Cuadro
14.
Tránsito en espiral.
Cuadro encantador, hipnótico. Estoy
frente a él en el Museo de Arte Moderno en México, y no puedo creer que lo
tenga aquí, al alcance de la mano. Me encanta, ya lo dije. Sus formas, sus
colores, sus tonalidades, su tema. Esta espiral que remite a lo infinito, al
eterno retorno, a no saber dónde termina el viaje, como mi viaje, el que ahora
hago en estas páginas. Con qué terminaré este escrito, qué evento puede marcar
el fin de un viaje si todavía no se acaba, en qué punto me podré subir a la
barca que guía un hombrecillo con traje color azul, cuándo saldré de esta
cárcel-escuela que se encuentra en el centro de la espiral con su gran torre, ventana de la torre donde vemos un pájaro ya
sin jaula pero que no alza el vuelo porque le han cortado las alas: “probablemente
su canto repite el único discurso que ha conocido”, torre de david, torre de marfil, casa de oro que mantiene a las
alumnas encerradas bordando el mundo que les dictan vivir, barca que guía un
hombrecillo oculto bajo un toldo, novio disfrazado de gondolero que se dirige
hacia el centro de la trampa con su mercancía amordazada en su mortaja de lino
blanco, “vestido de novia”, jóvenes
estudiantes que por propia iniciativa deciden internarse en el laberinto en sus
barcas “huevo” más pequeñas, carneros encerrados en los patios interiores de
las construcciones medievales: la sexualidad contenida, murallas en precipicio
que se hunden en el mar, puertas que desembocan al mar abierto lleno de
tiburones, o al canal del laberinto para que no puedan escapar, hileras de
ventanas altas para que nadie vea y conozca la realidad de allá afuera, patios
cerrados, jardines de árboles secos sin puertas de acceso. Laberinto-trampa, no
como lo interpreta Janet y otros autores que hablan de “un viaje de carácter
espiritual, donde la espiral supone el desenvolvimiento de la consciencia”, o “el
uso de la espiral cósmica como una geometría sagrada para potenciar la conexión
entre los humanos y el cosmos”. Pero el
cuadro de Varo me dice otra cosa: me muestra una espiral que no tiene nada de
liberación y mucho de trampa, de encierro y de coerción. Si me pudiera alejar del encuadre que hizo
Remedios, vería un mar infinito con múltiples torbellinos acuáticos punteando
la superficie. Trampas que surgen del fondo de los abismos para atraer a sus
presas. Corolas de una flor medieval con su centro en picada: rosa mística, vaso espiritual.
Pero no quiero ver la
intención que yo pienso tuvo Varo al pintarlo, quiero darle la vuelta al sentido
del laberinto. Para ello, voy a invertir
la dirección que llevan las barcas imaginándome otro final, uno que vaya con
mis sueños y esperanzas: así que ahora las barcas, en lugar de dirigirse hacia el
centro del laberinto, con todas las connotaciones que ello implica, irán hacia
afuera, en el sentido de las manecillas del reloj camino al mar, símbolo de
libertad. Las barcas recogerán a las estudiantes que han estado encerradas en
la torre del pájaro alejándolas de ahí. Veo una barca vacía al pie de las
escaleras de la torre: ella espera pacientemente a que salga una estudiante
para llevársela. El agua que circula en el laberinto forma una corriente en
sentido inverso al que antes tenía, alejando las barcas fuera del centro de
atracción del sistema. La función de éstas ha cambiado: ya no llevan a las
mujeres hacia la fortaleza-torre, ahora las sacan de ahí y se dirigen hacia la
salida como expulsadas por una fuerza centrífuga. Algunas barcas no llevan guía,
como la que te liberó a ti, Varo, porque tuviste la fuerza para salir por ti misma;
te veo en ese pequeño huevo flotante que se dirige a la salida con tu uniforme
azul: Varo saliendo del laberinto
medieval en una barca que se mueve con una vela, liberándose de un pensamiento
que buscaba encerrarla por siempre en la torre, viajando hacia la salida, hacia
ese mar infinito que algunas buscamos y soñamos en nuestra torre-cárcel. Sin embargo, yo viajo en una barca distinta a
la tuya, mi cuerpo amordazado ha sido colocado al frente y la maneja un
hombrecillo en traje azul, no es el hombrecillo de traje café que guiaba a las
estudiantes del primer cuadro, y eso me reconforta. Es así, porque yo no tuve la fuerza para salir por mis
propios medios, porque no me expulsaron de la escuela, porque no me atreví a
gritar cuánto deseaba hacerlo, porque no respondí a sus golpes y humillaciones,
porque nunca pude expresar mi odio hacia las celadoras, ni hacia la niña ojos
de gato que me mortificaba. Y voy amordazada porque tuve que protegerme aislándome
en un lugar seguro y cálido como la
crisálida de una mariposa, pero como ella, pronto romperé el capullo para salir
transformada. Tengo tiempo: antes de alcanzar el mar ya me habré deshecho de
las vendas que me protegieron. Este camino es un retroceder en el tiempo hacia
el vientre materno donde nada amordazaba mi cuerpo, a un nuevo nacimiento, a la
libertad que he estado buscando y que ahora puedo, por primera vez, empezar a
construir.
Ahora
los laberintos no se ven como trampas en la vastedad del mar, sino como
espacios por donde escapar, como los torbellinos que vemos en el cuadro: El mundo de más allá, donde una mujer
salta desnuda de la carabela que la tenía aprisionada, para caer en ellos y
nadar libremente hacia su nuevo destino: para Remedios Varo, América; para mí,
la Universidad.
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El mundo de más allá. |
FIN
Puebla,
octubre 2011.
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