martes, 13 de septiembre de 2011

ESTAMBUL 3 (Sta. Sofía)

Hoy vamos a Santa Sofía. Presiento que algo distinto me espera: tal vez sea el estilo románico de sus líneas coronada por esa gran cúpula, o los contrafuertes de piedra, o la barda perimetral de hierro forjado que deja ver su interior, todo me dice que no es una mezquita, aunque sé que trabajaron mucho para transformarla en una. Las ruinas de unos frisos tallados en mármol con motivos cristianos y una pila bautismal nos dan la bienvenida en lo que debió ser un gran atrio ahora ocupado por diversos recintos. Son los restos de la iglesia construida por Teodosio en el año 416 d.C. sobre las cenizas de la  de Constantino. Será Justiniano el que la reconstruya como la conocemos ahora.  Estructuralmente es una basílica con una nave principal y dos laterales, y fue la sede papal durante casi mil años hasta que los turcos conquistaron Constantinopla. Entonces la transformaron en una mezquita. ¿Será esta pluralidad de formas: lo romano y lo turco lo que le da un carácter tan especial?  Sabemos que en la confluencia de formas diversas nace la fuerza de lo plural. ¿Pero realmente estoy frente a una pluralidad?  Pienso en la Iglesia de San Juan Chamula en México: templo cristiano convertido en lugar de prácticas chamánicas donde  antiguos rituales mayas se entrelazan con elementos del rito católico: la nave vacía sin bancas alberga a los chamanes que, sentados con las piernas entrecruzadas, ocupan un suelo cubierto de agujas de pino; cada uno separado del otro por círculos concéntricos de finas velas, tan delgadas como dedos; cada uno con sus rezos, con sus santas marías y padres nuestros iniciando una interminable letanía en lengua tzotzil; los afligidos con su petición, los ojos cerrados, el cuerpo siguiendo el ritmo de los rezos, y el gallo amarrado con un lazo sin sospechar que pronto le torcerán el cuello; el refresco o el “frutsi” que sacará los malos espíritus del enfermo cuando se escupa; el copal con su humo oloroso, y el montoncito de pesos ya borrosos de tan manoseados, y el suplicante de rodillas bisbiseando oraciones incomprensibles frente a un altar despoblado que sirve de mesa para colocar lo que se ofrezca: un niño Dios, un nacimiento y una serie de foquitos aunque no sea Navidad, cajas de cartón, bolsas de plástico, ramos de flores secas; y aún más velas prendidas en hileras irregulares y pegadas al suelo con su propia cera que apenas dejan un pasillo por donde transitar. Y ahora vuelvo a pensar en la  Mezquita Azul porque al describir el templo mexicano encuentro similitudes difíciles de obviar: la nave del pequeño y sencillo templo cristiano en México está vacía y sin bancas como el cuarto de oración de la mezquita; cubriendo el piso también encontramos una alfombra aunque aquí sea de hojas de pino;  escucho los mismos rezos en voz alta que se conjugan y entremezclan unos con otros en una letanía sin fin. Y es que el mundo indígena de América es el Oriente del mundo Occidental. Cristóbal Colón buscaba el Oriente y lo encontró, pero no el Lejano como él pensaba, sino el “Oriente Americano”. Vuelvo a Santa Sofía porque ella también conjuga el Oriente y el Occidente, pero su transformación en museo la ha momificado desplazando las fuerzas plurales al orden de los conceptos. El visitante católico completa el escenario, los ritos y la experiencia mística en un movimiento involuntario que pasa por la razón, acomodando los elementos cristianos según reglas muy estrictas; los elementos islámicos se perciben sueltos, desgajados de la estructura cristiana, como huellas de un pasado histórico. En cambio San Juan Chamula es un templo vivo. Aquí los ritos americanos se siguen practicando en el espacio de lo Occidental  impactando al visitante en el orden de lo vital, de la experiencia que no pasa por la razón, golpeando el cuerpo de manera intensiva y directa. Aquí la pluralidad está en acto. Ni síntesis, ni conjunción armónica de los opuestos, sólo tensión entre los distintos elementos sin que ninguno sea reabsorbido por el otro, donde la resistencia del elemento débil se vuelve activa, y el dominante, proyecta su estrategia en relación al débil. Lugar donde el mestizaje o el sincretismo no son más que un sueño del poder. Por eso, entrar a San Juan Chamula es traspasar el umbral a otro mundo, es recibir una descarga: el impacto de lo verdaderamente plural.

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