“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”.
Gabriel García Márquez.
“Pasado en claro” es un poema largo de resonancia
autobiográfica donde Paz recupera recuerdos de la infancia y adolescencia.
Recuerdos que él llama sombras porque los percibe difusos y se pregunta si no
los estará inventando. El poema habla de cómo poco a poco los va recuperando
aunque camine siempre “por esa linde de
duda” (36-37)[1]. Al ponerlos
en palabras el poeta nos dice lo difícil que le resulta expresar las
sensaciones que le evocan. Lo que comienza como un balbuceo va tomando forma
hasta encontrar un lenguaje que los nombra, que los rescata de su naturaleza
efímera; un lenguaje que nos hablará del poeta mismo: “Me fui tras un murmullo
de lenguajes, / ríos entre pedregales/ […] pasos dentro de mí, oídos con los
ojos,/ el murmullo es mental, yo soy mis pasos,/ oigo las voces que yo pienso,/
las voces que me piensan al pensarlas./ Soy la sombra que arrojan mis palabras”
(v. 580-81; 600-05).
En el epígrafe Paz nos introduce en el
tema al citar el “Preludio o el desarrollo de la mente del poeta” de Wordsworth
donde el poeta inglés, ya viejo, escribe una biografía rescatando su infancia y juventud, reflexionando
acerca de las cosas que influyeron en su poesía y qué le hizo tomar la decisión
de ser poeta. Ello nos hace pensar que
Octavio Paz hará un ejercicio similar en “Pasado en claro”, trayendo del pasado
sus recuerdos y con ellos vestir al poema.
Es, por lo tanto, un poema muy íntimo y personal.
Analizando la estructura interna del poema
y su relación con el tema antes descrito, nos encontramos con una imagen
(dentro del mismo poema) que muestra, de manera puntual, la forma en que está construido:
se trata del “baniano”:
Me alejo de mí mismo,/ sigo los titubeos de
esta frase,/ senda de piedra y de cabras./ Relumbran las palabras en la
sombra./ Y la negra marea de las sílabas/ cubre el papel y entierra/ sus raíces
de tinta/ en el subsuelo del lenguaje./ Desde mi frente salgo a un mediodía/
del tamaño del tiempo./ El asalto de siglos del baniano/ contra la vertical
paciencia de la tapia/ es menos largo que esta momentánea/ bifurcación del
pensamiento/ entre lo presentido y lo sentido. (v. 21-35)
Me extiendo
en esta cita porque en ella se resumen no sólo las fuentes, la estructura y el
desarrollo del poema, también ella deja ver el trabajo de escritura del poeta. Se
puede decir que “Pasado en claro” está tejido orgánicamente a la manera del
baniano.
El baniano es un árbol perteneciente al
Género Ficus también conocido como Higuera
de Bengala. Es de la misma especie que la higuera de México (árbol que
también menciona Paz en el poema) pero difiere en tamaño y estructura. El
baniano tiene características muy particulares que lo convierten en uno de los
árboles más grandes que existen. En el Jardín Botánico de Nueva Delhi
encontramos uno de 125 metros de diámetro en extensión. Es como un pequeño
bosque formando el tallo del árbol. A medida que las ramas se extienden
horizontalmente van enviando raíces aéreas comúnmente llamadas lianas que,
cuando tocan la tierra, forman troncos suplementarios que enraízan en el suelo
engordando el árbol tanto vertical como horizontalmente sin desprenderse del
tronco madre. Esto le permite al árbol irse extendiendo hasta ocupar
superficies muy grandes. Bajo su sombra se refugian los caminantes y una
multitud de animales; sirve de paso a los rebaños y es vía de tránsito de un
lado a otro; es un lugar de encuentro y reunión: bajo la techumbre se instalan
mercados ambulantes usando las ramas como repisas y percheros; entreverados en
la enramada se han construido templos y es considerado por numerosas religiones
de la India como un árbol sagrado; para la mitología hindú representa la vida
eterna.
Ahora
imaginemos al poeta recorriendo el baniano real durante su estancia en la India,
y cómo esa experiencia le pudo haber traído a la memoria momentos vividos en el
jardín de la casa del abuelo y con ellos, su infancia y adolescencia; el
baniano habría funcionado como un portal trasladándolo a otro espacio y otro tiempo.
Los sonidos, los olores, y las sensaciones ahí percibidas dispararon los
recuerdos que, una vez recuperados, fueron conformando su poema. El baniano es
la realización de lo maravilloso, el cuento hecho realidad de lo jamás
imaginado para un árbol; algo que debe haber impactado de manera importante al
poeta tan sensible y curioso de la naturaleza y sus criaturas. Pensemos que en
lugar de abrazarlo, lo penetramos “abrazándolo” por dentro; ¿hay algo más
extraño que eso? Al decir que lo podemos “recorrer” ya estamos hablando de una
imposibilidad para la mayoría de los árboles y por ello el recorrido constituye
una fuente de goce en sí mismo. Acerca del goce Roland Barthes dice: “Mi goce
sólo puede llegar con lo nuevo absoluto
pues sólo lo nuevo trastorna (enferma) la conciencia”.[2] ¿El
origen de esta aseveración? Freud: “En el adulto, la novedad constituye siempre
la condición del goce” (en El placer…,
67).
El baniano como metáfora del poema es un
árbol-monstruo de múltiples ramificaciones, obsceno en sí mismo, que se
desborda, extendiéndose indefinidamente
ocupando los espacios adyacentes, invadiéndolos y nutriéndose de ellos.
Árbol que vuelve al sustrato en un movimiento reversible, a contrapelo de su
crecimiento original y que se alimenta de un subsuelo “otro” del que se sigue
nutriendo indefinidamente: es una involución contranatura que olvida su
naturaleza arbórea; atomización de la materia que la hace porosa, transparente;
ahora los organismos que la habitan la pueden recorrer; pliegues y hendeduras
que forman pasillos: sendas de polvo y sombra; materia capaz de atravesar otra
materia de igual o mayor densidad rompiendo las reglas de la física: nos hemos
vuelto partículas y podemos atravesar el muro vegetal; es un rizoma que pierde
su origen: no hay centro ni dirección, la regla de lo uno se rompe, es lo
multiforme, lo monstruoso. Octavio Paz
lo describe como: “La mil hojas, / verdinegra escultura del murmullo,/ jaula de
sol y la centella/ breve del chupamirto: la higuera primordial/ capilla vegetal
de rituales/ polimorfos, diversos y perversos” (v. 132-37). Árbol-baniano como la escritura de Paz que ha
sido descrita como desbordada, dilatada: “La amplitud del dominio abordado, el
dilatado alcance de imponente envergadura que su palabra pone en obra […]”. (Yurikievich en La Gaceta.)[3]
El baniano es una metáfora tan extensa que
abarca todo el poema, se infiltra en los más pequeños detalles, lo cubre todo
con su sombra.
Conforme leemos el poema vemos a Octavio
Paz recorriendo los pasajes inventados por el baniano, muros de árboles y viento que le ofrecen sus
rumores para ser “oídos con el alma” (v.1), recuerdos de sensaciones que lo
llevan al pasado, sonidos de insectos atrapados en su mente y sombras que lo
trasladan a la casa del abuelo en Mixcoac. Poema que va extendiendo sus ramas
abrevando de los recuerdos de polvo y tierra. (v. 22) El poeta escribiendo sus
primeras páginas en la biblioteca del abuelo; sus maestros, los autores que ahí
mismo descubrió: libros de “(estampas: los volcanes, los cúes y, tendido,/
manto de plumas sobre el agua,/ Tenochtitlán todo empapado en sangre)”
(v.89-91); de historias y aventuras que le hablaban de: “Abderramán, Pompeyo,
Xicoténcatl,/ batallas en el Oxus […]” (v. 130); libros de literatura que
marcaron su escritura: “[…] y lloré con el humo de la pira/ del domador de
potros;/ vagué por la arboleda navegante/ que arrastra el Tajo turbiamente
verde:/ la líquida espesura se encrespaba tras la fugitiva Galatea” (v.
251-56); “[…] vi demonios en el Gobi; / en la gruta nadé con la sirena/ (y
después, en el sueño purgativo, […])” (v. 262-64); comió de “la cesta verbal de
Villaurrutia” y pasó noches insomnes leyendo a Ovidio. Se nutrió del sustrato literario de Homero,
de Plinio el Viejo, de Apuleyo, de Dante, de Pérez Galdós y otros que fueron
“leídos en las tardes diluviales/ el cuerpo tenso, la mirada intensa./ Nombres
anclados en el golfo/ de mi frente:” (v. 279-83). En un profundo diálogo con
ellos y consigo mismo fue aprendiendo el oficio de ser poeta: “La higuera, sus
falacias y su sabiduría:/ prodigios de la tierra/ –fidedignos, puntuales,
redundantes–/ y la conversación con los espectros [como Odiseo hizo con
Tiresias]./ Aprendizajes con la higuera:/ hablar con vivos y con muertos./ También
consigo mismo” (v. 203-09); hasta ese momento, en que, como una epifanía, se
manifiesta su vocación de poeta: “yo escribo porque el druida,/ bajo el rumor
de sílabas del himno,/ me dio el gajo de muérdago, el conjuro/ que hace brotar
palabras de la peña” (v. 83-87).
El baniano también es la metáfora del
cuerpo y sus deseos. Paz la nombra: “[…] la higuera primordial / capilla vegetal
de rituales/ polimorfos, diversos y perversos./ Revelaciones y abominaciones:/
el cuerpo y sus lenguajes/ entretejidos, nudo de fantasmas/ […]” (v. 135-140).
El cuerpo de la sombra que persigue es una higuera donde corre una savia
“lechosa y acre” (v. 26): “[…]/ Zumbar de abejas en mi sangre:/ el blanco
advenimiento./ Me arrojó la descarga/ a la orilla más sola” (v. 397-400);
soledad del acto iniciático que lo saca de la infancia para ser otro; momento
de éxtasis que lo funde con el entorno, que detiene el tiempo en un instante y
sacraliza al cuerpo: “[…]/ –allá dentro los cables del deseo/ fingen
eternidades de un segundo/ que la mental corriente eléctrica/ enciende, apaga,
enciende, / resurrecciones llameantes/ del alfabeto calcinado;/ […]” (v. 183-88).
Ese momento es el “[…] el tiempo y sus epifanías./ No me habló dios entre las
nubes;/ entre las hojas de la higuera/ me habló el cuerpo, los cuerpos de mi
cuerpo” (v.378-81). El baniano es el
deseo sexual que surge en el descubrimiento de su cuerpo como un cuerpo otro, y
que en el intrincado laberinto de sus ramas y follaje, en sus pliegues, en sus
vacíos creados se adentra en el misterio: “La hendedura del tronco:/ sexo,
sello, pasaje serpentino/ cerrado al sol y a mis miradas , abierto a las hormigas”
(v.151-54). Octavio Paz también escribe con el cuerpo: “Atónita en lo alto del
minuto/ la carne se hace verbo […]” (v. 404-5).
Es
también la metáfora del tiempo sin tiempo, eterno, porque el espacio se ha
fragmentado hasta el infinito en esa multiplicidad que es el bosque dentro del
árbol: perderse en el bosque, dar vueltas sobre el camino ya andado en un
movimiento laberíntico, rizoma vegetal de tiempo y espacio: “[…] un solo
tiempo/ que ya no fuese tiempo, un tiempo/donde siempre es ahora y a todas horas siempre,
/ […]” (v. 392).
El baniano es el monstruoso Polifemo, el
cíclope “de muchas palabras” con su único “tercer ojo” o el ojo espiritual en
el centro de la frente, el Ajna-Chakra o el ojo de la sabiduría, sede del
“maestro interior” y portal a los mundos interiores: “La hendedura fue pórtico/
del más allá de lo mirado y lo pensado:/ allá dentro son verdes las mareas/ la
sangre es verde, el fuego verde,/ entre las yerbas negras arden estrellas
verdes:/ es la música verde de los élitros/ en la prístina noche de la higuera;
[…]” (v. 155-61).
“Pasado en claro” es la búsqueda de las
palabras que puedan nombrar estos recuerdos siendo testigos, nosotros lectores,
de los “titubeos de una frase” (v. 22), de la “ondulación de sombras, visos,
ecos,/ no escritura de signos: de rumores.” (v. 119-20). “Pasado en claro”, una escritura hecha de
rumores; baniano-maraña de voces, ecos y murmullos donde el lenguaje se dice y
“[…] se desdice” (v.39), donde las palabras relumbran en la sombra y hablan
como si lo hicieran por vez primera; “pueblo sin nombre de sensaciones” (v. 197):
bajo su sombra habita el poeta.
Lourdes Noriega.
Puebla, Puebla 2014.
[1] Obra poética II.
Octavio Paz. (2): México, D. F., FCE.
Todas las citas se refieren a este libro y a renglón seguido, entre paréntesis,
va el número de verso.
[2]
Barthes, R. El
placer del texto y Lección inaugural. (1974): México, Siglo XXI. pp. 66-67.
[3]
“A Octavio Paz, por la plenitud de su palabra”
en La Gaceta del Fondo de Cultura
Económica. Junio-Julio 1998, Número 330-331, México: Nueva Época. FCE.
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