martes, 6 de septiembre de 2011

ESTAMBUL 7 (Mar Negro)

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Hay nombres en la geografía del mundo que siempre me han llamado la atención porque me remiten a otra cosa, y en un esfuerzo nemotécnico necesario, quedaron grabados en mi memoria de manera especial. La mayoría de ellos eran lugares sólo conocidos en ese mapamundi que miraba con horror, porque hoy tenía que aprenderme los ríos, mañana, los mares, pasado, las penínsulas, los cabos, los estrechos, las cadenas montañosas, las capitales, las formas de gobierno, la producción agrícola, la industrial, e, te, ce, odio la geografía de papel, y nunca pensé que podría llegar a conocerlos físicamente. Y es precisamente en Estambul donde se concentran algunos de ellos: el Mar Negro, el Bósforo y el Mármara. Tres nombres que comparten las mismas aguas. Me imaginaba el Mar Negro, un mar de color negro; el Bósforo, un fósforo y el Mármara, un mar de mármol. Pero ahora, al ver los nombres convertidos en agua, en azul y en movimiento, es como nombrarlos por primera vez y han dejado de remitirme a algo que no sea lo que son. Pero esto no es totalmente cierto, porque la idea del Mar Negro permanece intacta: lo que iba a ser una travesía en barco por el Mármara siguiendo el Bósforo hasta llegar al Mar Negro, se convirtió en un viaje trunco, porque antes de llegar al tan esperado mar, nos dimos la vuelta, y entonces supe que ya no vería mi mar negro, mi oscuro mar, mi mar de chapopote. Así pues, el Mar Negro sigue siendo negro para mí a pesar de que sólo es “negro” porque los orientales asignan colores a los puntos cardinales: negro-norte, blanco-sur, rojo-oriente. Por eso al mar que da al norte lo llamaron Negro, y al mar del sur lo llamaron Blanco aunque nosotros le llamemos Mediterráneo, y al mar Rojo lo llamaron así por estar al este de Egipto. Tal vez fue mejor no conocer mi mar porque sigo viendo al Mar Negro negro, así como al Mar Muerto, muerto, y al Mar Rojo teñido con la sangre de la cabeza de Medusa, cuando Perseo la dejó en la playa en su breve estancia en Etiopía.
Mar, Mármara, Mar Negro: excrecencias del mar océano Atlántico que derrama sus aguas en ese inmenso lago llamado Mediterráneo, que forma un delta escabroso en el Mar Egeo y una pequeña laguna en el Mármara, un listón en el Bósforo, un filamento en el Cuerno de Oro y un lago apacible y negro en ese misterioso y aún desconocido Mar Negro.
Algunas medusas color blanco nos reciben en el embarcadero a orillas del Bósforo: suben a la superficie para luego esconderse en las profundidades: ¿medusas? ¿Medusas?  Delicados pañuelos agitando el mar: frágiles cúpulas de agua salada. El Bósforo es como un río ancho de color azul intenso que divide el Estambul europeo del asiático. En el lado europeo de sus riveras-orillas se observan muchas construcciones entre las que sobresalen los palacios de grandes sultanes ahora convertidos en museos o en hoteles de lujo. Miro la parte asiática y caigo en la cuenta de que abunda lo verde y hay pocas construcciones pero muy exclusivas: son pequeños chalets rodeados de vegetación con sus embarcaderos y yates privados: aquí tienen sus casas los ricos, es la parte residencial de Estambul y llegamos a ver escondidos entre jardines y terrazas, algunas mansiones. El guía nos dice que una casa de éstas cuesta decenas de miles de dólares y en la conversión a pesos calculo unos 50 millones, ¿me habré equivocado? Las cifras por arriba de los cinco ceros escapan de mi entendimiento. Cuando oía hablar de la parte asiática de Estambul me imaginaba la zona pobre del país, algo así como la Tijuana mexicana, donde también un elemento acuático (el Río Tijuana) divide dos regiones contrastantes: por un lado San Diego, USA, donde lo verde y lo limpio del paisaje contrasta con una tierra árida, terrosa y café del lado mexicano.  ¿Cómo es posible que siendo la misma tierra y la misma agua todo se transforme de manera tan radical con sólo cruzar un puente?  La película technicolor de los iunaites viaja en el tiempo hacia atrás para entrar al cine mudo de la Revolución Mexicana en colores sepia, lo cual no deja tener cierto encanto.  Ahora que he visto parte del lado asiático de Estambul,  me doy cuenta que no es como lo imaginé. ¿Pero cómo será en realidad? Yo sólo he visto las riberas del Bósforo. Nos alejamos de la orilla para regresar al lado europeo.

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