Pero… a ver, Malena, regresa
al cuadro de Varo, que ya te estás dispersando, que todo debe estar ordenado
sin salirse de la raya, cada cosa en su lugar en este castillo-fortaleza, en esta
cárcel a la que odio y de la que quisiera escapar.
Pero, como esa joven
que se rebela, que mira hacia nosotros resistiéndose a la mirada hipnótica de
las demás, yo, Malena, María Elena, casi Magdalena como me hubiera gustado
llamarme porque lloro todo el día, hasta “porque la mosca vuela”, me dice mi
papá, y es que ni yo misma sé por qué lloro tanto. Bueno, yo, Malena, María
Elena, casi Magdalena, soy igual que esa estudiante cuya mirada se sale del
cuadro, que no se deja dominar como las otras. Yo, al igual que ella, también
me rebelo y no miro hipnotizada hacia el frente, sino fuera del cuadro que
quieren pintarme y que yo no quiero creer. Y huyo de la única manera que puedo
colocándome en ese único espacio de libertad que se me permite: la soledad. Construyo
un mundo propio donde no hay gente, pues desconfío de todos y de todo. “Cámbiame
de escuela, mamá”. Pero si te acabo de cambiar. La otra escuela también era horrible:
ahí no había monjas y las celadoras eran unas brujas solteronas amargadas a
cual más. Lloraba todos los días y por eso nunca hice el kinder: me llevaban a
la pre-pri con mi hermana para que me
calmara. Ya se ve que eso de la escuela no va conmigo. Por mí, me hubiera
quedado a jugar todo el día en la casa, a dibujar, a correr, y a brincar. No
quiero estar sentada en un banco escuchando y haciendo cosas que no me
interesan.
Y lo que sucede es que
yo no soy intrépida y atrevida como otras que se hacían expulsar. Un día,
simplemente ya no regresaban y me preguntaba dónde estarían, y si las habrían
cambiado a una escuela mejor. Pero yo llevaba el miedo colgando a mi cuello
como un grillete, y la timidez era mi segunda piel. ¿Cómo iba a poder rebelarme
si ni siquiera podía ver a las brujas a la cara? Sí, es cierto que no tuve
valor para enfrentar a la escuela pero lo frontal nunca ha sido mi estilo. En
una aparente docilidad pasé esos años, pero dentro de mí quedó un rotundo NO a
la autoridad, NO a la obediencia ciega, NO a cualquier clase de dominio, y un
gran escepticismo hacia el mundo y los demás. Estas pautas ocuparon todos los
espacios de mi ser y ahí se maceraron durante muchos años. La vida se
encargaría de sacarlas convertidas en monstruos, pero ellas protegieron lo más
frágil y vulnerable de mi persona; me dieron las herramientas para convertirme
en una sobreviviente, o lo que es lo mismo, alguien totalmente fuera de lo que
se considera “normal”.
Continuará.
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