viernes, 24 de agosto de 2012

"Malena en ...". C. IX: Bordando.

Bordando el manto terrestre.

Bordar es una actividad que siempre ha estado asociada a la mujer aunque no siempre lo haga, ni lo haga bien, pues todo depende de la habilidad que se tenga para hacer trabajos manuales. Y así como hay quien tiene facilidad para algunas cosas, y quien no, pues igual con la costura: quien tiene facilidad para bordar, le gustará hacerlo, y a quien no la tenga, no le gustará ni lo hará en los días de su vida, no importa cuántas clases haya tomado. Tampoco sé la razón por la cual el hombre llega a coser (aunque son pocos), y a tejer (aún menos), pero no a bordar (ninguno que yo sepa). Entiendo que es un rollo cultural, pero aún así, no entiendo porqué el “bordar” está totalmente fuera del ámbito masculino. Si alguien en algún lugar y tiempo lo hizo, por favor, ¡avíseme! Pero aquí estamos en méxico, en una escuela de monjas, a principios de año, y la “labor” para el día de las madres ha comenzado. Se trata de hacer “algo” para regalárselo a la mamá en su día. Entonces no había día del padre, ¡gracias a Dios!, pues no nos habría dado tiempo de hacer dos labores. Además, no veo regalándole a mi papá un mantel o un delantal para la cocina. Amo la clase de costura. Esto les parecerá terrible para muchas de mis compañeras, una verdadera afrenta a la liberación femenina, pero… a mí, me encantaba. Todo lo que fueran manualidades, para mí, eran lo máximo. En esos momentos el mundo podía caerse que yo ni me enteraba, estaba completamente absorta en lo que estaba haciendo. Ahora sé que es una forma de meditación, y que Remedios Varo la practicó durante su entrenamiento en la enseñanza de gurdjieff, cuyo fin era lograr “la armonización de los centros básicos del funcionamiento del hombre”. Así que de seguro… ¡se me “armonizaron mis centros básicos”! Dentro de estas prácticas estaban las labores manuales como el tejido, el bordado y la pintura. Me pregunto si esto no tendrá que ver con esas sustancias del cerebro que producen una sensación de placer cuando son disparadas. Una puntada, un shot, una flor terminada, diez shots, un borrego completo, veinte shots. Es interesante notar que muchas de las actividades que realiza la mujer “por tradición” tienen este tipo de recompensa, aunque la historia se haya encargado de darles una connotación negativa de sumisión y restricción. Tal vez por esto la mujer vivía más años. Pero regreso a la “labor” de costura del año: casi siempre se trata de bordar un mantel con puntadas de “cruz”. La tela es de un algodón grueso, cuadriculada en blanco y azul, blanco y rojo, o blanco y amarillo. Bordamos flores, cenefas y grecas a todo lo largo. Mi hermana nunca termina la labor y mi mamá tiene que terminar su regalo todos los años. No sé qué hacían las mamás con tanto mantel, nunca vi ninguno en la mesa de la casa. Seguramente eran manteles poco lucidores y acababan en algún cajón arrumbados, pero a mí no me importaba, lo que me gustaba era bordarlo. Tomo la madeja de hilo, corto el pedazo que voy a usar, ni muy largo pues se enredaría, ni muy corto pues no avanzaría. Separo la mitad de los hilos de la madeja cuidando que se vayan desenredando poco a poco para que no se enreden: tres hebras para usar ahorita, tres para al ratito. Ensarto la aguja mojando el extremo de las hebras para juntar sus puntas y poder atravesarla. Me chupo el índice de la mano derecha y tomo el otro extremo del hilo haciendo un lazo entre los dedos y jalándolo hacia afuera para formar el nudo. Si se suelta, lo vuelvo a enroscar hasta que lo logro. Debo decir que casi siempre lo logro al segundo intento. Meto la aguja en la tela y comienzo a hacer las puntadas. A veces, cuando estoy bordando y tengo que desbaratar la costura porque no quedó pareja, o porque me equivoqué de cuadro, o porque se hizo un nudo a la mitad de la hebra, pienso en las “hebras del diablo”. Las “hebras del diablo” son todos los pedazos de hilo que se desperdician cuando uno está bordando. Y es que tuve una compañera que bordaba como los ángeles, así decían las monjas, porque esta niña bordaba a la perfección, nunca se equivocaba, y por lo mismo, nunca desperdiciaba hilo. Y como no desperdiciaba nada, pues no le quedaba nada con qué trabajar al diablo. Pero, déjenme explicarme. Lo que pasa es que ella misma me contó una historia que no me dejó dormir en varios años. Aún ahora la recuerdo con cierto espanto. Ella era de provincia como le llamábamos a todas las que venían de “fuera”, y no es que quiera hablar mal de ellas, pero ahí tenían unas ideas de lo más antiguas y obsoletas. Era una historia macabra que llevaba por nombre: “las hebras del diablo”. Y aquí se las cuento como ella me la habría contado si tuviera cincuenta años, porque las cosas de lejos se explican mejor:
Continuará.

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