Exploración
en las fuentes del río Orinoco y La torre.
Me
desconcierta no encontrar tus lágrimas, Varo. Déjame llamarte: Varo, y no
Remedios, que me suena a enferma y a medicinas. Es tu apellido misterioso,
hueco, intenso; así imagino que eres. Varo, ¿dónde están tus lágrimas? ¿Por qué
no aparecen en tus cuadros? No creo que te hayas pasado la vida sin ellas, tan
necesarias, tan imprescindibles como son. Tú sabes como yo que limpian el
cuerpo y el espíritu. ¿Cómo podríamos vivir sin ellas? ¿O será que con ellas
llenaste tus cuadros de mares azules y transparentes? ¿Son acaso esos lagos-ríos-cielos-océanos
que navegas en barcas extraordinarias impulsadas por máquinas aladas? De ser así, nunca volveré a ver tus cuadros pensando
que olvidaste pintar tu dolor. Me viene a la mente el cuadro: Exploración en las fuentes del río Orinoco,
extraordinaria. La busco en mi libro de láminas. Sí, es tal como la recuerdo,
pero ahora veo algo más. Ese gran río está alimentado por tus lágrimas, ¿verdad?
Tus lágrimas brotan de una copa de cristal que no es otra cosa que el
cristalino de tu ojo. Sí. Tu llanto es igual que el mío, lágrimas que salen del
centro de un tronco, de un espacio interno que guarda pasillos y cámaras
ocultas. Pero esas lágrimas te soportan, te sirven de medio para navegar por la
vida. Sin ellas no vas a ninguna parte. Janet dice del cuadro que “la valiente
heroína ha emprendido sola un viaje para encontrar la «fuente»”. Y no hay duda
en ello. Vean que a este viaje en busca del origen del ser se va solo. Eso es
muy importante. Ahí, no se puede ir de otra forma. Lágrimas y soledad, el mismo
que camino que seguí en la vida cuando era una niña. Pienso que la frustración
y el dolor es la materia del agua de tus cuadros, Varo. Las lágrimas son “el
líquido alquímico de la transformación”, dice más adelante Janet. Yo también lo
creo: ellas, al ir sacando los recuerdos dolorosos que nos lastiman, los transforman en
algo bueno y útil. Sin esas lágrimas, el cuerpo se reblandecería y pudriría con
todo lo malo que se le queda adentro.
Estoy
acostada aquí en mi cama, con la cabeza sobre la almohada a la mitad del día o
a la mitad de la noche, no sé, qué más da, después de todo uno no escoge el
momento para sentirse triste y dejar que las lágrimas resbalen por las mejillas
hasta formar un lago en el cuenco de la oreja que luego empapa la funda, una
funda que huele a limpio y un poco a almidón planchado, cómo me gusta este
olor, no sé porqué pienso en esto si no es hora de pensar en la funda, sino en
que estoy triste y lloro, en que mi cuerpo enconchado se sacude con cada
sollozo acompañado de un chirrido fuerte y uno quedo de la base de fierro de la
cama, y ahora me vuelvo a distraer pensando que esto me debería dar risa, y sí
me da risa, pero sigo llorando, y es que
lloro “hasta porque vuela la mosca”, eso dice mi papá, y es cierto, lloro por
cualquier cosa, bueno, casi por cualquier cosa:
lloro porque me ven feo
lloro porque alguien me grita
lloro porque no me gusta el huevo, ni la
leche, ni el pescado, ni nada de lo que deben de comer los niños para estar sanos y fuertes
lloro porque no me puedo levantar de la mesa
hasta que no me termine todo, y así me quedo contemplando el plato dándole
vueltas y vueltas a esos trozos de carne que no puedo masticar porque están
llenos de pellejos, esperando que llamen a mi mamá por teléfono para colocarlos
uno a uno en una servilleta que hago un ovillo para tirarlo más tarde en la
taza del baño.
lloro porque a mí solo me gustan las cosas que
para ellos son porquerías
lloro porque no quiero ir a la escuela, porque
me quiero quedar jugando en la casa
lloro porque quiero estar con mi hermana que
cursa la pre-pri y no me callo hasta que me llevan con ella; por eso, nunca cursé el kinder
lloro porque la miss. mery es una vieja bruja
que me pone a leer en inglés cuando ni siquiera lo puedo hacer en español, y lloro más
fuerte cuando me dice que aprenda a mi hermana
lloro porque en el colegio mi mejor
amiga me las cortó y ahora ya no tengo con quién jugar
lloro porque la gorda
ojos de gata me dijo mocosa y entonces creo que tengo mocos en las narices, y
sigo llorando porque sí, soy un ratón pequeñísimo frente a su voluminoso cuerpo
gatuno
lloro porque mi abuela
me dijo “negrita” y todos en mi casa son blancos
lloro
lloro
lloro
Mi
papá me dijo que de tanto llorar se me iban a acabar las lágrimas, pero yo no le creí y seguí llorando por
mucho, mucho tiempo, hasta que un día… dejé de llorar, y luego…, cuando quise volver a llorar, ya no
pude.
Continuará.
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