Bordando el manto terrestre. |
Bordar es una actividad que siempre ha estado asociada a la mujer aunque no
siempre lo haga, ni lo haga bien, pues todo depende de la habilidad que se
tenga para hacer trabajos manuales. Y así como hay quien tiene facilidad para
algunas cosas, y quien no, pues igual con la costura: quien tiene facilidad para
bordar, le gustará hacerlo, y a quien no la tenga, no le gustará ni lo hará en
los días de su vida, no importa cuántas clases haya tomado. Tampoco sé la razón
por la cual el hombre llega a coser (aunque son pocos), y a tejer (aún menos),
pero no a bordar (ninguno que yo sepa). Entiendo que es un rollo cultural, pero
aún así, no entiendo porqué el “bordar” está totalmente fuera del ámbito
masculino. Si alguien en algún lugar y tiempo lo hizo, por favor, ¡avíseme!
Pero aquí estamos en méxico, en una escuela de monjas, a principios de año, y
la “labor” para el día de las madres ha comenzado. Se trata de hacer “algo”
para regalárselo a la mamá en su día. Entonces no había día del padre, ¡gracias
a Dios!, pues no nos habría dado tiempo de hacer dos labores. Además, no veo
regalándole a mi papá un mantel o un delantal para la cocina. Amo la clase de
costura. Esto les parecerá terrible para muchas de mis compañeras, una
verdadera afrenta a la liberación femenina, pero… a mí, me encantaba. Todo lo
que fueran manualidades, para mí, eran lo máximo. En esos momentos el mundo podía
caerse que yo ni me enteraba, estaba completamente absorta en lo que estaba
haciendo. Ahora sé que es una forma de meditación, y que Remedios Varo la
practicó durante su entrenamiento en la enseñanza de gurdjieff, cuyo fin era
lograr “la armonización de los centros básicos del funcionamiento del hombre”. Así
que de seguro… ¡se me “armonizaron mis centros básicos”! Dentro de estas
prácticas estaban las labores manuales como el tejido, el bordado y la pintura.
Me pregunto si esto no tendrá que ver con esas sustancias del cerebro que
producen una sensación de placer cuando son disparadas. Una puntada, un shot, una flor terminada, diez shots, un borrego completo, veinte shots. Es interesante notar que muchas
de las actividades que realiza la mujer “por tradición” tienen este tipo de
recompensa, aunque la historia se haya encargado de darles una connotación
negativa de sumisión y restricción. Tal vez por esto la mujer vivía más años.
Pero regreso a la “labor” de costura del año: casi siempre se trata de bordar
un mantel con puntadas de “cruz”. La tela es de un algodón grueso, cuadriculada
en blanco y azul, blanco y rojo, o blanco y amarillo. Bordamos flores, cenefas
y grecas a todo lo largo. Mi hermana nunca termina la labor y mi mamá tiene que
terminar su regalo todos los años. No sé qué hacían las mamás con tanto mantel,
nunca vi ninguno en la mesa de la casa. Seguramente eran manteles poco
lucidores y acababan en algún cajón arrumbados, pero a mí no me importaba, lo
que me gustaba era bordarlo. Tomo la madeja de hilo, corto el pedazo que voy a
usar, ni muy largo pues se enredaría, ni muy corto pues no avanzaría. Separo la
mitad de los hilos de la madeja cuidando que se vayan desenredando poco a poco
para que no se enreden: tres hebras para usar ahorita, tres para al ratito.
Ensarto la aguja mojando el extremo de las hebras para juntar sus puntas y poder
atravesarla. Me chupo el índice de la mano derecha y tomo el otro extremo del
hilo haciendo un lazo entre los dedos y jalándolo hacia afuera para formar el nudo. Si se suelta, lo vuelvo a enroscar hasta que lo logro. Debo decir que casi
siempre lo logro al segundo intento. Meto la aguja en la tela y comienzo a hacer las
puntadas. A veces, cuando estoy bordando y tengo que desbaratar la costura
porque no quedó pareja, o porque me equivoqué de cuadro, o porque se hizo un
nudo a la mitad de la hebra, pienso en las “hebras del diablo”. Las “hebras del
diablo” son todos los pedazos de hilo que se desperdician cuando uno está
bordando. Y es que tuve una compañera que bordaba como los ángeles, así decían
las monjas, porque esta niña bordaba a la perfección, nunca se
equivocaba, y por lo mismo, nunca desperdiciaba hilo. Y como no desperdiciaba
nada, pues no le quedaba nada con qué trabajar al diablo. Pero, déjenme
explicarme. Lo que pasa es que ella misma me contó una historia que no me dejó dormir en varios años. Aún ahora la recuerdo con cierto espanto.
Ella era de provincia como le llamábamos a todas las que venían de “fuera”, y no
es que quiera hablar mal de ellas, pero ahí tenían unas ideas de lo más
antiguas y obsoletas. Era una historia macabra que llevaba por nombre: “las
hebras del diablo”. Y aquí se las cuento como ella me la habría contado si
tuviera cincuenta años, porque las cosas de lejos se explican mejor:
Continuará.
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