lunes, 5 de noviembre de 2012

"Malena en ...". C. II: El pelo, el cabello.

 
Vuelvo al hábito de la monja: el cuello rígido, blanco y corto de las alumnas ha aumentado su tamaño y ha perdido su original dureza; ahora forma una múltiple papada sobre su pecho. La monja ya no necesita el armazón para mantener la cabeza erguida y tensa, por eso ha dejado atrás el cuello que apenas está moldeando a las estudiantes. Las mangas se han ajustado alrededor de sus brazos aprisionándolos (en las alumnas las mangas están sueltas y son muy amplias, dejando algo de libertad a los brazos desnudos). Sobre la cabeza lleva un sombrero de ala ancha y recta; de él sale un mantón de tela burda color café colgando tras la espalda: El cabello expuesto y libre que todavía las alumnas pueden lucir, en la madre superiora ha quedado oculto tras la tela. O, ¿lo tendrá tan corto que le podemos decir “pelona”? Que el cabello es un signo de seducción, recógelo, tápalo, ponte el velo antes de entrar a la iglesia, no seas irrespetuosa, tomo el pequeño círculo de tul bordado con una punta de encaje alrededor y me lo coloco sobre la cabeza antes de entrar a misa; un pasador dorado lo mantiene firme sobre mi pelo, “cabello” dicen las del colegio de gobierno, nosotras le decimos “pelo”: “qué padre traes el pelo”, “me corté el pelo”, “me alacié el pelo”, “me gusta tu pelo”, pelo, pelo, pelo, nadie me hará decir “cabello”, que eso es de nacas, así dicen las “otras”, las escucho en los juegos estatales de básquet, y dicen “cabello”, no lo soporto, como tampoco soporto sus cuerpos rudos y sudados empujándome y mojando mis brazos y mis piernas, ¡qué asco! ¡Cómo íbamos a ganarles si parecíamos juncos frente a robles curtidos por el sol! Y aunque luego me enteré que en realidad ellas estaban en lo cierto, y que el “cabello”  es el pelo de arriba, y el “pelo” es el pelo de allá abajo, tuve que hacer un gran esfuerzo para decirle “cabello” al cabello,  y “pelo” al pelo (ese no me costó trabajo). 
 Frente al grupo de colegialas, en un segundo plano, vemos a un hombre manejando una bicicleta motorizada (tampoco tiene pedales), de cuyo saco-capa salen unos pájaros que sobrevuelan al grupo rodeándolo para volverse a meter en él. Me parece que son palomas mensajeras disfrazadas de pájaros, pues salen y regresan al mismo lugar y me imagino llevan una “consigna” amarrada en sus patas. Se ve que el hombre no ha salido del castillo al mismo tiempo que el grupo de mujeres, pues está ligeramente desplazado a la derecha. Tal vez se trate del portero del castillo, sí, ese, el que cuida la puerta desde su torre-vigía, el que decide quién entra y quién sale, espero con ansia el chasquido que me permitirá salir, dónde está su pase si no, no puede salir, y miro ese seguro como si fuera un gusano porque no tengo ningún pase y todavía no he aprendido a mentir. La bicicleta que maneja el hombre es rígida como la de la madre superiora y el chasis está hecho de la misma tela acartonada azul marino del uniforme de las mujeres. Uniforme que se abre para dejar pasar la rueda y luego se “cierra” para sostener un manubrio independiente. El “monta” su bicicleta como si se tratara de un caballo, erguido y rígida la espalda. Viste un traje con saco de cola color café. Las puntas del saco flotan hacia atrás, pero terminan retrayéndose hacia su cuerpo y están acartonadas como el hábito de la monja. Unas franjas oscuras como de cola de mapache cubren los extremos. Sus pies descansan de manera natural, un poco separados sobre el chasis de la bicicleta “sojuzgando la materia femenina de color azul”. A diferencia de las mujeres, la bicicleta no es una extensión de su vestimenta, pero, al igual que la madre superiora, él no interviene en su movimiento, pues no se observa ningún pedal. Parece una bicicleta motorizada. Adivino que su misión es la de transportar los pájaros-perros en su saco-saco, que cercarán al “rebaño” para que no se disperse, que la dispersión no lleva a nada bueno, el desorden sólo puede producir más desorden y en el desorden el “lobo” aparece y se come al cordero. 
La mirada del hombre, al igual que los demás personajes del cuadro (con excepción de la “rebelde”, la estudiante que nos mira desde la pintura), está hipnotizada siguiendo las órdenes de “alguien” o de “algo” que está por encima de su voluntad. Una figura “siniestra”, como ha sido llamada, que no podía faltar en una institución creada para controlar lo femenino.
Continuará.



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