Y es que yo, yo Malena, o como me pusieron cuando nací: María Elena del Niño Jesús. ¿Qué no pudieron ser más originales si todas en méxico nos llamamos “maría”? Ocurrencias de una sociedad donde no había más nombres que los cristianos, y cualquier otro era para los nacos agringados o los ateos. Así que llegas a la uni y resulta que tú no eres tú, eres otra persona porque en el certificado no viene el niño, o el jesús, que marías son todas, y ya nadie sabe quién soy.
Y es que yo, yo Malena,
asistí a una cárcel con nombre de colegio al sur de la ciudad, y a las
celadoras les teníamos que decir madams,
aunque yo no les veía eso de damas por ningún lado. ¡Seres temibles, como de
historieta japonesa! Vinieron de francia cargando sus rollos y frustraciones, pero,
nosotras, ¿qué culpa? Habían llegado a méxico a petición de unos padrecitos que
querían fundar una escuela para “niñas bien”. La mentalidad de estas escuelas era
la de una cárcel donde encerrar a las hijas, para que
no se pierdan, que aprendan a ser unas
damas virtuosas y hacendosas, prepararlas para servir a Dios o a su
representante aquí en la tierra: es decir cualquier clase de varón. La disciplina
y la represión eran su lema. Sus ropas y su andar me recordaban a los zopilotes;
el cabello lo llevaban recogido en un chongo de una perfección casi divina.
Siempre estaban gritando y malhumoradas, dando órdenes y regañando. Nunca vi en
ellas una mirada tierna o gentil. De sus bocas jamás salió una palabra amable.
La escuela-fortaleza estaba rodeada por una gran muralla de piedra volcánica como
el castillo de Varo, donde todo estaba prohibido: pisar el pasto, correr,
gritar, preguntar, hablar, contestar, ir al baño a “deshoras” (esa palabrita
era su preferida), llevar el uniforme arriba de las rodillas, hacer caras, echar
ojos, caminar en las piedras, subir a la casa de las novicias, pasar la línea
invisible que separaba la primaria de la secundaria, acercarse al territorio de
la celadora filip. ¡Cómo añoraba ir a otro colegio! Sobre todo, quería convivir
con niños, es decir, ir a una escuela mixta. ¿Por qué tenía que convivir con puras
mujeres que me caían tan mal? Yo adoraba a los hombres y quería estar con ellos.
Imaginaba una escuela donde pudiera ser libre, entrar y salir cuando yo
quisiera, hacer manualidades, pintar, jugar, y aprender sólo aquello que me
interesara. Ya estando en la secundaria, también anhelaba esos espacios
maravillosos que son las bibliotecas. Y es que en esta cárcel no había tal,
¡aunque ahora suene increíble! Seguro pensaban que leer es peligroso, saber es peligroso, pensar es peligroso.
Continuará.
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