miércoles, 15 de febrero de 2012

PREMIO ENSAYO SOBRE LITERATURA COREANA

Para todos aquellos que no recibieron mi correo (por no tenerlos, o no encontrarlos en mis contactos), les quiero compartir lo siguiente:

Con la magnífica noticia de que recibí el Primer Lugar en el concurso de Ensayo sobre Literatura Coreana realizado por Ediciones del Ermitaño este año. El título: La cometa: símbolo de una vida errante en la novela "La raya" de Kim Joo-Young, es una reflexión que habla del símil entre la vida que llevan algunos personajes en la novela y las cometas o, como les llamamos en México, los papalotes. Les envío el texto para aquellos que les interese. 

La premiación se llevará a cabo el día 20 de febrero del 2012 en Casa Refugio, Citlaltépetl 25, Col. Hipódromo Condesa, México, D.F. a las 7 pm. 
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La cometa: símbolo de una vida errante en la novela “La raya” de Kim Joo-Young
Presenta

Lourdes Noriega Mendoza
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Creo que el fragmento es la forma que mejor refleja esta realidad en movimiento que vivimos y que somos. Más que una semilla, el fragmento es una partícula errante que sólo se define frente a otras partículas: no es nada si no es una relación.
Corriente alterna. Octavio Paz.
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La raya de Kim Joo-Young cuenta la historia de un padre que abandona a su esposa y a su hijo de ocho años después de haber cometido adulterio con una mujer casada. La esposa ofendida trata de mantener una actitud digna aislándose de la comunidad y guardando un silencio corrosivo frente a su hijo. Seyong se aferra a los pocos indicios que tiene de su padre con añoranza al principio, pero poco a poco el odio que siente hacia él por su abandono va siendo proyectado en la madre que no cultiva su recuerdo. El padre regresa después de seis años provocando un sisma emocional y cultural en la familia.
Los personajes giran alrededor del padre aunque éste no se encuentre presente y su relación con él se tensa y se suelta a la manera en que lo hace el hilo de la cometa. En su momento, Samñe, la joven que llega a refugiarse a la casa de Seyong sustituirá al padre; luego, lo hará el hombre cóndor, después, la madre de su medio hermano Hoyong, y por último, su propia madre. Seyong será el encargado de sostener la cuerda de los cinco personajes que se mueven al ritmo de una cometa. Un juego donde el viento, el niño, la cometa y el hilo determinarán el mundo de los sentimientos de Seyong y la propia historia de los personajes.
El movimiento zigzagueante y errático de la cometa, su estabilidad precaria, y los cambios bruscos de dirección, semejan la vida de los personajes en la historia. Es por ello que llamamos a estos personajes: seres-cometas.  Por otro lado, es importante la relación que se establece entre el jugador y la cometa a través del hilo. En este caso, serán Seyong y su madre los principales jugadores. De esta relación surgirá el sentido del juego de la cometa.

                                       LOS PAPALOTES
En México a la cometa la conocemos con el nombre de papalote, que viene de la palabra náhuatl: papalotl o mariposa. La analogía se origina en el vuelo que sigue la mariposa al desplazarse en el aire con movimientos zigzagueantes y de cambios bruscos; también, en la manera en que las alas “papalotean”. En la novela de Joo-Young el movimiento de una raya en el agua se compara con el vuelo de un papalote. La larga cola que acompaña a las cometas planas también remite a la gran cola de este animal acuático. La madre de Seyong le construye con retazos de tela sobrante de su trabajo como costurera, cometas en forma de diamante para que juegue con ellas. Para Seyong estas cometas están íntimamente relacionadas con el recuerdo de su padre, cuyo rostro tiene un gran parecido con la raya seca que cuelga fuera de la cocina. De hecho, al padre lo apodaban: Raya.
A lo largo del relato nos encontraremos con otros seres que usan las corrientes de aire para volar como las aves, las mariposas, las semillas del diente de león, y los copos de nieve que caen durante el invierno.
El descubrimiento de los papalotes se pierde en el tiempo, pero se puede  pensar que fue el resultado de la observación de objetos como pancartas o banderas, al ser levantados y arrastrados por el viento. Cuando se les colocó varillas atravesadas dieron lugar a los papalotes. Estos instrumentos o juguetes, al ser movidos por el viento, un fenómeno invisible e incontrolable, dotan a quien los vuela de una relación espiritual muy especial, pues le permite ser parte de una poderosa y lejana fuerza.  Es por esto que los papalotes han alcanzado y mantenido un significado mítico y religioso en numerosas culturas, especialmente en el mundo oriental. El papalote es una forma de unión mágica y extraordinaria con las fuerzas del cielo.
Se cree que los papalotes se originaron en China hace más de 3000 años. De ahí se extendió a otros lugares como Japón, Corea, Malasia, Indonesia, Islas del Pacífico y la India donde sufrió modificaciones importantes según la cultura. En Europa se tienen registros del siglo V a.C. pero se desconoce si fueron traídos de Asia. En América no se han encontrado papalotes indígenas.
Se le han dado muchos usos al papalote: desde el militar, hasta la más extendida como diversión. La historia más ampliamente conocida de sus orígenes en China describe el uso que le dio el general Han Hsin a un papalote durante un asalto militar. El general voló una cometa sobre las murallas del palacio con el fin de determinar la distancia que lo separaba de la fortaleza. Usando el largo de la línea como guía, construyó un túnel bajo la muralla y sorprendió a quienes lo defendían. Otra leyenda nos habla de que durante la dinastía Han los papalotes se usaban para crear terror en las filas enemigas. Se volaban durante la noche por encima del campo enemigo con hileras de bambú amarrados a sus colas. Los espías dentro del campo extendían el rumor de que esos terribles sonidos eran las voces de los dioses profetizando que los invasores perderían la batalla. Los funestos presagios hacían que el enemigo se retirara. Los chinos alcanzaron un grado de perfección muy alto en la construcción de sus papalotes logrando construir unos capaces de sostener a una persona en lo alto, usándolos como puestos de observación. Japón, en contraste al uso tecnológico y funcional de la cometa que le dieron los chinos, la valoró como símbolo ceremonial y religioso. Su figura está presente en numerosas pinturas religiosas, en fábulas y  en cuentos de héroes míticos.
Desde la forma rectangular básica originada en China, cada cultura ha aportado sus propios diseños. En Japón, los diseños figurativos fueron de suma importancia. Las formas humanas, de animales y de objetos han sido inspiración para sus creadores. Aún formas más modernas de cometas como los aeroplanos, son representados comúnmente en sus diseños.
En Corea encontramos cometas de pelea donde se compite con otros jugadores para cortar el hilo de sus oponentes, recubriendo la cuerda con polvo de vidrio o porcelana. Se usan también cuchillos diseñados especialmente para ellas, cuyo fin es el de soltar el papalote del oponente.
En Malasia se tiene también una larga tradición de cometas.  Cometas en forma de hoja les permite a los pescadores nativos sostener la carnada levemente suspendida por encima del nivel del agua sin alertar a su presa. Generalmente estos papalotes se construyen con hojas reforzadas con tiras de bambú.
Desde hace mucho tiempo, en la Polinesia, las cometas han sido muy importantes porque son vistas como instrumentos para hacer contacto con los cielos. Se tienen registros de historias donde los papalotes simbolizan dioses o son sus juguetes. En muchos casos, están asociados a los pájaros y se construyen imitando sus figuras. También las hay de figuras humanas, de tortugas, y de formas abstractas aún en las más antiguas. En muchos casos se usaron telas de la región combinadas con madera, conchas, y plumas que producían sonidos durante el vuelo.  
En occidente se le ha dado un uso científico además del recreativo. La aeronáutica, las velas, los parapentes, y los instrumentos meteorológicos han sido el resultado de los papalotes. Los experimentos de Alexander Wilson en 1749 y de Benjamín Franklin en 1752 llevaron a la construcción del pararrayos y otros instrumentos meteorológicos. Otra aplicación importante fue el desarrollo de la configuración del aeroplano en 1804 por Sir George Cayley que posteriormente llevó a la creación de los primeros aeroplanos tripulados por el hombre con los hermanos Wright. De ahí, toda la industria aeronáutica hasta los parapentes.
Pero del juego del papalote es de lo que quiero hablar.  El papalote como juguete combina una serie de elementos que lo hace fascinante: su principio es el mismo que encontramos en la pesca y tal vez por ello en la novela siempre se hace referencia a los peces. Estos principios son los siguientes: hay una persona unida con una fuerza de la naturaleza a través de un hilo, y su relación con ella implica un juego de tensiones. El hilo se rompe liberando a la presa-papalote, cuando el que maneja la caña o el hilo de la cometa no interactúa adecuadamente con esa fuerza, o cuando el hilo no tiene la resistencia adecuada y se rompe. Quien haya volado una cometa o haya ido a pescar sabrá que dependerá de su capacidad para “sentir” las señales que le envía la cometa o el pez atrapado en el anzuelo, y de la habilidad para responder adecuadamente a esos estímulos, para que logre su objetivo. Es toda una combinación entre “soltar hilo”, “bombear” (jalar la caña de pescar con pequeños movimientos), o  “recoger la línea”, lo que permite levantar y mantener un papalote en el aire, o pescar al pez.
Ahora, volvamos al papalote. Su magia consiste en manipular el viento a nuestro favor. Siendo éste un fenómeno intangible e incontrolable, resulta estimulante poder jugar con él. La connotación mágica y religiosa de las cometas tiene que ver con esta relación lúdica entre una persona y una fuerza de la naturaleza. La fuerza se trasmite por el hilo y llega a la persona que la maneja. El cuerpo vibra con su movimiento a través de la mano y del brazo. Pensar que el papalote traduce lo que el viento le está diciendo. Pensar que el papalote, a su vez,  envía ese mensaje al jugador a través del hilo.
Cuando sostengo el papalote en el aire miro el cielo y me olvido de lo que está sucediendo en el suelo. Es un tiempo de meditación y apertura a lo que me dice el viento. El lenguaje del viento no está hecho de palabras sino de puntos e intensidades que se trasmiten a través de movimientos: jalar y soltar, girar a la derecha o a la izquierda, arriba o abajo, una vuelta, un rizo, o detenerse, siempre con distinta intensidad y duración. En esos momentos me olvido del mundo y de sus palabras que son las de los hombres. Pensar en el viento como el aliento de un ser sobrenatural que no veo. Comunicarme con él a través del papalote, jugar con él, interactuar con él. ¿No es esto maravilloso? El tacto y el oído son los sentidos que me unen a él. No son necesarias las palabras para comunicarnos: sé que está ahí aunque no lo vea, lo oigo con mis manos aunque esté lejos. Me parece que es esta dimensión mágica la que encontramos en la novela La raya cuando Seyong juega con su cometa. El niño se comunica con el padre ausente aunque no lo vea, aunque lo sabe lejano. El mismo tipo de unión lo unirá con Samñe, y luego, sabrá dónde encontrar a su madre siguiendo el hilo que los une. Es importante notar cómo son pocas las palabras intercambiadas entre Seyong y los distintos personajes. Su comunicación es más táctil y visual que lingüística.
Hay una dinámica en el juego del papalote que tiene que ver con un equilibrio inestable. Esta suspensión del movimiento es lo que lo hace emocionante. De alguna manera, nunca sabemos hacia dónde va a girar, si va a vibrar, si hará un rizo o sólo un zigzag. Lo inesperado, que forma parte esencial de los eventos aleatorios, lo encontraremos en el comportamiento de algunos de los personajes. La incertidumbre crea cuerpos sin peso o perforados; delgados como el papel, o la tela de seda de la que están hechas las cometas. Objetos que recuerdan en la novela a las plumas de las aves, las semillas del diente de león, y a los copos de nieve. La errancia o vagabundeo tiene una connotación negativa en nuestras sociedades porque constituye un desafío a las instituciones: éstas mantienen la cohesión y el orden necesarios para la supervivencia de una comunidad. La familia, la casa, la escuela, la iglesia o el Estado configuran una forma de ser y de hacer en los individuos que los vuelve más pesados, con más consistencia. El vuelo no va con ellos. Son individuos con los pies bien plantados sobre la tierra, que mantienen relaciones sociales y laborales estables. Viven dentro de estructuras culturales bien establecidas. La comunidad favorece aquellos roles sociales que mantienen la coherencia de sus miembros, y castiga a los rebeldes que se desvían de la norma. Es común que sean expulsados del grupo social,  obligándolos a vagar sin un  rumbo determinado, llevando una vida solitaria y conflictiva. Crean vínculos muy frágiles con los otros, y nunca se establecen definitivamente en algún lugar. Son como las cometas arrastradas por el viento. Sus movimientos carecen de sentido para el grupo. Sus amores son superficiales. No se anclan a nada, ni a nadie para poder volar libremente. La libertad de movimiento es su bandera.
 La búsqueda constante de ese equilibrio inestable de la cometa, es la manera en que el jugador “juega” con el “otro”. El viento, la tensión del hilo y la habilidad del jugador permiten que la cometa se mantenga volando y no caiga al suelo.
Seyong jugará con sus cometas en aquellos días de invierno en que el viento sopla más fuerte. Algunos de ellos se quedarán un tiempo con él; otros, se soltarán para no recuperarlos nunca más.

LAS COMETAS COMO SÍMBOLO DE UNA VIDA ERRANTE
¿Porqué encuentro una relación entre la vida que llevan los personajes en la novela de Joo-Young y las cometas?  Hay una clara analogía entre la estructura y el funcionamiento de una cometa, y la vida y las relaciones que fundan algunos de los personajes en el relato. Existen también claras referencias que introduce el propio autor, comenzando por el título del libro: La raya. Ambos puntos serán tratados a continuación.
Decía que las cometas son objetos que se mueven con el viento, inestables, de movimientos zigzagueantes y de cambios bruscos. Su vida errática está alejada de la vida cotidiana de los que tienen los pies sobre la tierra, y están unidos a ellos apenas por un hilo que puede romperse en cualquier momento por acción del viento, o a consecuencia de la acción agresiva de algún otro cometa (en referencia a las peleas de cometas). Si el hilo que los amarra a la tierra se rompe, la cometa sale volando sin control perdiéndose en el horizonte del jugador. Las imágenes que Seyong recrea de los distintos personajes en la novela tienen mucho de cometas. Sus vidas son errantes e inestables. Todos parecen tener una personalidad osada y aventurera. No se aferran a reglas y convenciones. A los ojos de la comunidad son personas indeseables y los excluyen o estigmatizan. Seyong busca un acercamiento con ellos a través de los hilos creados en su imaginación, como la cuerda que sostiene una cometa. En su mente debe sustituir a unos y otros, pues sólo puede manejar una cometa a la vez.  Los personajes-cometas aparecen un día para irse inesperadamente otro, sin dejar rastro alguno. Seyong los compara con peces o con aves. El mismo se transforma en pájaro o en mantarraya cuando su mundo se vuelve triste y solitario.
Yo nadaba en el agua cristalina de la laguna, donde la nevada había acabado completamente con el moho. Moviendo lentamente las aletas del pecho, más anchas que las mangas de un manto, avanzaba con mucha ligereza como un copo de nieve. Con la agalla absorbí el agua fresca y la expulsé con fuerza. […] Nadaba enérgico y ligero. No había ningún obstáculo que impidiera mi movimiento. (28)[1]
En este pasaje vemos a Seyong queriendo ser una mantarraya en el fondo del lago, cuando siente que la madre lo ha desplazado para acoger a Samñe en su corazón.
También se transforma en una cometa cuando el padre regresa y se da cuenta de que su llegada le produce malestar en lugar de alegría:
Era a fines de febrero, sin embargo, nevaba. […] Sacaba mi lengua para recibir los copos de nieve y los lamía. Los que caían en mi lengua parecían semillas de dientes de león, soplados por el viento otoñal. […] Yo estaba volando por el aire junto a las semillas. No sólo yo. Detrás de mí, mi padre y madre también volaban junto a las semillas. […] Sucedió algo raro. Encima de la tierra, adonde llegaban los rayos solares caliente, empezó a amontonarse un grupo de nubes grises. Junto con ellas, los tres que volábamos junto al viento fresco perdimos la ruta y empezamos a tambalearnos. (187)                       
Joo-Young introduce elementos afines a las cometas, en tanto que usan el viento como medio y motor de su movimiento. Éstos aparecen en la novela en íntima relación con los personajes-cometa: El diente de león, cuyas semillas son arrastradas por el viento a lugares distantes gracias a un paraguas de vellosidades que las sostienen. Los copos de nieve, cuyas formas hexagonales huecas permiten el paso del aire en su interior sosteniéndolos. Algunas clases de aves y sus plumas. Las mariposas. Y por último, la mantarraya, que habita el fondo de mares y lagunas y cuyos movimientos nos remiten al vuelo de las aves: “[…] ¿no estaría nadando ahí la raya que [Samñe] se había comido, moviendo sus aletas elegantes de un lado a otro?” nos dice Seyong.  
Los personajes de la novela que considero llevan o inician una vida análoga a las cometas son: el padre de Seyong, figura que vive en el recuerdo del hijo a través de las cometas y de una raya seca que la madre ha colgado del dintel de la puerta de la cocina; Samñe, una muchacha que llega a la casa de la familia Choe después de un día de intensa nieve y que va a sustituir el amor de Seyong por su padre; el esposo de Samñe que viene a buscarla al pueblo porque lo abandonó, y que Seyong compara con un cóndor; la madre de su medio hermano Hoyong, y por último, la madre de Seyong que abandona la casa, a los hijos y al esposo cuando ve que el amor hacia su esposo era una ilusión.
           Es importante notar que los personajes-cometas llegan o se van durante el invierno. Esto no es una casualidad, porque es el tiempo en que el viento sopla más fuerte. En la novela vemos que Seyong sale a jugar con sus cometas a finales de invierno, cayendo en la cuenta de que son los copos de nieve los que le advierten de la llegada o la desaparición de algún personaje-cometa. Tenemos así que los copos de nieve y las cometas son equivalentes en la mente de Seyong, con sus mismos principios y presagios. Por eso los copos de nieve “bailan” al igual que la cometa “baila”: “Grandes copos de nieve, parecidos a plumas de ganso, caían bailando y acumulándose” (5). O, “[…] la nieve bailaba al son del viento del oeste” (13).  Pero la relación va más allá de los copos de nieve, pues ahora, éstos los compara con las mariposas: “No nos quedaba otra cosa que ver el baile de tupidos copos con forma de mariposas” (8). O, “[…] la imagen de la caída de la nieve había sido un baile de mariposas” (10). Baile de cometas, baile de copos de nieve como plumas de ganso, baile de mariposas. Cometas-copos de nieve-mariposas-plumas, son todos elementos que se asemejan entre sí porque se desplazan en el aire por acción del viento, y para Seyong simbolizan la llegada de “alguien” a su vida. La serie de analogías se extiende hasta la raya, que, como “ave que vive en el mar”, se refleja en la cara de la cometa de Seyong. El círculo de semejanzas y encuentros entre las cometas y sus equivalentes marcarán la vida de Seyong y la percepción que tiene del mundo.
             
PERSONAJES-COMETA
La intermitencia de los personajes-cometa que parecen llegar y desaparecer en la época de los grandes vientos, y la presencia inequívoca de los signos que los acompañan, van a estar presentes en la vida de los personajes-cometa que a continuación numero. Al igual que la madre de Seyong le cose una cometa nueva cada vez que se le pierde una, así los personajes se van sustituyendo cada vez que uno se “suelta” del relato.
 Desde el comienzo sabemos que el padre de Seyong se ha ido de la casa dejando a la madre y al niño de ocho años abandonados. En el pueblo, el padre tenía fama de mujeriego y jugador. Su vida no era estable, carecía de un trabajo fijo y vagabundeaba por el pueblo. La madre le confiesa a Seyong algo sobre su padre después de muchos años de silencio: 
Después de mucho tiempo de convivir con tu padre, supe que no tenía un trabajo fijo. Lo único que lo salvaba era ser descendiente de una familia ilustre. Fuera de eso, nada. Era un simple vago que cultivaba el arrozal o el campo ajeno. […] Durante los trescientos sesenta y cinco días, apenas terminaba la cena, salía. Y una vez que salía, no llegaba si había sol. De vez en cuando no tenía noticias de él durante tres o cuatro días, pero no le pedí cuentas. (168)
Sabemos por la madre que el padre se fue un día en invierno. Tuvo que huir del pueblo antes de ser expuesto públicamente por haberse metido con una mujer casada. La madre de Seyong conservaba su recuerdo en la figura de una mantarraya que cuelga del dintel de la puerta de la cocina. El pescado seco desaparece la madrugada de una intensa nevada.
El evento insólito de que la raya desaparezca, coincide con el arribo de Samñe a la casa. La madre, después de golpearla y acosarla con preguntas la acepta en la casa para que le ayude entregando los pedidos de costura a sus clientes. El primer nombre que le escoge, pues ella no quiere o puede recordarlo, significa: “[…] la que vino el tres, porque el día que llegó a la cocina fue el 3 de diciembre del calendario lunar” (27). Es decir que ese invierno, tras una densa nevada, desaparece el pez que representa al padre, y aparece el personaje-cometa: Samñe. Otro signo de la desaparición del padre está dado por la pérdida de interés por parte de Seyong a seguir jugando con la cometa en forma de raya que representa a su padre, pues ahora Samñe ocupa un lugar en su corazón: “Ese verano, no pude ver más a mi padre que me visitaba en cada ocaso” (86). Un año después, Samñe deja el pueblo sin avisar a nadie: “[…] Samñe desapareció. Nadie la vio salir. […] Durante ese invierno de tupida nevada, Samñe era la única persona viva en el pueblo” (67, 69). Nuevamente el invierno marca la época en que vuelan los personajes-cometas, alejándose o llegando a la vida de Seyong.
Se aleja Samñe y llega un hombre muy peculiar al pueblo pues dice ser el esposo de Samñe. A Seyong se le figura un cóndor: “un ave con plumas blancas en el cuello” (75); “su nariz aguileña y delgada era tan larga que parecía querer tocar el agudo mentón. […] los ojos grandes y cóncavos […] existían para neutralizar [su personalidad fría y cruel]” (73). A diferencia de los otros personajes-cometa, él llega en el verano, pero su comportamiento es muy similar a los otros personajes-cometas: “[…] apareció un hombre de más de treinta años en nuestra casa. Llegó jalando su larga sombra [como la cola de una cometa]” (72). El hombre deambula por el pueblo esperando encontrar a Samñe, hasta que un día desaparece sin dejar señales de su paso por el pueblo: “Durante dos meses el hombre estuvo en el dique de vez en cuando; después de ese tiempo, un día se evaporó como la neblina. […] Donde estuvo el hombre, no quedó nada que tuviera sentido, como si hubiera pasado un viento” (86), nos comenta Seyong.  Una cometa en vuelo no deja huellas en el suelo, sólo se ve su sombra: lo efímero es su naturaleza. Su paso en la tierra sólo deja sombras en los seres que la habitan: “nos parecía que vivía cerca de nosotros, como una sombra.”(72). La sombra que había dejado Samñe en el corazón de Seyong “como único recuerdo de su presencia”, fue sustituida por unos días por la sombra de ese hombre que llegó al pueblo y se fue sin dejar rastro:
Se va el cóndor-cometa y regresa Samñe-cometa al pueblo. Es invierno nuevamente. Ha llegado a la casa de prostitución del pueblo. Al saberlo, la madre de Seyong se enfurece y le da el dinero que había guardado para buscar a su esposo y le dice que se vaya del pueblo. Samñe se va ese mismo día. Seyong vuelve a sufrir una nueva separación del ser amado y se resquebraja. Al culpar a su madre de este nuevo abandono, comienza a sacar todo el resentimiento que le tenía guardado.
 Se va Samñe y ahora llega a la casa otra mujer-cometa: es la madre del medio hermano de Seyong: “No era una mujer común y corriente que llevara una vida rutinaria. […] Su vestimenta era la de una persona con deseos de aventura y destrucción” (121). Coincide también con que es invierno y lleva sobre su espalda un niño de brazos: “A finales de diciembre se presentó en la casa una mujer de treinta años, más o menos, como si fuera el remplazo de Samñe” (117). Su vida errante se confirma cuando unos días después, abandona al hijo en casa de Seyong, y se va del pueblo diciendo que luego regresa. Nunca lo hace. Seyong describe a este personaje-cometa como una clase de persona que no aprecia el valor de lo que protege y guarda un hogar: “La mujer, acostumbrada a una vida errante y lujuriosa, de ciudad en ciudad, no había comprendido el sentido mágico del abadejo” (129). La madre le había contado a Seyong que los abadejos protegen a los hogares de los malos espíritus: “[…] como la tierra de esta casa tiene mucha energía, hace mucho tiempo tu padre compró dos pescados secos de abadejo y los sepultó en un rincón del piso” (129). La madre reconoce al niño como medio hermano de Seyong porque lleva un trozo de abadejo seco colgado al cuello.
 Se va la mujer-cometa y llega por fin el padre ausente. Es invierno. La madre y el hijo van a recibirlo a la estación. El encuentro tiene muy poco de efusivo y alegre. Cuando regresan a la casa lo hacen en fila india: Seyong al frente, le sigue el padre y al último, la madre. Seyong se imagina que son tres cometas volando en hilera:
Era a fines de febrero, sin embargo, nevaba. […] Sacaba mi lengua para recibir los copos de nieve y los lamía. Los que caían en mi lengua parecían semillas de dientes de león, soplados por el viento otoñal. […] Yo estaba volando por el aire junto a las semillas. No sólo yo. Detrás de mí, mi padre y madre también volaban junto a las semillas. (187)
Pero el mal tiempo llega de repente y comienzan a tambalearse: “[…] empezó a amontonarse un grupo de nubes grises. Junto con ellas, los tres que volábamos junto al viento fresco perdimos la ruta y empezamos a tambalearnos” (187). Las cosas no eran como habían imaginado. El regreso del padre sólo confirmó la desesperanza que se había ido enraizando en la familia, y la paz que la madre había mantenido artificialmente, no era sino una ilusión. Así, cuando llega el padre-cometa la madre, liberada de la carga de orgullo que había decidido llevar por el bien de la familia, levanta el vuelo de sus deseos transformándose también en una mujer-cometa.
El caso de la madre es muy distinto al de los demás personajes porque su personalidad no concuerda con el espíritu intrépido de las cometas. Se trata más bien de una persona convencional ajustada a las normas y tradiciones de la comunidad, que pocas veces deja la seguridad de la casa. Durante años ha llevado a cuestas el papel de mujer abandonada, y se viste y se comporta como si fuera una viuda a pesar de que todavía es joven. La mayoría del tiempo vive recluida en su casa y sale muy pocas veces. En su inmovilidad, da la impresión de que ningún viento puede moverla. Parece estar muy bien plantada. Su trabajo de costurera la mantiene unida a una máquina de coser de día y de noche. Con ello mantiene la casa y cría al hijo. Esta vida rutinaria y un tanto vacía se prolonga durante varios años hasta que llega Samñe y la saca de su letargo. La transformación de la madre en cometa es algo que se va dando gradualmente y sólo después de un trabajo psicológico y de cambios de esquemas mentales. Sólo así podemos entender que la madre abandone a su marido y a sus hijos cuando aquél regresa. Y nuevamente aquí nos encontramos con el signo de una fuerte nevada,  como un presagio de su huída:  
¿Por qué mi madre se habría ido así, al día siguiente del regreso de mi padre? Al abrir la puerta por la mañana, ¿se habrá dado cuenta de que toda ilusión sobre él, guardada durante seis años en el fondo de su corazón, quedó sumergida como algo ilusorio debido a la fuerte nevada que la cubría? […] ¿Por eso habría escogido la aventura en ese mundo violento en vez de la vergüenza? (190)
Debemos entender que el orgullo era lo que la había mantenido luchando durante estos seis años, y que el regreso del esposo le quitaba eso único que la sostenía, dejándole únicamente la vergüenza. Ante este panorama, la madre escoge vivir por primera vez según el aire de sus deseos aunque ello signifique abandonar a sus hijos y la seguridad de un hogar establecido. Esta idea comienza a fraguarse cuando le entrega el dinero de sus ahorros a Samñe:
Después de darle ese dinero a Samñe, ya no sufriré de pesadillas ni tendré pretexto para [no] soñar que vuelo junto a las nubes. Aunque ahora supiera dónde está tu padre, ya no me atrevería a ir en su búsqueda. A pesar de todo, me quedo muy aliviada, como si volara en el cielo. (114)
Después de entregarle el dinero, Seyong comienza a ver la transformación de su madre en una cometa:
El movimiento rítmico de su blusa blanca que flotaba en la calle con álamos a ambos lados me recordó el aletear de los pájaros. Su deseo y su decisión de volar junto al hada del cuento infantil, que por haber perdido su blusa se había convertido en la esposa del leñador, estaban escondidos no sólo en la blusa de esa noche, sino en todas las blusas que cosió para otras. En algún momento, el deseo sumergido en su corazón coincidió con el mío. (106)
La madre confirma este presentimiento al decir: “Si no fuera por ti [Seyong], de verdad, también me iría con Samñe. Mi cuerpo yace caído en el riachuelo, pero mi ilusión anda junto a las nubes. Con mi deseo, no hay ningún lugar del país que no haya recorrido” (114).
            La madre se va a reunir con Samñe pues ha encontrado la nota donde Seyong tenía escrita su dirección. Al no encontrarla en el sitio donde la había escondido, Seyong sabe dónde está su mamá y la irá a buscar: “[…] no me sentí desesperado por su partida. No estaba Samñe ante mi vista, […]. Sin embargo, mostraba su existencia alrededor de mi madre y de mí. Además, yo también tenía aprendida de memoria la dirección anotada en ese papelito”. [Fin de la novela] (190).
            Esta cadena de sustituciones relacionadas con la temporada invernal resulta muy clara para la madre de Seyong: “¡Qué cosa tan rara! Durante la nevada siempre ocurre algún suceso difícil, pero también surge alguna solución. El día que me casé con tu padre era un día de invierno con mucha nieve, como hoy. No añadió que mi padre también se había ido en invierno” (127).
Otro punto interesante es que estos personajes-cometa no tienen nombre propio, y esto no de extrañar, pues su naturaleza así lo determina. La errancia borra la identidad de los personas porque no permite el establecimiento de los vínculos familiares, laborales y sociales que se necesitan para adquirir un nombre civil. La no pertenencia es su sello. Así vemos que ni el padre, ni Samñe, ni el marido, ni la madre de Hoyong, ni la propia madre de Seyong (a excepción de una vez que una señora se refiere a ella como la señora Kiran) tienen nombre propio. Del padre sólo conocemos su apodo: Raya. Seyong dice: “Mi padre, en su vida errante, tampoco tiene nombre, porque a él sólo le apodan Raya” (27). Samñe no puede o no quiere recordar su nombre y por ello la madre le inventa uno. El esposo de Samñe es “el esposo ofendido”, o “el cóndor” en la imaginación de Seyong. La madre del medio hermano de Seyong abandona el pueblo sin que nunca se sepa quién es. Y por último, la madre de Seyong es siempre “mi madre” cuando Seyong habla, o “tu madre” cuando los demás la nombran. Todos acaban por ser nombrados en referencia a algo o a alguien.

LA MANO QUE SOSTIENE EL PAPALOTE
Hasta ahora hemos hablado de los personajes-cometa y sus vidas pero no de los hilos que los unen al jugador. El jugador principal es por supuesto Seyong (el narrador en la novela), y son sus manos las que sostienen a dos de los principales protagonistas de la novela: al padre y a Samñe. Con respecto al personaje: madre-cometa la relación es distinta porque su transformación en cometa no estuvo nunca “sujeta” a Seyong. En una ocasión, Samñe le pidió que “amarrara” las patas de un gorrión con un hilo como parte de un juego cruel, pero él se negó. Momentos antes la muchacha le había dicho que su madre era como ese gorrión. El haber aceptado la propuesta hubiera implicado, para la mente del niño, la insoportable posibilidad de que ella también saliera volando como una cometa: “Con ese llanto que rompía el silencio del cuarto, se me acercó el miedo. Así como lo hizo mi padre, ¿también mi madre se irá de casa una noche?” (60). Por ello, cuando Samñe, siguiendo la línea de las cometas y sus equivalentes, compara a la madre con un gorrión e invita a Seyong a que juegue con él como si fuera una cometa, el miedo lo invade:
                       
Con destreza amarró la pata del pájaro con el hilo.
—Hazlo volar. No podrá escaparse. Volará mucho más alto que tu cometa. Esa cometa [el padre] no sirve para nada.
Seguí con el pájaro en mis manos.
—Tonto, tienes miedo. Si no quieres que vuele, vayamos a casa. Mira, tu madre, creyendo que me he escapado contigo, estará vuelta loca. (46, 47)

Cuando regresan a la casa con el gorrión, Samñe le dice que lo suelte porque los pájaros son impacientes y no comen de la mano de sus captores, y mueren antes de dos días. “Hay que dejar volar a los seres que vuelan. Así no morirá antes de tiempo. Vivirá cuanto pueda” (47). Al hacerlo, Samñe le está diciendo que deje volar a los seres-cometa como su padre y ella, y que no trate de retenerlos pues morirían.
            La relación que guarda Seyong con estos personajes-cometa muestran lo incierto e impredecible de su naturaleza: “Recordé las infinitas cometas que había dejado volar. Esas cometas siempre parecían burlarse de mí escapándose, retrocediendo, despidiéndose y agachando la cabeza varias veces. No sabía qué hacer. Ir a algún lugar me parecía tan vago y sin dirección como si estuviera frente a un precipicio (48). Este desasosiego marcará todos los intentos que haga por recuperar al padre primero, y luego a Samñe. De alguna manera, Seyong soltará algunos hilos voluntariamente como en el caso del padre, y mantendrá otros con gran fuerza y tenacidad como con Samñe.
Veamos primero la relación con el  padre. Ésta se manifiesta cuando juega con las cometas en forma de raya. El padre lleva ausente seis años y no saben su paradero. La madre ha colocado un pez raya en el dintel de la puerta exterior de la cocina como un recordatorio del esposo. La raya seca llena de humo y hollín simboliza al padre pues su fisonomía coincide con la de él: “la cara más cuadrada que ovalada y una mancha blanca en el cuello” por el vitíligo (24). En el pueblo lo apodaban: Pez raya o simplemente Raya. Las cometas que la madre cose para Seyong tienen la forma de una raya: su cuerpo en forma de diamante, aplanado y con una larga cola. Son los cometas-padre con los que juega Seyong:
Durante el invierno, […] vivía jugando con la cometa con forma de raya. Nunca me cansaba. […] Cuando la cometa subía al alto cielo por el viento occidental, se me acababa el hilo cuan largo era, se quedaba como un punto negro y yo sentía emoción al considerar su altura. La emoción de mi corazón era suficiente para olvidarme del frío que traspasaba la piel. A veces se me escapaba el hilo, y la cometa se hacía invisible. Entonces la perdía. Al observar indiferente su desaparición por detrás de la lejana montaña, luego de subir con un movimiento como paso de baile, recordaba a mi padre que nos había abandonado hacía tiempo. (15)
Cada vez que Seyong perdía una cometa, la madre le hacía una nueva sin que él se lo pidiera porque a la madre también se lo recordaba:
Nunca lo dejaba para otro día con el pretexto de su trabajo de costura. Se quedaba muy seria y absorta mientras hacía la nueva cometa. Más tarde comprendí que era una manera de comunicarse con mi padre, que llevaba una vida errante. Mi padre, quizá, ya la habría olvidado hacía tiempo, pero el afecto de mi madre hacia él perduraba. Por esta razón, la cometa que se iba al cielo disminuía su miedo y el vacío sufridos por su ausencia. […] ella se aferraba a la imagen que se perdía cada día. (15).
Hasta que un día deja de jugar con ellas y la madre deja de fabricar las cometas-raya.
            El comienzo del olvido del padre coincide con la llegada de una muchacha vagabunda a la casa de Seyong. Esa madrugada desaparece la raya seca colgada en el dintel. El niño cree que ella se la comió porque estaba hambrienta matando así el recuerdo del padre: “La chica que se había comido la raya, símbolo de mi padre, quedó como un enigma” (23).  La duda va tomando forma poco a poco hasta hacerse realidad, pues Samñe, como vimos antes, sustituye al padre en el corazón de Seyong. Este evento marca el paso de la niñez a la adolescencia donde se sustituye el amor filial por un amor romántico. Este paso coincide con la edad de Seyong que tiene trece años. Mientras fue un niño, el recuerdo del padre había quedado intacto en el juego con la cometa en forma de raya.
Samñe se queda en la casa ayudando a la madre con el trabajo de la costura. Seyong y ella comienzan a realizar algunas actividades juntos como entregar pedidos y salir a jugar, pero un día, sucede algo insólito: La cometa no se levanta más: “[…] aunque venteaba, la cometa que subía hacia lo alto pronto empezó a caer poco a poco y su cola se arrastraba por encima de la nieve. En vano lo intentamos varias veces, la cabeza de la cometa caía. Cosa jamás imaginada. Recogimos la cometa, la examinamos y no encontramos ninguna falla” (42). Samñe se burla del hecho y le dice que la cometa no vuela porque no hay aire, que lo que hay es una nube gris que presagia más nieve. A partir de este momento, Seyong no volará nunca más la cometa en forma de raya, cortando el hilo de la esperanza que lo unía a su padre. Una vez que Seyong “suelta” la cometa-padre para “tomar” la cometa-Samñe, la madre jamás le vuelve a coser otra cometa.
Vimos cómo Samñe lo invita a cazar pájaros para jugar con ellos como si fueran cometas amarrándoles las patas con el carrete y soltándolos. Seyong sólo sabía cazar pájaros con una honda, pero muertos no servían para jugar. Esto le decía Samñe. De alguna manera, lo que está haciendo Samñe, es invitarlo a jugar con ella, pues al igual que los pájaros dejan el bosque durante el invierno y se refugian en los techos de las casas buscando abrigo y comida, ella también llegó al pueblo huyendo del bosque. Ahora Samñe es una mujer-pájaro, y por equivalencia: una mujer-raya, y una mujer-cometa:
Pronto Samñe se ocupó sola de todos los trabajos de nuestra casa, incluyendo los de la cocina. Aún así, no parecía cansarse. Como la raya que soporta una presión de trescientos metros de profundidad en el mar, ella tenía pies de palmípedo  y una gran capacidad de observación […]. Igual que la raya que respiraba por el hueco en su espalda, aunque estuviera sepultada bajo la arena del fondo del mar, Samñe tenía su método especial para respirar aunque estuviera sepultada bajo una gruesa capa de nieve. Para ella, mi madre y yo éramos huevos dentro de su bolsa. Aunque esos huevos estuvieran soñando en reventar, si Samñe no abría su bolsa, no saldrían libres como peces. (58)
El niño la compara con una raya por su fortaleza y capacidades especiales, y al mismo tiempo, destaca su influencia para con la madre y con él. Samñe les mostrará la manera de ser libres como ella.
            Hay una relación de reciprocidad entre Seyong y Samñe: se ha formado el hilo que lo une a la mujer-cometa y ella le trasmite una libertad para volar para él desconocida.
Debajo de la luz nocturna, debajo de ese campo de nieve, en un instante sentí que volaba. El viento fresco que pasaba por mi frente entró hasta la parte honda de mis pulmones, y en mis exilas puso unas alas más grandes y más transparentes que la de la raya. En ese breve instante volaba sin fin por encima del campo nevado, hasta que oí la voz regañona [de Samñe]: — ¿Qué haces ahí? (45).
Seyong no puede olvidar a Samñe y va a la casa de prostitución para saber su paradero. Le han escrito la dirección en un trozo de papel, y lo esconde en el hueco del muro detrás de la casa. Ese mismo día Seyong tiene una alucinación y cree ver a Samñe. En este evento logra visualizar de manera muy concreta la manera en que está funcionando la relación:
En esos rayos de luna que caían y rebotaban en la nieve encontré la figura de Samñe. […]. Estaba desnuda. […]. Me detuve un rato ante la bella escena. Esa mujer de nuevo estaba en el pueblo. […]. De nuevo empecé a dar pasos. Los dos caminamos mirándonos durante bastante tiempo. Lo incomprensible sucedía en ese instante. La distancia entre ella y yo, que parecía achicarse y hacer chocar nuestras frentes, no se acortaba. Aunque pasamos mucho tiempo dando pasos apresurados, casi corriendo, ella y yo no nos acercábamos. (159)
Se sabe que cuando uno quiere elevar una cometa a mayor altura, el movimiento que debe hacer el jugador es el opuesto al que dictaría el sentido común que sería darle más hilo. En realidad, lo que debe hacerse es jalar el hilo, es decir, acercar la cometa al jugador para aumentar la presión del aire sobre la superficie de la cometa y así, elevarla. Seyong añora a Samñe y busca un acercamiento, pero como ella es una cometa, todos los intentos por acercarla, sólo la alejan más. Seyong capta esta incoherencia cuando dice: “Todo lo relacionado con Samñe debía ser natural, aunque hubiera incoherencias irracionales” (159). El no puede retenerla, así que tendrá que irla a buscar a donde ella vaya.
Por otro lado, Samñe también sustituye al esposo en el corazón de la madre: algo absolutamente extraordinario pues el recuerdo del esposo era muy persistente: “Mi madre no volvió a comprar la raya para colgarla en el dintel de la cocina. La raya era una boya que no se hundía, aunque llegaran las fuertes olas del tiempo” (52). Cuando Samñe deja el pueblo la madre le dice a Seyong que no le extraña, que “así debía ser”. Tal vez ella entienda la naturaleza-cometa de Samñe mejor que el niño. Ahora, en lugar de la raya seca, Samñe ha dejado un manojo de margaritas que la representan: “Debió sacarlas de debajo de la nieve del muro que daba al campo. […]. Mi madre no pudo apartar la mirada del dintel. En las noches, cuando le tocaba trabajar, para ahuyentar el sueño masticaba las raíces de aquellas flores. En su jugo blanco había una sustancia que la mantenía despierta” (68). Samñe le ha dejado, al partir, otra manera de “liberarse” de sus problemas y sufrimientos: una droga.

 La influencia que ejerció Samñe tanto en la madre como en el hijo se representa metafóricamente en la novela como la sombra que deja el papalote en el suelo a su paso:
[La esperanza de que alguien los visitara, no importa quien, en ese aislado pueblo montañoso], se debía a la larguísima sombra que había dejado nuestra Samñe ese invierno. Ella nos dejó variadas y profundas huellas, inexpresables aun con metáforas. […]. Los recuerdos de Samñe nos hacían reflexionar sobre la profundidad de la vida; por eso la recordábamos constantemente. Nos parecía que vivía cerca de nosotros, como una sombra. (72)  
Los demás personajes-cometa, aunque llevan la vida errante de los cometas, no son “tomados” por Seyong. Más bien es la madre la que funda una relación con ellos, y sus encuentros duran sólo unos cuantos días.

CONCLUSIONES   
Como hemos visto a lo largo del ensayo, las cometas pueden ser vistas como un símbolo de la vida errante que llevan algunos de los personajes en la novela de Kim Joo-Young; no solamente en la forma en que estos se comportan, sino también en la manera en que se van construyendo a sí mismos como seres livianos o porosos, que difícilmente crean lazos permanentes con sus semejantes: ni hacen “casa”, ni hacen hogar. Son seres aparentemente libres que se mueven según el aire que sopla, y “mueren” espiritualmente si se les quiere retener en tierra. Como todo juego pide, necesita “ser jugado” para que tenga sentido su existencia. Una cometa en el suelo se arrastraría hasta romperse.
La vida de un vagabundo no es compatible con una vida en sociedad. Es común que se les destierre y se les vea como extraños, o “raros”. Se comportan de manera irracional a los ojos de los demás; de movimientos inesperados y cambiantes. Sus ideas no suelen coincidir con las de la mayoría. Son generalmente personas solitarias. Son extranjeros en su propia tierra. La vida que crece a su alrededor, como es el caso de Seyong y su madre, siempre es muy dura y difícil, pues son irresponsables, es decir que no responden a las necesidades del otro, sólo ven por ellos mismos en una posición muy egoísta. El abandono es su signo: abandonan el hogar, a la familia, al trabajo. No se comprometen con nada ni con nadie. Su fin es jugar todo el tiempo: son seres cometas.
Para aquellos que “juegan” con los seres-cometa deben saber que les esperan algunas sorpresas: algunas tristes y llenas de frustración, otras, emocionantes y exultantes, pues estos seres errantes, tan particulares, no son nada, están huecos y vacíos de sentido si no hay “alguien” que interactúe con ellos. En la novela ese alguien es en algunos momentos Seyong, y en otros, la madre. La relación que se funda a través de los hilos que la sostienen le dan su sentido.. Sin embargo, la naturaleza de esta relación es muy frágil: un viento fuerte, un descuido, un mal manejo, y la cometa saldrá volando perdiéndose en el horizonte. Pero es importante comprender también que el juego de la cometa ejerce un efecto hipnótico en quien lo juega, otorgándole una libertad y un ánimo extático semejante al que se experimenta cuando se vuela sin otro motor que el viento.
            El jugar con los seres-cometa nos aleja por un momento de lo inmediato. Nos lleva a sobre-volar nuestros problemas y sufrimientos. Su experiencia nos cambia la perspectiva del mundo y de los seres que lo habitan: en las alturas, todo se ve distinto. Sin embargo, este alejamiento no es de evasión u olvido, pues los pies… ¡siguen bien puestos sobre la tierra!

 BIBLIOGRAFÍA.
Joo-Young, Kim. La raya. México, D.F. Solar, 2009. Servicios Editoriales, S.A. de  
        C.V. Trad. Hyesun Ko de Carranza, Francisco J. Carranza Romero. 193 pp.

Scott Newman, Lee y Hartley Newman. Kite craft. The history and processes of
kitemaking throughout de world. New York, 1974. Crown Publishers, Inc. 214 pp.



[1] Joo-Young, Kim.  La raya. Solar, Servicios Editoriales, S.A., de C.V. México, D.F., 2008. Trad. Hyesun Ko de Carranza, Francisco J. Carranza Romero. La paginación de esta obra será utilizada en el presente trabajo entre paréntesis y después de cada cita.

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