viernes, 20 de junio de 2014

"PASADO EN CLARO" de OCTAVIO PAZ. POESÍA.








«Pasado en claro» de Octavio Paz: conversaciones con la Higuera.

“La vida no es la que uno vivió,  sino la que uno recuerda,  y cómo la recuerda para contarla”.
Gabriel García Márquez.


“Pasado en claro” es un poema largo de resonancia autobiográfica donde Paz recupera recuerdos de la infancia y adolescencia. Recuerdos que él llama sombras porque los percibe difusos y se pregunta si no los estará inventando. El poema habla de cómo poco a poco los va recuperando aunque camine siempre “por esa linde de duda (36-37)[1]. Al ponerlos en palabras el poeta nos dice lo difícil que le resulta expresar las sensaciones que le evocan. Lo que comienza como un balbuceo va tomando forma hasta encontrar un lenguaje que los nombra, que los rescata de su naturaleza efímera; un lenguaje que nos hablará del poeta mismo: “Me fui tras un murmullo de lenguajes, / ríos entre pedregales/ […] pasos dentro de mí, oídos con los ojos,/ el murmullo es mental, yo soy mis pasos,/ oigo las voces que yo pienso,/ las voces que me piensan al pensarlas./ Soy la sombra que arrojan mis palabras” (v. 580-81; 600-05).
En el epígrafe Paz nos introduce en el tema al citar el “Preludio o el desarrollo de la mente del poeta” de Wordsworth donde el poeta inglés, ya viejo, escribe una biografía  rescatando su infancia y juventud, reflexionando acerca de las cosas que influyeron en su poesía y qué le hizo tomar la decisión de ser poeta.  Ello nos hace pensar que Octavio Paz hará un ejercicio similar en “Pasado en claro”, trayendo del pasado sus recuerdos y con ellos vestir al poema.  Es, por lo tanto, un poema muy íntimo y personal.
Analizando la estructura interna del poema y su relación con el tema antes descrito, nos encontramos con una imagen (dentro del mismo poema) que muestra, de manera puntual, la forma en que está construido: se trata del “baniano”:
            Me alejo de mí mismo,/ sigo los titubeos de esta frase,/ senda de piedra y de cabras./ Relumbran las palabras en la sombra./ Y la negra marea de las sílabas/ cubre el papel y entierra/ sus raíces de tinta/ en el subsuelo del lenguaje./ Desde mi frente salgo a un mediodía/ del tamaño del tiempo./ El asalto de siglos del baniano/ contra la vertical paciencia de la tapia/ es menos largo que esta momentánea/ bifurcación del pensamiento/ entre lo presentido y lo sentido. (v. 21-35)
            Me extiendo en esta cita porque en ella se resumen no sólo las fuentes, la estructura y el desarrollo del poema, también ella deja ver el trabajo de escritura del poeta. Se puede decir que “Pasado en claro” está tejido orgánicamente a la manera del baniano.
El baniano es un árbol perteneciente al Género Ficus también conocido como Higuera de Bengala. Es de la misma especie que la higuera de México (árbol que también menciona Paz en el poema) pero difiere en tamaño y estructura. El baniano tiene características muy particulares que lo convierten en uno de los árboles más grandes que existen. En el Jardín Botánico de Nueva Delhi encontramos uno de 125 metros de diámetro en extensión. Es como un pequeño bosque formando el tallo del árbol. A medida que las ramas se extienden horizontalmente van enviando raíces aéreas comúnmente llamadas lianas que, cuando tocan la tierra, forman troncos suplementarios que enraízan en el suelo engordando el árbol tanto vertical como horizontalmente sin desprenderse del tronco madre. Esto le permite al árbol irse extendiendo hasta ocupar superficies muy grandes. Bajo su sombra se refugian los caminantes y una multitud de animales; sirve de paso a los rebaños y es vía de tránsito de un lado a otro; es un lugar de encuentro y reunión: bajo la techumbre se instalan mercados ambulantes usando las ramas como repisas y percheros; entreverados en la enramada se han construido templos y es considerado por numerosas religiones de la India como un árbol sagrado; para la mitología hindú representa la vida eterna. 
            Ahora imaginemos al poeta recorriendo el baniano real durante su estancia en la India, y cómo esa experiencia le pudo haber traído a la memoria momentos vividos en el jardín de la casa del abuelo y con ellos, su infancia y adolescencia; el baniano habría funcionado como un portal trasladándolo a otro espacio y otro tiempo. Los sonidos, los olores, y las sensaciones ahí percibidas dispararon los recuerdos que, una vez recuperados, fueron conformando su poema. El baniano es la realización de lo maravilloso, el cuento hecho realidad de lo jamás imaginado para un árbol; algo que debe haber impactado de manera importante al poeta tan sensible y curioso de la naturaleza y sus criaturas. Pensemos que en lugar de abrazarlo, lo penetramos “abrazándolo” por dentro; ¿hay algo más extraño que eso? Al decir que lo podemos “recorrer” ya estamos hablando de una imposibilidad para la mayoría de los árboles y por ello el recorrido constituye una fuente de goce en sí mismo. Acerca del goce Roland Barthes dice: “Mi goce sólo puede llegar con lo nuevo absoluto pues sólo lo nuevo trastorna (enferma) la conciencia”.[2] ¿El origen de esta aseveración? Freud: “En el adulto, la novedad constituye siempre la condición del goce” (en El placer…, 67).
El baniano como metáfora del poema es un árbol-monstruo de múltiples ramificaciones, obsceno en sí mismo, que se desborda, extendiéndose indefinidamente  ocupando los espacios adyacentes, invadiéndolos y nutriéndose de ellos. Árbol que vuelve al sustrato en un movimiento reversible, a contrapelo de su crecimiento original y que se alimenta de un subsuelo “otro” del que se sigue nutriendo indefinidamente: es una involución contranatura que olvida su naturaleza arbórea; atomización de la materia que la hace porosa, transparente; ahora los organismos que la habitan la pueden recorrer; pliegues y hendeduras que forman pasillos: sendas de polvo y sombra; materia capaz de atravesar otra materia de igual o mayor densidad rompiendo las reglas de la física: nos hemos vuelto partículas y podemos atravesar el muro vegetal; es un rizoma que pierde su origen: no hay centro ni dirección, la regla de lo uno se rompe, es lo multiforme, lo monstruoso.  Octavio Paz lo describe como: “La mil hojas, / verdinegra escultura del murmullo,/ jaula de sol y la centella/ breve del chupamirto: la higuera primordial/ capilla vegetal de rituales/ polimorfos, diversos y perversos” (v. 132-37).  Árbol-baniano como la escritura de Paz que ha sido descrita como desbordada, dilatada: “La amplitud del dominio abordado, el dilatado alcance de imponente envergadura que su palabra pone en  obra […]”. (Yurikievich en La Gaceta.)[3]
El baniano es una metáfora tan extensa que abarca todo el poema, se infiltra en los más pequeños detalles, lo cubre todo con su sombra.
            Conforme leemos el poema vemos a Octavio Paz recorriendo los pasajes inventados por el baniano,  muros de árboles y viento que le ofrecen sus rumores para ser “oídos con el alma” (v.1), recuerdos de sensaciones que lo llevan al pasado, sonidos de insectos atrapados en su mente y sombras que lo trasladan a la casa del abuelo en Mixcoac. Poema que va extendiendo sus ramas abrevando de los recuerdos de polvo y tierra. (v. 22) El poeta escribiendo sus primeras páginas en la biblioteca del abuelo; sus maestros, los autores que ahí mismo descubrió: libros de “(estampas: los volcanes, los cúes y, tendido,/ manto de plumas sobre el agua,/ Tenochtitlán todo empapado en sangre)” (v.89-91); de historias y aventuras que le hablaban de: “Abderramán, Pompeyo, Xicoténcatl,/ batallas en el Oxus […]” (v. 130); libros de literatura que marcaron su escritura: “[…] y lloré con el humo de la pira/ del domador de potros;/ vagué por la arboleda navegante/ que arrastra el Tajo turbiamente verde:/ la líquida espesura se encrespaba tras la fugitiva Galatea” (v. 251-56); “[…] vi demonios en el Gobi; / en la gruta nadé con la sirena/ (y después, en el sueño purgativo, […])” (v. 262-64); comió de “la cesta verbal de Villaurrutia” y pasó noches insomnes leyendo a Ovidio.  Se nutrió del sustrato literario de Homero, de Plinio el Viejo, de Apuleyo, de Dante, de Pérez Galdós y otros que fueron “leídos en las tardes diluviales/ el cuerpo tenso, la mirada intensa./ Nombres anclados en el golfo/ de mi frente:” (v. 279-83). En un profundo diálogo con ellos y consigo mismo fue aprendiendo el oficio de ser poeta: “La higuera, sus falacias y su sabiduría:/ prodigios de la tierra/ –fidedignos, puntuales, redundantes–/ y la conversación con los espectros [como Odiseo hizo con Tiresias]./ Aprendizajes con la higuera:/ hablar con vivos y con muertos./ También consigo mismo” (v. 203-09); hasta ese momento, en que, como una epifanía, se manifiesta su vocación de poeta: “yo escribo porque el druida,/ bajo el rumor de sílabas del himno,/ me dio el gajo de muérdago, el conjuro/ que hace brotar palabras de la peña” (v. 83-87). 
El baniano también es la metáfora del cuerpo y sus deseos. Paz la nombra: “[…] la higuera primordial / capilla vegetal de rituales/ polimorfos, diversos y perversos./ Revelaciones y abominaciones:/ el cuerpo y sus lenguajes/ entretejidos, nudo de fantasmas/ […]” (v. 135-140). El cuerpo de la sombra que persigue es una higuera donde corre una savia “lechosa y acre” (v. 26): “[…]/ Zumbar de abejas en mi sangre:/ el blanco advenimiento./ Me arrojó la descarga/ a la orilla más sola” (v. 397-400); soledad del acto iniciático que lo saca de la infancia para ser otro; momento de éxtasis que lo funde con el entorno, que detiene el tiempo en un instante y sacraliza al cuerpo: “[…]/ –allá dentro los cables del deseo/ fingen eternidades de un segundo/ que la mental corriente eléctrica/ enciende, apaga, enciende, / resurrecciones llameantes/ del alfabeto calcinado;/ […]” (v. 183-88). Ese momento es el “[…] el tiempo y sus epifanías./ No me habló dios entre las nubes;/ entre las hojas de la higuera/ me habló el cuerpo, los cuerpos de mi cuerpo” (v.378-81).  El baniano es el deseo sexual que surge en el descubrimiento de su cuerpo como un cuerpo otro, y que en el intrincado laberinto de sus ramas y follaje, en sus pliegues, en sus vacíos creados se adentra en el misterio: “La hendedura del tronco:/ sexo, sello, pasaje serpentino/ cerrado al sol y a mis miradas , abierto a las hormigas” (v.151-54). Octavio Paz también escribe con el cuerpo: “Atónita en lo alto del minuto/ la carne se hace verbo […]” (v. 404-5).
 Es también la metáfora del tiempo sin tiempo, eterno, porque el espacio se ha fragmentado hasta el infinito en esa multiplicidad que es el bosque dentro del árbol: perderse en el bosque, dar vueltas sobre el camino ya andado en un movimiento laberíntico, rizoma vegetal de tiempo y espacio: “[…] un solo tiempo/ que ya no fuese tiempo, un tiempo/donde siempre es ahora y a todas horas siempre, / […]” (v. 392).
El baniano es el monstruoso Polifemo, el cíclope “de muchas palabras” con su único “tercer ojo” o el ojo espiritual en el centro de la frente, el Ajna-Chakra o el ojo de la sabiduría, sede del “maestro interior” y portal a los mundos interiores: “La hendedura fue pórtico/ del más allá de lo mirado y lo pensado:/ allá dentro son verdes las mareas/ la sangre es verde, el fuego verde,/ entre las yerbas negras arden estrellas verdes:/ es la música verde de los élitros/ en la prístina noche de la higuera; […]” (v. 155-61).
“Pasado en claro” es la búsqueda de las palabras que puedan nombrar estos recuerdos siendo testigos, nosotros lectores, de los “titubeos de una frase” (v. 22), de la “ondulación de sombras, visos, ecos,/ no escritura de signos: de rumores.” (v. 119-20).  “Pasado en claro”, una escritura hecha de rumores; baniano-maraña de voces, ecos y murmullos donde el lenguaje se dice y “[…] se desdice” (v.39), donde las palabras relumbran en la sombra y hablan como si lo hicieran por vez primera;  “pueblo sin nombre de sensaciones” (v. 197): bajo su sombra habita el poeta.


Lourdes Noriega.
Puebla, Puebla 2014.






[1] Obra poética II. Octavio Paz. (2): México, D. F., FCE. Todas las citas se refieren a este libro y a renglón seguido, entre paréntesis, va el número de verso.
[2] Barthes, R. El placer del texto y Lección inaugural. (1974): México, Siglo XXI. pp. 66-67.
[3] “A Octavio Paz, por la plenitud de su palabra” en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica. Junio-Julio 1998, Número 330-331, México: Nueva Época. FCE.

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