domingo, 19 de agosto de 2012

"Malena en ...". C. XIV: Los gatos.


Cuadro 9 y 10.

Simpatía o La rabia del gato y Una visita inesperada.

La rabia del gato

No sé por qué he vuelto a recordar el miedo que me tuvo amarrada cuando era niña, pues no se puede dejar así como así algo tan fuerte y de tanto tiempo. Y más si estás solo. Por eso busco también en tus cuadros el miedo, como el que sintió esa estudiante que abandona la escuela-fortaleza del cuadro: Ruptura. Su cara muestra los signos del miedo pegado a sus ojos demasiado abiertos, queriendo ver todo antes de que la sorprendan. Se oculta tras esa capa que la envuelve como un gusano en su capullo de seda, tocando la tierra con la punta del pie para no perturbar el ambiente, para que nadie sepa que está ahí. Busco el miedo en tus cuadros pero es difícil porque los rostros de tus personajes saben ocultarlo muy bien, casi siempre inexpresivos. Pero encuentro otros dos que me revelan un miedo oculto: Simpatía o La rabia del gato y Una visita inesperada. En ambos encontramos gatos en circunstancias especiales que me recuerdan el miedo que sentí un tiempo hacia ellos. Sobre todo los gatos erizados. En Simpatía o La rabia del gato se ve una mujer sentada y un gato a punto de erizarse sobre una mesa. El movimiento del gato ha provocado que un vaso de leche se derrame por el piso. El pelo del animal y el cabello de la mujer se paran de puntas aumentando su volumen y sacando chispas de color naranja. “Hay una transmisión de energía entre el gato y ella”, nos dice más adelante Janet. Tres colas del mismo animal asoman por debajo de su vestido como si fueran tres momentos anteriores al que observamos sobre la mesa. Se sabe que Remedios se había rodeado siempre de gatos y estaba intrigada por su misterio y los consideraba sus aliados. Pero a mí los gatos me daban miedo porque uno me arañó cuando tendría unos tres o cuatro años. Extraño: en la frase: “me arañó un gato”, está contenido otro animal que me da todavía más pavor: la ARAÑA. Lo del gato sucedió en casa de la abuelita de zacatecas. Así la llamábamos porque vivía en la calle de zacatecas. La que vivía en polanco, la llamábamos “abuelita de polanco”. Bueno, estaba en casa de la abuelita de zacatecas cuando quise agarrar un gato que estaba agazapado bajo unas escaleras de madera a la entrada de la cocina, se volteó y me rasguñó. Fin de mi relación con los gatos. Sin embargo, por alguna extraña razón, mi miedo hacia los gatos fue superado cuando me di cuenta que si no te acercas a ellos, te dejan en paz. Pero este cuadro no sólo contiene un gato erizado, veo en él otro de mis grandes temores: las colas del gato que sobresalen de la falda de la mujer, parecen las patas de una enorme tarántula roja. ¡Oh dios! Casi ni puedo escribir la palabra porque se me paran los pelos de punta, exactamente como a Varo en la pintura. Cuando veo una de ESAS: se me enchina el cuero cabelludo, comienzo a oír un zumbido en los oídos que vaticina un rompimiento de tímpanos seguro, y me quedo paralizada de horror. Otro gato igualmente terrorífico lo encontramos en la pintura llamada: Visita inesperada: está hecho de hojas secas y sus ojos son los huecos de la calavera. Curiosamente en este cuadro también aparecen algunos signos de arañas o tarántulas, pues la mujer sentada a la mesa está desnuda y la rodean unos cabellos largos y negros. Estos cubren sus brazos, sus piernas, el vientre y los senos. Es una imagen grotesca por su connotación animal y primitiva. ¿De dónde me viene este terror por las arañas?  No necesito del sr. freud para saberlo. Las arañas junto con sus primas las tarántulas son los seres más ESPELUZNANTES (vean la palabra “pelo”, o “peludas”,  implícita) que existen en la tierra; todos sus atributos son superlativos: negras, peludas, patonas, boconas, ojonas. Sus telarañas son redes donde te quedas atrapada para devorarte; te muerden; sus movimientos lentos, o sus brincos, son acechantes. Esta fobia por las arañas comenzó cuando vi en el autocinema de coyoacán una película llamada Gulliver en el país de los gigantes. Como podrán imaginarse, no es nada raro que mi fobia haya comenzado al ver una araña del tamaño de una pared de frontón caminando hacia un gulliver del tamaño de un chícharo y que, por momentos, se acercaba más y más hacia nosotros, pues nosotros éramos los ojos de gulliver. Acto seguido, cerré mis ojos y no los volví a abrir hasta que el altoparlante junto al coche se calló.  A partir de esta edificante película, no pasaba noche que no soñara con arañas gigantes queriéndome devorar. Y ya no se diga si por casualidad veía una araña en persona, no podía dormirme hasta que no la hubieran matado y siempre, antes de meterme a la cama,  revisaba las cobijas centímetro a centímetro para estar segura de que no había ninguna metida entre las sábanas.  Era tal mi miedo, que la colcha no debía tocar en ningún punto el piso y la cama debía estar separada de la pared.  El solo imaginar que alguna pudiera caerse o descolgarse del techo era el máximo terror, y ante esto, ni tapándome la cara con las sábanas podía conciliar el sueño.

Continuará.

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