Cuadro
13.
Fenómeno de ingravidez.
Remedios
Varo comentó a su hermano en una ocasión que en este cuadro “la tierra escapa
de su eje y su centro de gravedad, al grandísimo asombro del astrónomo que
trata de conservar su equilibrio encontrándose con el pie izquierdo en una
dimensión, y con el derecho en la otra”. Extraño, me trasmite más que asombro
una determinación en la mirada a salir volando por la ventana, sus brazos
alzados, la pierna derecha a punto de despegar, la izquierda, flotando ya en el
espacio. El hombre viste un traje color café. Nuevamente vemos el signo de
libertad reflejado en el color café de la vestimenta. El globo terráqueo con su
luna pertenece ya al cuarto que flota, y
por eso al hombre ya no le afecta la gravedad. Hacia afuera de la ventana vemos
un cielo nublado sin límites. La imagen es increíble, refleja algo que siempre
quise hacer: volar. Me encuentro en uno de los lugares que más me gustan de la
casa: la azotea. Durante la tarde soy la única dueña de este espacio. El tendedero se encuentra vacío, sus hilos
colgando libres al viento. Abajo veo el
jardín también vacío. Así debe
estar. Yo debo estar sola para poder
volar. Me acerco al pretil que me separa
del vacío e imagino… no, no imagino,
tengo la absoluta certeza de que puedo volar.
El borde presiona mis piernas al inclinarme un poco para ver la
extensión que voy a recorrer y pienso: si
ahorita me lanzo, podré volar, y sé
que el aire podrá sostenerme porque esta denso, no me estrellaré contra el piso, sé que debo pensar en eso, porque si no,
me caería; sé que todo depende
del poder de mi mente, y entonces dirijo la mirada hacia donde me voy a
lanzar y me lanzo… al principio, dudo un
poco porque veo acercarse el piso peligrosamente, pero recupero mi confianza y
gano altura logrando pasar por encima de la barda del vecino y luego… la máxima
sensación que pueda experimentarse: ¡volar!
Volar sobre las casas que ahora veo pequeñitas y acercarme a las nubes,
atravesarlas una y otra vez con el viento rozando mi cuerpo, extiendo los
brazos para equilibrarme, muevo mi
cuerpo levemente para subir o bajar, giro a la derecha o a la izquierda. ¿Quién dijo que los humanos no podían volar? ¡Yo puedo volar! Mi hermana ha salido al jardín y me ve parada
en el borde de la azotea, no me dice nada pero adivina en mi mirada lo que
estoy haciendo. Yo la veo y ese momento
maravilloso desaparece porque tengo que estar sola para poder volar. Mañana, cuando no haya nadie, vendré de nuevo y
volveré a volar.
Continuará.
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