuentran seguros, reforzando el discurso del
poder.
Llegado a este punto quisiera regresar a lo
que dije al inicio de esta reflexión que es mi gran irritación hacia la
novela. ¿Por qué me molesta tanto? Por la reacción de la hija del maestro, y
más que su reacción, su no reacción, su gran indiferencia: no grita, no llora,
no desafía a sus agresores, no contesta, no denuncia, no va al médico, no
aborta, no hace nada y para rematar se casa con uno de los violadores a cambio
de protección. Hay una falta de vitalidad que contradice el tipo de vida que
lleva: es una granjera independiente que trabaja la tierra y vende sus
productos en el mercado; cuida perros en sus tiempos libres para hacer algo más
de dinero y vive alejada del pueblo, en un lugar aislado de sus vecinos; a
pesar de que está rodeada de campo abierto su propiedad no tiene bardas ni
rejas que la protejan. Y no sólo nos
molesta a nosotros como lectores, también al padre de la joven que no entiende
su reacción, su apatía. Como si fuera un ser inanimado que recibe golpes sin
responder. ¿Cuál es la intención de Coetzee? ¿Es también una deformación
llevada al exceso de la reacción de la alumna del primer caso ante la violación
del maestro? O, ¿es una recreación de la indiferencia patológica del padre?
¿Pero cuál es el caso de hacerlo? José Ovejero parece responder a dicho
cuestionamiento: “Robbe-Grillet se irritaba ante los «personajes distantes» de
la literatura existencialista que, tras ese desapego o desinterés o frialdad,
lo que manifestaban era un desgarro interior, el sufrimiento ante el absurdo de
la existencia” (69). ¿Será realmente un desgarro interior el que lleva a ambas
jóvenes a comportarse como si nada hubiera sucedido? ¿Es una reacción
psicológica incomprensible para alguien que ve las cosas de fuera? Son
preguntas difíciles de responder y por supuesto que Coetzee tampoco las aclara.
También debemos preguntarnos por qué nos irrita tanto esa indiferencia. Ovejero
vuelve a darnos una pista a seguir: “la indiferencia es también una forma de
emoción, por lo que puede producir empatía: esos personajes que atraviesan el
mundo sin responder a sus agresiones […] también establecen una relación con el
lector que va más allá de lo puramente intelectual, al tiempo que encarnan un
determinado discurso” (69). Me quiero detener en esta última frase:
“indiferencia que encarna un determinado discurso”, (porque al menos a mí, no
me provocó ninguna empatía la actitud de la hija). Me pregunto cuál puede ser
ese discurso. ¿Un discurso post Apartheid donde todo acto de violencia tiene
justificación si viene de parte de los negros originarios de Sudáfrica o de los
mestizos oprimidos por el régimen colonial? Porque alguien ha sido herido,
despojado, humillado, ¿tiene derecho a hacer lo mismo? La violencia, ¿tiene justificación?
El Discurso de los oprimidos, de los desposeídos, de los más humildes en una
sociedad se contrapone al Discurso elitista de las distintas hegemonías,
planteando que si alguien ha sido herido, despojado, o humillado, tiene derecho
a comportarse de igual modo poniendo en crisis los criterios del bien y del mal.
¿El Discurso de la venganza, de la reivindicación, de la justificación de la maldad es válido o
estamos frente a un ejercicio del poder?: “Como a mi me trataron mal, tengo
derecho a ser malo”; “Es fácil ser bueno cuando nada ni nadie te ha herido…”
(Ver la película Dogville, de Lars Von Trier). Podemos calificar a ambos como un recurso del
poder para legitimarse. Después del discurso colonialista en Sudáfrica, el
discurso de los colonizados buscando una reivindicación que exige el
arrepentimiento de los descendientes blancos, y el pago por las culpas
cometidas; factor que determina el tema de muchas de las novelas de Coetzee y
que se concretiza en el sentimiento de vergüenza que arrastran muchos de sus
personajes.
La vergüenza es otro tema doble en la
novela Desgracia, uno colocado frente
al otro como en un espejo. De hecho, son dos pares de vergüenzas, la del
victimario y la de la víctima en cada caso:
Vergüenza
del victimario
|
Vergüenza
de la víctima
|
|
|
El
maestro y la hija
|
La
alumna
|
Los
hombres negros
|
La
hija del maestro
|
Tabla 2
Por un lado está la vergüenza que siente
el maestro después de vivir la violación de su hija y que resuelve yendo a
pedir perdón a la familia agraviada, y la vergüenza de la hija por los actos cometidos
por sus ancestros y que ella representa por ser una blanca viviendo en
Sudáfrica. y que resuelve guardando silencio y no haciendo nada. Ante la
vergüenza, ¿debo humillarme y pedir perdón (maestro), o debo ponerme de tapete,
callar y bajar las manos (la hija)? Estas son dos de las actitudes frente a la
vergüenza descritas en la novela, porque los delincuentes negros nunca sienten
vergüenza por sus actos, como si fueran seres amorales o tuvieran otros
criterios de moralidad (ver el primer esquema). En cuanto a la vergüenza de Melanie el autor
es muy vago y realmente sabemos muy poco al respecto.
La humillación es una consecuencia natural
de la vergüenza; es una forma de pagar el precio por el agravio cometido y de
autocastigarse. La vergüenza está en la estructura misma de la cultura
occidental: su connotación moralizante forma parte del código de conducta de
los individuos. Es por ello que David, una vez que toma conciencia del mal que
ha cometido, busca a la familia de la alumna y arrodillándose en una actitud de
profunda humildad, les pide perdón. Ha quedado redimido. Su humillación está
plenamente justificada y el lector se siente aliviado de que lo haya hecho; es
lo mínimo que se esperaba de él. El autor en este caso es complaciente con el
lector “occidentalizado”, pues sabe que maneja los mismos códigos de conducta.
Más no así en el caso de la hija, que no sabemos por qué a la humillación
sufrida por la violación, le adiciona la humillación de sentirse culpable. Es
verdad que la vergüenza es algo que siente la víctima después de una violación;
la alumna la siente, y por eso decide alejarse antes que denunciarlo, aunque
luego cambie de opinión. Lo mismo le sucede a Lucy, pero en lugar de denunciar
el delito para que los victimarios reciban su castigo, se queda callada; al
hacerlo, se está humillando por partida
doble: es víctima y victimario a la vez, y por lo tanto, carga con dos
vergüenzas. Pero su reacción no sigue el
código de conducta esperado por nosotros los lectores. ¿Por qué la humillación de la hija nos parece
absurda, grotesca, insensata? Porque la hija no cometió delito alguno y su
actitud sólo puede explicarse bajo la luz de otro Discurso más: el religioso,
que en última instancia, rige la conducta moral de los individuos. El Calvinismo
fue llevado por los colonizadores holandeses a Sudáfrica desde el siglo XVI y
se propagó entre la población blanca. Ahí adquirió ciertos matices distintivos por la situación geográfica y social que se vivía. Esta doctrina dice que todos nacemos
pecadores por la caída de Adán y Eva en el huerto del Edén, afectando toda la
personalidad del hombre, a todas sus facultades, su voluntad, su entendimiento,
y su afecto. Así, los pecados cometidos por los “padres” se heredan, cargando con la culpa y la vergüenza. Se espera una expiación por ellos. Por ello, la hija del maestro se sacrifica en aras de
saldar la cuenta cometida por sus ancestros, resarciendo a los oprimidos al no
denunciarlos y aceptando pasivamente las consecuencias: “poner la otra
mejilla”. Amparada en este pseudo discurso religioso, Lucy perpetúa una culpa histórica, actuando de manera incomprensible para el lector y el padre. Recordemos que la percepción de la
realidad está determinada por el lenguaje y que todo un discurso de
culpabilidad puede cambiar el comportamiento de una persona hacia uno u otro
lado. David ve el mundo desde otra perspectiva y por eso no la entiende, sin
embargo, regresa para apoyarla en su nueva vida. La imagen creada por Coetzee
en el espejo de la reacción de la hija es una estrategia narrativa que pone el
acento en una ideología calvinista mal entendida por los descendientes de los colonos holandeses.
Pasemos
ahora a la matanza de los perros de la Tabla 1 por estar directamente
relacionados con todo lo anterior y por manejar la misma estrategia narrativa
de amplificación y deformación de la realidad. Del lado civilizado está la matanza de los
perros en una veterinaria donde se “sacrifican” a los animales abandonados o que
están muy enfermos. David comienza a ayudar a la mujer encargada del centro
porque no tiene nada mejor que hacer. Los perros son guardados en jaulas y una
vez sacrificados el maestro los mete en una bolsa y los lleva a un horno municipal donde se quema la basura. Hay
todo un ritual alrededor de este trabajo donde se trata a los animales con
compasión y ternura. Al llevarlos a incinerar, David los envuelve en bolsas
para protegerlos de las miradas ajenas, y los acompaña hasta el final. Por otro
lado, en la imagen espejo de la columna de la derecha, del lado de la
barbarie, está la matanza de los perros por los negros que violan a la hija. Es
una imagen amplificada del mismo evento pero en forma descarnada, sin ningún
filtro civilizatorio. Los perros también están guardados en jaulas y son salvajemente
liquidados a punta de rifle. Posteriormente el maestro los entierra cerca de la granja.
La crueldad
con que son ultimados los perros en la granja, es una escena especialmente
fuerte, ya que los perros se encuentran enjaulados incapaces de defenderse o
huir del lugar. Son perrros sanos con dueño. No hay ninguna justificación para matarlos más que el placer de hacerlo. Decíamos que la escena es una
amplificación, una representación grotesca y crudelísima de lo que hace la
veterinaria con otros perros, que también están enjaulados pero cuyos métodos
pasan por la asepsia hospitalaria donde todo se atenúa, donde se suaviza la
muerte. Pero viéndolo de cerca, ambos eventos forman parte de la misma moneda:
una su cara amable, la otra, cruel. El lenguaje, el Discurso que acompaña cada
una de las caras atenúa o acentúa el evento descrito. La sangre, los ladridos,
la impotencia, los disparos, la angustia, los chillidos de los perros, todo se
mezcla para darnos un espectáculo dantesco. Y nos preguntamos: “¿cómo puede
alguien ser tan cruel para matar a unos perros indefensos detrás de unas rejas,
y de esa manera tan salvaje? Sólo unos bárbaros podrían hacer eso… eso no se ve
entre la gente civilizada”. No, no se ve porque hay otras maneras de hacer lo
mismo sin ensuciarse las manos, una muerte “clínica”, silenciosa, limpia, que
se justifica y se legaliza a través de un discurso médico, legal y humanitario
como el que se comete en la pena capital, en tiempos de guerra, o en la industria alimentaria de las grandes compañías cárnicas, tema especialmente sensible en la obra del autor.
Coetzee nos coloca el mismo evento, uno en
su forma atenuada, otro en su forma salvaje, con el fin de caer en la cuenta de
que ambos, en el fondo, constituyen el mismo acto atravesados por distintos
discursos. Ya se trate de una violación, de una culpabilidad, o de una matanza,
el autor nos cuestiona y pone en crisis nuestra ética y moral.
Puebla, Puebla a 19 de agosto de 2014.
Coetzee, J.
M. Desgracia. España, Mondadori: 1999.
López
Quintás, Alfonso. El arte de pensar con
rigor y vivir de forma creativa. Madrid,
Impresa: 1993.
Ovejero,
José. La ética de la crueldad. Barcelona,
Anagrama: 2012.