miércoles, 15 de agosto de 2012

"Malena en ...". C. XVIII: Volar.


Cuadro 13.

Fenómeno de ingravidez.



Remedios Varo comentó a su hermano en una ocasión que en este cuadro “la tierra escapa de su eje y su centro de gravedad, al grandísimo asombro del astrónomo que trata de conservar su equilibrio encontrándose con el pie izquierdo en una dimensión, y con el derecho en la otra”. Extraño, me trasmite más que asombro una determinación en la mirada a salir volando por la ventana, sus brazos alzados, la pierna derecha a punto de despegar, la izquierda, flotando ya en el espacio. El hombre viste un traje color café. Nuevamente vemos el signo de libertad reflejado en el color café de la vestimenta. El globo terráqueo con su luna pertenece ya  al cuarto que flota, y por eso al hombre ya no le afecta la gravedad. Hacia afuera de la ventana vemos un cielo nublado sin límites. La imagen es increíble, refleja algo que siempre quise hacer: volar. Me encuentro en uno de los lugares que más me gustan de la casa: la azotea. Durante la tarde soy la única dueña de este espacio.  El tendedero se encuentra vacío, sus hilos colgando libres al viento.  Abajo veo el jardín también vacío.  Así debe estar.  Yo debo estar sola para poder volar.  Me acerco al pretil que me separa del vacío e imagino… no,  no imagino, tengo la absoluta certeza de que puedo volar.  El borde presiona mis piernas al inclinarme un poco para ver la extensión que voy a recorrer y pienso: si ahorita me lanzo, podré volar,  y sé que el aire podrá sostenerme porque esta denso, no  me estrellaré contra el piso,  sé que debo pensar en eso,  porque si no,  me caería;  sé que todo depende del poder de mi mente, y entonces dirijo la mirada hacia donde me voy a lanzar  y me lanzo… al principio, dudo un poco porque veo acercarse el piso peligrosamente, pero recupero mi confianza y gano altura logrando pasar por encima de la barda del vecino y luego… la máxima sensación que pueda experimentarse: ¡volar!  Volar sobre las casas que ahora veo pequeñitas y acercarme a las nubes, atravesarlas una y otra vez con el viento rozando mi cuerpo, extiendo los brazos para equilibrarme,  muevo mi cuerpo levemente para subir o bajar, giro a la derecha o a la izquierda.  ¿Quién dijo que los humanos no podían volar?  ¡Yo puedo volar!  Mi hermana ha salido al jardín y me ve parada en el borde de la azotea, no me dice nada pero adivina en mi mirada lo que estoy haciendo.  Yo la veo y ese momento maravilloso desaparece porque tengo que estar sola para poder volar.  Mañana, cuando no haya nadie, vendré de nuevo y volveré a volar.

Continuará.

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