martes, 14 de agosto de 2012

"Malena en ...". C. XIX: ¡Al fin libre!


Cuadro 14.


Tránsito en espiral.

Cuadro encantador, hipnótico. Estoy frente a él en el Museo de Arte Moderno en México, y no puedo creer que lo tenga aquí, al alcance de la mano. Me encanta, ya lo dije. Sus formas, sus colores, sus tonalidades, su tema. Esta espiral que remite a lo infinito, al eterno retorno, a no saber dónde termina el viaje, como mi viaje, el que ahora hago en estas páginas. Con qué terminaré este escrito, qué evento puede marcar el fin de un viaje si todavía no se acaba, en qué punto me podré subir a la barca que guía un hombrecillo con traje color azul, cuándo saldré de esta cárcel-escuela que se encuentra en el centro de la espiral con su gran torre,  ventana de la torre donde vemos un pájaro ya sin jaula pero que no alza el vuelo porque le han cortado las alas: “probablemente su canto repite el único discurso que ha conocido”, torre de david, torre de marfil, casa de oro que mantiene a las alumnas encerradas bordando el mundo que les dictan vivir, barca que guía un hombrecillo oculto bajo un toldo, novio disfrazado de gondolero que se dirige hacia el centro de la trampa con su mercancía amordazada en su mortaja de lino blanco, “vestido de novia”,  jóvenes estudiantes que por propia iniciativa deciden internarse en el laberinto en sus barcas “huevo” más pequeñas, carneros encerrados en los patios interiores de las construcciones medievales: la sexualidad contenida, murallas en precipicio que se hunden en el mar, puertas que desembocan al mar abierto lleno de tiburones, o al canal del laberinto para que no puedan escapar, hileras de ventanas altas para que nadie vea y conozca la realidad de allá afuera, patios cerrados, jardines de árboles secos sin puertas de acceso. Laberinto-trampa, no como lo interpreta Janet y otros autores que hablan de “un viaje de carácter espiritual, donde la espiral supone el desenvolvimiento de la consciencia”, o “el uso de la espiral cósmica como una geometría sagrada para potenciar la conexión entre los humanos y el cosmos”.  Pero el cuadro de Varo me dice otra cosa: me muestra una espiral que no tiene nada de liberación y mucho de trampa, de encierro y de coerción.  Si me pudiera alejar del encuadre que hizo Remedios, vería un mar infinito con múltiples torbellinos acuáticos punteando la superficie. Trampas que surgen del fondo de los abismos para atraer a sus presas. Corolas de una flor medieval con su centro en picada: rosa mística, vaso espiritual.

Pero no quiero ver la intención que yo pienso tuvo Varo al pintarlo, quiero darle la vuelta al sentido del laberinto.  Para ello, voy a invertir la dirección que llevan las barcas imaginándome otro final, uno que vaya con mis sueños y esperanzas: así que ahora las barcas, en lugar de dirigirse hacia el centro del laberinto, con todas las connotaciones que ello implica, irán hacia afuera, en el sentido de las manecillas del reloj camino al mar, símbolo de libertad. Las barcas recogerán a las estudiantes que han estado encerradas en la torre del pájaro alejándolas de ahí. Veo una barca vacía al pie de las escaleras de la torre: ella espera pacientemente a que salga una estudiante para llevársela. El agua que circula en el laberinto forma una corriente en sentido inverso al que antes tenía, alejando las barcas fuera del centro de atracción del sistema. La función de éstas ha cambiado: ya no llevan a las mujeres hacia la fortaleza-torre, ahora las sacan de ahí y se dirigen hacia la salida como expulsadas por una fuerza centrífuga. Algunas barcas no llevan guía, como la que te liberó a ti, Varo, porque tuviste la fuerza para salir por ti misma; te veo en ese pequeño huevo flotante que se dirige a la salida con tu uniforme azul: Varo saliendo  del laberinto medieval en una barca que se mueve con una vela, liberándose de un pensamiento que buscaba encerrarla por siempre en la torre, viajando hacia la salida, hacia ese mar infinito que algunas buscamos y soñamos en nuestra torre-cárcel.  Sin embargo, yo viajo en una barca distinta a la tuya, mi cuerpo amordazado ha sido colocado al frente y la maneja un hombrecillo en traje azul, no es el hombrecillo de traje café que guiaba a las estudiantes del primer cuadro, y eso me reconforta. Es así,  porque yo no tuve la fuerza para salir por mis propios medios, porque no me expulsaron de la escuela, porque no me atreví a gritar cuánto deseaba hacerlo, porque no respondí a sus golpes y humillaciones, porque nunca pude expresar mi odio hacia las celadoras, ni hacia la niña ojos de gato que me mortificaba. Y voy amordazada porque tuve que protegerme aislándome en  un lugar seguro y cálido como la crisálida de una mariposa, pero como ella, pronto romperé el capullo para salir transformada. Tengo tiempo: antes de alcanzar el mar ya me habré deshecho de las vendas que me protegieron. Este camino es un retroceder en el tiempo hacia el vientre materno donde nada amordazaba mi cuerpo, a un nuevo nacimiento, a la libertad que he estado buscando y que ahora puedo, por primera vez, empezar a construir.

Ahora los laberintos no se ven como trampas en la vastedad del mar, sino como espacios por donde escapar, como los torbellinos que vemos en el cuadro: El mundo de más allá, donde una mujer salta desnuda de la carabela que la tenía aprisionada, para caer en ellos y nadar libremente hacia su nuevo destino: para Remedios Varo, América; para mí, la Universidad.
El mundo de más allá.
 
FIN

Puebla, octubre 2011.

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