miércoles, 20 de agosto de 2014

"DESGRACIA" de J. M. Coetzee




Desgracia: la realidad llevada al exceso

Se hace necesario hablar de una obra que no puede dejar indiferente al lector que tiene la fortuna de haberla leído. Su huella no es agradable, es una costra que se pega al cuerpo y uno necesita desprenderse de ella a como dé lugar.

Desgracia de John Maxwell Coetzee, narra la historia de David Lurie, un cincuentón divorciado que trabaja dando clases de Literatura Romántica en la Universidad de Cape Town, Sudáfrica. Cuando se descubre que ha seducido a una de sus alumnas (Melanie), prefiere renunciar a su puesto antes que disculparse públicamente. Rechazado por todos abandona la ciudad y se va a visitar la granja de su hija Lucy, donde la situación después de la abolición del apartheid, ha cambiado los códigos de comportamiento y la balanza del poder.
            Siempre será importante rescatar la primera impresión de una lectura. Guárdenla como un tesoro pues nunca la volverán a leer igual. Es un saber que va más allá del razonamiento lógico, que no se deja influenciar ni por prejuicios, ni expectativas. Es lo más puro que encontraremos en el camino de cualquier lectura. Y así paso a decirles cuál fue mi primera impresión al leer Desgracia, ya que nunca me había ocurrido antes con ninguna otra novela: fue la de que alguien bajaba la intensidad de la luz, como si una sombra cayera sobre el papel. El tema, la trama, la incongruencia, la incomprensión, la sensación de impotencia y la rabia, todo ello pasó a un segundo plano. La sensación más importante y permanente en la lectura fue la de esta oscuridad.
            Antes de hacer una segunda lectura de la novela, leí otras obras del autor con el fin de conocer más acerca de su escritura y ver si se volvía a repetir la misma experiencia antes narrada. No fue así, al menos no de manera tan palpable.  En Esperando a los bárbaros y La edad de hierro, la sensación permaneció pero no me impactó como la primera vez. Probablemente se debía a una especie de insensibilidad producto de la repetición.  Pero lo que sí descubrí en su obra autobiográfica Infancia, fue una posible explicación del fenómeno que había experimentado. En ella nos dice el autor:

Lo que escribiría si pudiera, si no fuera el señor Whelan quien va a leerlo [su maestro de literatura], sería más oscuro, algo que, una vez que comenzara a fluir de su pluma, se extendería por las páginas sin control, como tinta derramada. Como tinta derramada, como sombras corriendo por la superficie de un remanso, como un relámpago resquebrajando el cielo.

Mejor no hubiera podido yo expresarlo. Exactamente esta fue la sensación que experimenté al leer su obra Desgracia. Parece que el deseo infantil de Coetzee se materializó en ésta y otras de sus novelas. El primer misterio quedaba aclarado. Ahora debía enfrentarme a la costra de la que hablé en el preámbulo.
            Una segunda lectura de la obra sacó a flote una serie de sensaciones y reacciones que ya desde la primera me habían dejado un mal sabor de boca. Coetzee no es para nada un autor complaciente con el lector, le acicala, le reta a tomar una postura, a reaccionar frente a su escritura. Con el fin de acercarme a estas sensaciones, comencé por analizar los temas ahí tratados y la manera en que el autor sudafricano los exponía. Comentarios de colegas y amigos me ayudaron a esclarecer algunos de ellos.
            Primeramente hablaré del tema de las relaciones entre padres e hijos que es fundamental en la obra. En la novela se habla de la relación padre e hija específicamente,  y lo difícil que es para el padre aceptar la independencia emocional e intelectual de la hija.  La independencia económica se ve como parte importante de la formación de los hijos y se acepta de manera natural (¡con alivio!), pues en ella se materializa, se hace evidente, dicha independencia. Sin embargo, una forma de ser y pensar distintas a la de los padres no es algo para lo que estemos preparados. De alguna manera damos por hecho que van a ver el mundo desde una perspectiva similar a la nuestra. No en vano se dice que los hijos se parecen más a su época que a sus padres.
            Nada en la forma de vida que lleva la hija en la granja puede entender el padre. Para él su hija sigue siendo alguien que tiene que cuidar y proteger, incapaz de tomar sus propias decisiones, inocente, ignorante del mundo y sus peligros. Alejarse emocionalmente de dicha relación es muy difícil. Aceptar que los hijos son adultos, también lo es. Esta situación se agrava cuando las decisiones y formas de pensar del hijo son diametralmente opuestas a los padres, llámese religión, preferencia sexual, ideología, forma de ver el mundo, sensibilidad, etc. Se presenta un fenómeno de no re-conocimiento del hijo, de esa persona otra que se vio nacer y crecer durante tantos años. Al no poderla re-conocer, se produce una contradicción en el padre: la persona que está frente a él es su hija y no es su hija a la vez. Un conflicto irresoluble a nivel racional: ser y no ser al mismo tiempo.
            Para el hijo no hay conflicto: el padre siempre es el mismo, lo re-conoce aún en el caso de que sea una persona voluble e inestable pues así lo conoció. El padre le lleva varios años en el proceso de formación. No así el hijo que se va “haciendo” frente a los ojos del padre y cada día es distinto. Así que el padre piensa que lo conoce enteramente por fuera y por dentro pues ha “visto” su proceso, lo ha vivido junto con él. Por otro lado, la relación padre-hijo es una relación adulto-niño que no cambia a lo largo de los años aún cuando ese niño ya sea un adulto; es una relación de protección y cuidado, y de transmisión de experiencias con el fin de que puedan aprender de ellas.  En el caso de la novela, el estilo de vida de la hija no es entendido por el padre que ha llegado a visitarla. En parte, esto desata el conflicto que se desarrolla en la novela.
            La novela Desgracia se puede catalogar como una novela cruel, no sólo porque narra eventos crueles sino porque el autor ejerce una forma de crueldad con el lector al colocarlo frente a una novela no complaciente, que cuestiona sus criterios y le exige una participación activa en la misma. Coetzee no cae dentro de estos autores de entretenimiento que dan a sus lectores un consuelo moral donde el mal se castiga y el bien se premia. No es una literatura de evasión, de entretenimiento y banal. José Ovejero en su libro Ética de la crueldad, nos dice de los autores como Coetzee:

Un autor cruel no busca la evasión sino el encierro del lector consigo mismo. Cegar todas las salidas para que no le quede más remedio que enfrentarse a una determinada situación o situaciones ahí descritas, como una obsesión. Un autor cruel se siente en pie de guerra contra las versiones suavizadas del mundo que esconden su crueldad y que a menudo usan para legitimar un determinado orden político y moral, el cual perpetúa otras formas de crueldad. (93)

A continuación muestro una tabla donde se esquematizan algunos elementos de la novela Desgracia, y que representan esquemas mentales usados en el mundo occidental. A partir de ellos se hará el análisis de la obra:
 
Civilización
Barbarie
Cultura
Incultura
Urbano
Rural
Institucional
Usos y costumbres
Raza blanca
Raza de color
Ley, orden, normativa
Ley natural

Individualismo

Tribal
Violación de un blanco a una mestiza
Violación multitudinaria de negros a una blanca


Sacrificio de perros
Matanza de perros



Tabla 1

            Alfonso López Quintás en su obra Pensar con rigor y vivir de forma creativa, nos dice que al pensar y al expresarnos movilizamos una serie de esquemas mentales. El estudio de éstos ha revelado que es muy fácil saltar inadvertidamente de un esquema a otro y conceder a unos y otros un valor similar al tomarlos como sinónimos o afines, o como contrarios.  (378-79)
            En la Tabla 1 vemos dos columnas. En la columna izquierda encontramos el término civilización seguido de los términos cultura, urbana, blanca, instituciones, leyes, normas, orden,  cauce; en esa misma columna se coloca la violación de un blanco a una mestiza ya que el evento se dio en el marco de una institución educativa, en la ciudad, y el que cometió el delito fue un blanco; al final de la columna se coloca el sacrificio de perros que sucede dentro del contexto institucional y legal de  una veterinaria. En la columna de la derecha se encuentra el término barbarie, seguido de los términos incultura, rural, usos y costumbres, negros y de color, ley natural;  ahí ocurre la violación multitudinaria de los negros a una blanca, espacio gobernado por los usos y costumbres de las tribus originarias de Sudáfrica y no bajo la Ley del Estado, donde el poder lo ejercen los naturales y la policía y los pocos blancos que ahí habitan nada pueden contra ellos; en esa misma columna se coloca la matanza de los perros llevada a cabo por los violadores negros. Los elementos de cada columna transmiten su prestigio o su desprestigio al confrontarse entre sí, tomando en cuenta que el término civilización es altamente prestigioso y el término barbarie es peyorativo. El tipo de lenguaje suavizado y la atenuación de los actos cometidos bajo la sombra del término de civilización ocurre gracias a su prestigio. De manera contraria, los elementos de la columna de la barbarie se cargan negativamente en una proyección exacerbada y cruel de la realidad, producto de un lenguaje que amplifica y afea los actos descritos. Pero si nos damos cuenta, los actos violentos en sí (tanto la violación como la matanza de perros) son monstruosos y reprobables independientemente del ámbito y circunstancias en que se lleven a cabo.
            Coetzee, al colocar dos pares de hechos idénticos en espacios distintos, con víctimas y victimarios invertidos, contrasta la realidad de lo que “vemos” con lo que “sabemos”. Ahora me explico: toda percepción de la realidad está tamizada por el lenguaje, por un Discurso que construye y determina dicha percepción. Este Discurso está conformado por miles de discursos entre los que se encuentran los discursos de nuestros padres,  de nuestros abuelos, de nuestros maestros; pero también de nuestros recuerdos, de nuestras experiencias, de nuestros conocimientos, de nuestras lecturas, de nuestras creencias, etc.; y muy importante el Discurso del lugar y la época bajo la cual crecimos.
Si Coetzee abusa de la crueldad y el exceso en el caso de la violación de los negros y la matanza de los perros, es con el fin de exponer frente al lector de manera grotesca y amplificada (no un victimario sino tres; no sólo la violación sino también la tortura y el pillaje) un hecho que pasamos por alto: “leemos” nuestra realidad de acuerdo a un determinado discurso: nuestra realidad es un  constructo lingüístico. Lo es en el caso de lo civilizado como en el de la barbarie. Lo explicaré con el esquema 1.
          Es importante dejar en claro que los términos usados en cada una de las columnas son  producto de la novela misma, así los está usando el autor. La civilización se relaciona con lo blanco, lo culto, lo urbano, lo masculino, lo legal, lo normativo y ordenador, con las instituciones. Ahí se ha desarrollado el gran capital, la ciencia y la tecnología. El progreso también está en relación directa con lo civilizado. La moral y la ética como una instancia ordenadora de la sociedad. Ahí encontramos también el poder centralizado. David, el maestro, pertenece a este mundo encontrándose en lo alto de la pirámide social: es blanco, letrado, maestro de Literatura, y no sólo sabe música, sino que quiere unir la Literatura y la Música en una ópera prima. Habla varios idiomas además del afrikáner. Tiene rasgos psicológicos derivados del calvinismo (religión preponderante en la comunidad blanca de Sudáfrica) que se refleja en su lenguaje; sin embargo, no sigue las enseñanzas de la misma y va más allá tergiversando algunos conceptos como cuando el narrador dice: “Sigue dedicándose a la enseñanza porque le proporciona un medio para ganarse la vida, pero también porque así  aprende la virtud de la humildad, porque así comprende con toda claridad cuál es su lugar en el mundo” (el subrayado es mío). Por supuesto que no aprendió nada de esto mientras fue maestro; lo aprenderá después a base de golpes.
La barbarie o lo incivilizado se relaciona con lo salvaje, con la ignorancia, lo inculto, lo de color, lo rural y los suburbios urbanos, la pobreza, la anarquía, las supersticiones, y la guía por usos y costumbres. Se reconoce un retraso importante en los satisfactores básicos y no se tiene acceso a la tecnología ni a los avances científicos de punta. El poder se encuentra atomizado. Los negros que violan a Lucy pertenecen a este mundo, y por lo tanto, se infiere que son ignorantes, salvajes, con un lenguaje fracturado, e incultos. No se rigen por las leyes del Estado sino por sus propias reglas tribales. En su medio priva la ley de la selva y no tienen escrúpulos morales o religiosos acordes a las grandes religiones del mundo. No habitan un lugar fijo, generalmente son nómadas, ni son localizables por sus nombres o una ficha de registro; pertenecen a un clan y adoptan el nombre del clan. Quedan fuera del estatus de ciudadano.
            Analicemos primeramente las dos violaciones que se dan en la novela. Una, la del maestro blanco a la alumna mestiza, se da en el contexto de una relación de poder donde el maestro es visto por su víctima como alguien superior, admirado y con edad suficiente para ser su padre. La violación ocurre dentro del espacio ordenado y legal de una ciudad y una institución que regula y norma la conducta de su comunidad. El acto se realiza de manera individual y queda enmascarado y atenuado tras una cortina de seducción donde están actuando fuerzas invisibles de abuso de poder, y que hacen ver a la víctima como cómplice del victimario. Una vez descubierto el crimen, el maestro es castigado por la Institución no por el acto en sí (la violación), sino porque no se arrepintió públicamente. El castigo es la expulsión no sólo de la comunidad educativa sino de la comunidad toda pues su conducta se ha hecho pública.  La descripción de la violación es muy sutil y se sobreentiende; nunca es explícita. No tiene consecuencias “visibles” como pudiera ser un embarazo no deseado.
La otra violación se da entre varios hombres de raza negra sobre una joven de raza blanca en el contexto de un área rural, alejada de la ciudad. Es la hija del maestro expulsado. Estamos frente a una violación de gran violencia y crueldad acompañada por actos de tortura, de pillaje y destrucción que culminan con la matanza de los perros a mansalva. Los violadores no reciben castigo alguno porque no hay denuncia; y no hay denuncia porque en el área rural donde ocurre la violación no hay instituciones de justicia confiables; está en manos de blancos, y éstos carecen de la fuerza suficiente para controlar a la población negra. La escena de la violación está intencionalmente amplificada y llevada al extremo con el fin de mostrar al cínico maestro blanco la monstruosidad del acto que poco tiempo antes él mismo realizó. En la novela vemos al violador blanco reflejado en tres violadores negros, como si el acto de un hombre blanco equivaliera a tal proporción: la violación de 1 blanco es = a la violación de 3 negros. Esto, por supuesto, no es una equivalencia real (el acto en sí es reprobable independientemente de quién o cuántos lo realicen), sino un recurso narrativo para impactar al protagonista y al lector. Se necesitaba ese llevar al extremo el acto para romper la dura cáscara de cinismo que cubría al maestro. Y no sólo eso, era necesario que le ocurriera a alguien que realmente le importara, su propia hija, para que realmente se identificara con la visión dantesca que presenciaba. La indiferencia que mostraba el maestro hacia todo y hacia todos rallaba en lo patológico. 
Retomemos la versión “bárbara” de la violación, es decir, la que infringen tres hombres de raza negra de una región rural de Sudáfrica a una mujer blanca descendiente de afrikáners, y comparémosla con la violación del hombre blanco a una mestiza. Veamos el lenguaje que se usa para describir y calificar dichas acciones y las consecuencias en uno y otro caso. Y digo que veremos la versión “bárbara” de la violaciones, porque la realizada por el maestro está atenuada en la novela al grado de que sólo sabemos que ocurrió porque es acusado, y las palabras que se usan no son: “violación”, se habla de “acoso sexual y graves faltas contra la ética”. No se dice la “palabrita” porque escosa los oídos de las buenas personas. Se le hace una “recomendación” antes de expulsarlo, es decir, se le da una oportunidad de que se arrepiente públicamente y ya no se le castigará. Todo se atenúa deliberadamente para ocultar lo sucio, lo bajo, lo salvaje del hecho. El baile de máscaras y disfraces no tiene límite para el discurso del poder. En cambio, el hecho realizado por los hombres negros está en carne viva, desnudo; por eso nos parece grotesco y descarnado, y está acompañado de otros actos de violencia.  La violencia genera más violencia, y en el caso del maestro ésta es muy sutil pero la genera: el novio de la alumna le reclama al maestro y lo acedia de manera continua para que no se acerque más  a la muchacha. La joven deja de asistir a clases y pierde la materia por no presentar el examen. Más aún, va a renunciar a sus estudios cuando la educación es de los pocos recursos que tienen los mestizos de alcanzar un trabajo remunerado. La marca psicológica y física dejada en la muchacha no es evidente en la novela, ella sigue con su vida asistiendo a sus clases de teatro que es lo que más le atrae. Más adelante retomará sus estudios; así que nos da la impresión de que en realidad le afectó muy poco. Algo ni remotamente parecido sucede en el caso de la violación multitudinaria: no es un violador, sino tres; esto aunado al engaño, al pillaje, a la destrucción, al uso de la tortura, y la matanza de los animales enjaulados. En la joven, las marcas psicológicas y físicas también son más contundentes y por lo tanto, más evidentes que en el primer caso: una parálisis mental que se manifiesta en una inacción y una mudez exasperante,  y la huella física de la violación: un embarazo no deseado. El niño viene a ser la en-carnación de la violación. Otros signos físicos de la agresión son los moretones, la ropa desgarrada, la sangre, y las quemaduras en la cabeza del maestro. El vendaje en la cabeza como signo de la herida a su orgullo, a su potestad como hombre blanco y como pater familia. La violencia generada aquí es la de un huracán o de un sitio de guerra. La violación no se denuncia, y lo único que se notifica a la policía es el robo del auto del maestro donde llevaron todo lo robado y huyeron del lugar. Como es de esperarse, la policía del pueblo, rebasada y corrupta nunca encuentra el auto robado ni a los ladrones; la única que responde es la institución bancaria que paga el seguro por robo; lo que viene a confirmar que sólo dentro de la ley y el Estado los ciudadanos se encuentran seguros, reforzando el discurso del poder.
Llegado a este punto quisiera regresar a lo que dije al inicio de esta reflexión que es mi gran irritación hacia la novela. ¿Por qué me molesta tanto? Por la reacción de la hija del maestro, y más que su reacción, su no reacción, su gran indiferencia: no grita, no llora, no desafía a sus agresores, no contesta, no denuncia, no va al médico, no aborta, no hace nada y para rematar se casa con uno de los violadores a cambio de protección. Hay una falta de vitalidad que contradice el tipo de vida que lleva: es una granjera independiente que trabaja la tierra y vende sus productos en el mercado; cuida perros en sus tiempos libres para hacer algo más de dinero y vive alejada del pueblo, en un lugar aislado de sus vecinos; a pesar de que está rodeada de campo abierto su propiedad no tiene bardas ni rejas que la protejan.  Y no sólo nos molesta a nosotros como lectores, también al padre de la joven que no entiende su reacción, su apatía. Como si fuera un ser inanimado que recibe golpes sin responder. ¿Cuál es la intención de Coetzee? ¿Es también una deformación llevada al exceso de la reacción de la alumna del primer caso ante la violación del maestro? O, ¿es una recreación de la indiferencia patológica del padre? ¿Pero cuál es el caso de hacerlo? José Ovejero parece responder a dicho cuestionamiento: “Robbe-Grillet se irritaba ante los «personajes distantes» de la literatura existencialista que, tras ese desapego o desinterés o frialdad, lo que manifestaban era un desgarro interior, el sufrimiento ante el absurdo de la existencia” (69). ¿Será realmente un desgarro interior el que lleva a ambas jóvenes a comportarse como si nada hubiera sucedido? ¿Es una reacción psicológica incomprensible para alguien que ve las cosas de fuera? Son preguntas difíciles de responder y por supuesto que Coetzee tampoco las aclara. También debemos preguntarnos por qué nos irrita tanto esa indiferencia. Ovejero vuelve a darnos una pista a seguir: “la indiferencia es también una forma de emoción, por lo que puede producir empatía: esos personajes que atraviesan el mundo sin responder a sus agresiones […] también establecen una relación con el lector que va más allá de lo puramente intelectual, al tiempo que encarnan un determinado discurso” (69). Me quiero detener en esta última frase: “indiferencia que encarna un determinado discurso”, (porque al menos a mí, no me provocó ninguna empatía la actitud de la hija). Me pregunto cuál puede ser ese discurso. ¿Un discurso post Apartheid donde todo acto de violencia tiene justificación si viene de parte de los negros originarios de Sudáfrica o de los mestizos oprimidos por el régimen colonial? Porque alguien ha sido herido, despojado, humillado, ¿tiene derecho a hacer lo mismo? La violencia, ¿tiene justificación? El Discurso de los oprimidos, de los desposeídos, de los más humildes en una sociedad se contrapone al Discurso elitista de las distintas hegemonías, planteando que si alguien ha sido herido, despojado, o humillado, tiene derecho a comportarse de igual modo poniendo en crisis los criterios del bien y del mal. ¿El Discurso de la venganza, de la reivindicación,  de la justificación de la maldad es válido o estamos frente a un ejercicio del poder?: “Como a mi me trataron mal, tengo derecho a ser malo”; “Es fácil ser bueno cuando nada ni nadie te ha herido…” (Ver la película Dogville,  de Lars Von Trier).  Podemos calificar a ambos como un recurso del poder para legitimarse. Después del discurso colonialista en Sudáfrica, el discurso de los colonizados buscando una reivindicación que exige el arrepentimiento de los descendientes blancos, y el pago por las culpas cometidas; factor que determina el tema de muchas de las novelas de Coetzee y que se concretiza en el sentimiento de vergüenza que arrastran muchos de sus personajes.
La vergüenza es otro tema doble en la novela Desgracia, uno colocado frente al otro como en un espejo. De hecho, son dos pares de vergüenzas, la del victimario y la de la víctima en cada caso:

Vergüenza del victimario
Vergüenza de la víctima


El maestro y la hija
La alumna
Los hombres negros
La hija del maestro


Tabla 2

Por un lado está la vergüenza que siente el maestro después de vivir la violación de su hija y que resuelve yendo a pedir perdón a la familia agraviada, y la vergüenza de la hija por los actos cometidos por sus ancestros y que ella representa por ser una blanca viviendo en Sudáfrica. y que resuelve guardando silencio y no haciendo nada. Ante la vergüenza, ¿debo humillarme y pedir perdón (maestro), o debo ponerme de tapete, callar y bajar las manos (la hija)? Estas son dos de las actitudes frente a la vergüenza descritas en la novela, porque los delincuentes negros nunca sienten vergüenza por sus actos, como si fueran seres amorales o tuvieran otros criterios de moralidad (ver el primer esquema).  En cuanto a la vergüenza de Melanie el autor es muy vago y realmente sabemos muy poco al respecto.
La humillación es una consecuencia natural de la vergüenza; es una forma de pagar el precio por el agravio cometido y de autocastigarse. La vergüenza está en la estructura misma de la cultura occidental: su connotación moralizante forma parte del código de conducta de los individuos. Es por ello que David, una vez que toma conciencia del mal que ha cometido, busca a la familia de la alumna y arrodillándose en una actitud de profunda humildad, les pide perdón. Ha quedado redimido. Su humillación está plenamente justificada y el lector se siente aliviado de que lo haya hecho; es lo mínimo que se esperaba de él. El autor en este caso es complaciente con el lector “occidentalizado”, pues sabe que maneja los mismos códigos de conducta. Más no así en el caso de la hija, que no sabemos por qué a la humillación sufrida por la violación, le adiciona la humillación de sentirse culpable. Es verdad que la vergüenza es algo que siente la víctima después de una violación; la alumna la siente, y por eso decide alejarse antes que denunciarlo, aunque luego cambie de opinión. Lo mismo le sucede a Lucy, pero en lugar de denunciar el delito para que los victimarios reciban su castigo, se queda callada; al hacerlo,  se está humillando por partida doble: es víctima y victimario a la vez, y por lo tanto, carga con dos vergüenzas.  Pero su reacción no sigue el código de conducta esperado por nosotros los lectores.  ¿Por qué la humillación de la hija nos parece absurda, grotesca, insensata? Porque la hija no cometió delito alguno y su actitud sólo puede explicarse bajo la luz de otro Discurso más: el religioso, que en última instancia, rige la conducta moral de los individuos. El Calvinismo fue llevado por los colonizadores holandeses a Sudáfrica desde el siglo XVI y se propagó entre la población blanca. Ahí adquirió ciertos matices distintivos por la situación geográfica y social que se vivía. Esta doctrina dice que todos nacemos pecadores por la caída de Adán y Eva en el huerto del Edén, afectando toda la personalidad del hombre, a todas sus facultades, su voluntad, su entendimiento, y su afecto. Así, los pecados cometidos por los “padres” se heredan, cargando con la culpa y la vergüenza. Se espera una expiación por ellos. Por ello, la hija del maestro se sacrifica en aras de saldar la cuenta cometida por sus ancestros, resarciendo a los oprimidos al no denunciarlos y aceptando pasivamente las consecuencias: “poner la otra mejilla”.  Amparada en este pseudo discurso religioso, Lucy perpetúa una culpa histórica, actuando de manera incomprensible para el lector y el padre. Recordemos que la percepción de la realidad está determinada por el lenguaje y que todo un discurso de culpabilidad puede cambiar el comportamiento de una persona hacia uno u otro lado. David ve el mundo desde otra perspectiva y por eso no la entiende, sin embargo, regresa para apoyarla en su nueva vida. La imagen creada por Coetzee en el espejo de la reacción de la hija es una estrategia narrativa que pone el acento en una ideología calvinista mal entendida por los descendientes de los colonos holandeses.
            Pasemos ahora a la matanza de los perros de la Tabla 1 por estar directamente relacionados con todo lo anterior y por manejar la misma estrategia narrativa de amplificación y deformación de la realidad.  Del lado civilizado está la matanza de los perros en una veterinaria donde se “sacrifican” a los animales abandonados o que están muy enfermos. David comienza a ayudar a la mujer encargada del centro porque no tiene nada mejor que hacer. Los perros son guardados en jaulas y una vez sacrificados el maestro los mete en una bolsa y los lleva a un horno municipal donde se quema la basura. Hay todo un ritual alrededor de este trabajo donde se trata a los animales con compasión y ternura. Al llevarlos a incinerar,  David los envuelve en bolsas para protegerlos de las miradas ajenas, y los acompaña hasta el final. Por otro lado, en la imagen espejo de la columna de la derecha, del lado de la barbarie, está la matanza de los perros por los negros que violan a la hija. Es una imagen amplificada del mismo evento pero en forma descarnada, sin ningún filtro civilizatorio. Los perros también están guardados en jaulas y son salvajemente liquidados a punta de rifle. Posteriormente el maestro los entierra cerca de la granja.
            La crueldad con que son ultimados los perros en la granja, es una escena especialmente fuerte, ya que los perros se encuentran enjaulados incapaces de defenderse o huir del lugar. Son perrros sanos con dueño. No hay ninguna justificación para matarlos más que el placer de hacerlo. Decíamos que la escena es una amplificación, una representación grotesca y crudelísima de lo que hace la veterinaria con otros perros, que también están enjaulados pero cuyos métodos pasan por la asepsia hospitalaria donde todo se atenúa, donde se suaviza la muerte. Pero viéndolo de cerca, ambos eventos forman parte de la misma moneda: una su cara amable, la otra, cruel. El lenguaje, el Discurso que acompaña cada una de las caras atenúa o acentúa el evento descrito. La sangre, los ladridos, la impotencia, los disparos, la angustia, los chillidos de los perros, todo se mezcla para darnos un espectáculo dantesco. Y nos preguntamos: “¿cómo puede alguien ser tan cruel para matar a unos perros indefensos detrás de unas rejas, y de esa manera tan salvaje? Sólo unos bárbaros podrían hacer eso… eso no se ve entre la gente civilizada”. No, no se ve porque hay otras maneras de hacer lo mismo sin ensuciarse las manos, una muerte “clínica”, silenciosa, limpia, que se justifica y se legaliza a través de un discurso médico, legal y humanitario como el que se comete en la pena capital, en tiempos de guerra, o en la industria alimentaria de las grandes compañías cárnicas, tema especialmente sensible en la obra del autor.
Coetzee nos coloca el mismo evento, uno en su forma atenuada, otro en su forma salvaje, con el fin de caer en la cuenta de que ambos, en el fondo, constituyen el mismo acto atravesados por distintos discursos. Ya se trate de una violación, de una culpabilidad, o de una matanza, el autor nos cuestiona y pone en crisis nuestra ética y moral.

Puebla, Puebla a 19 de agosto de 2014.

Coetzee, J. M. Desgracia. España, Mondadori: 1999.
López Quintás, Alfonso. El arte de pensar con rigor y vivir de forma creativa. Madrid, Impresa: 1993.

Ovejero, José. La ética de la crueldad. Barcelona, Anagrama: 2012.

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