Hoy iremos al Gran Bazar que es un mercado cerrado donde se vende todo tipo de mercancías: joyería, piel, ropa, telas, artesanías, lámparas, instrumentos musicales, bolsas, gorros, chalinas, mascadas, etc. La estructura por fuera se parece a los edificios turcos que acompañan a las mezquitas, pero por dentro es un laberinto de pasillos cubiertos por muchas cúpulas, elementos que ya sabemos no pueden faltar. A pesar de que nos han advertido en cuanto a qué hacer y qué no, qué decir y qué no, hasta dónde regatear (¿re-gatear? ¿será arrastrarse en cuatro patas contorneando las palabras para conseguir algo?), la realidad sobrepasa todo lo que pudiste imaginar: que no mires a los vendedores a los ojos porque ya no te sueltan y te envuelven en su perorata, en inglés, en español, en alemán, en coreano, en mandarín, en holandés, dime qué idioma quieres, ellos lo hablan, que de dónde eres, ¿hablas español?, siempre le atinan, a lo más al segundo intento, que yo tengo un amigo de por allá, que vive en la colonia fulana de tal, que son mis clientes Fox, o Zedillo, o el “Orejas”, o el presidente en turno, que todos ellos decoraron sus casas con nuestros tapetes, e-te-ce, e-te-ce. Especialmente nos recomendaron no entrar a las tiendas si no pensábamos comprar porque ya no te dejan salir sin comprar algo, y si logras resistirte, por lo menos te tienes que aguantar una buena media hora (que no tienes), porque te enseñan tapete tras tapete, chamarra tras chamarra, un té, un café turco, siéntese, mire, no tiene que comprar, pero ya te quieres ir y no, cómo que ya se va, mire que no ha visto esto, ni esto, ya no te sueltan, y si por alguna razón les dices que lo vas a pensar, que vas a ver en otro lado, que quieres ver algo más, no creas que ya te zafaste: una vez dentro del laberinto del Bazar ya no puedes salir, has caído en la trampa, porque la próxima tienda a la que vayas, la siguiente vitrina que veas, dos pasillos más allá, en el otro extremo del edificio, seguro es del primo, del hermano, del papá, o… ¡de él mismo!, así que no te salvas, y cuando pensabas que ya te habías deshecho del vendedor de chamarras del local 23, esas que te quedaste viendo dos minutos más de lo “permitido”, ¡saz!, te lo vuelves a encontrar treinta locales más adelante, “qué pasó, le gusta más ésta, pero mire, o le gustó más la que le enseñé hace rato”, y si se te ocurre que después del té, el café, la sillita para sentarse porque estoy muy cansada, de la media hora de sacar y meter mercancía, decir que no, que no quieres nada, que no te gustó o juatever, prepárate para oír una sarta de gritos para que todos se enteren que eres un desgraciado maldito, que sólo les haces perder el tiempo, que no tienes ni madre, ni abuela ni nada que se le parezca, y para que les quede bien claro a todos su enojo, levantan las manos y gesticulan a más no poder, y es tanto el bullicio que arman, que parece que una revuelta está en ciernes y en cualquier momento veremos aparecer a la guardia municipal.
Si te preguntan que de dónde eres, sigue caminando y no contestes, ¿por qué no me contestas?, te estoy hablando, ¿no me quieres contestar?, ¿eres española, mexicana?, te lo dicen en tu lengua, porque los hombres hablan cinco o seis idiomas cómo mínimo, por eso sólo hay hombres vendiendo, las mujeres no venden porque según ellos, sólo saben su lengua, ellas en su casa cuidando los niños, haciendo la comida, tejiendo los tapetes y haciendo las artesanías que ahora sus dueños venden, atendiendo al marido que para eso están, y las que hoy pudieron salir caminan por los pasillos vistiendo largos abrigos negros o grises, la cabeza cubierta, siempre en parejas o en grupo, nunca solas, que las mujeres no deben ver directamente a los ojos de los hombres porque entonces los estás invitando a “algo más”, así que me cuido de no verlos porque si de algo estoy segura, es de que no quiero nada con ellos; los hombres siempre en grupos murmurando, gritando, cuchicheando, riendo, peleando, los comerciantes todos trajeados, impecables, bañados, perfumados, los trajes Gucci y los zapatos Dior, las mujeres muy sucias, con olores insoportables, procuro no acercarme a ellas, seguro son esos abrigos y el estar todas tapadas así sea el día más caluroso del año, el mismo saco, el mismo abrigo, las mismas medias, las mismas pañoletas, dan la impresión de que nunca se cambian, muchas vienen del interior porque es la fiesta del fin del Ramadán, visitan las mezquitas, van al Gran Bazar, a conocer Estambul y comen en los restaurantes de comidas rápidas extranjeras, que de los kebab… hoy, no quieren saber.
Aquí, la tranza es el arte que todo mundo practica y todo mundo trata de ocultar, “pero si aquí nadie roba, no ve que está muy penado”, pero el robo sigue caminos tortuosos, como esa chamarra de cuero a la que le falta un botón y tú no te das cuenta porque te hablan y te hablan, “a ver, le gusta ésta, pruébesela”, y te ayudan a ponértela y te amarran el cinturón ocultando ese espacio vacío que señala la falta, y rápido, “¿le interesa?, se la dejo más barata, pues ¿cuánto?”, y le vuelven a bajar al precio y luego,” no, no salgo, bueno, ¿se la lleva?, ándele que ya le hice un buen descuento”, y llego al hotel y saco la chamarra y le falta un botón, ¿cómo no me di cuenta si me la probé?, claro, ahora recuerdo que yo no me la amarré, “que mire que bien se le ve, que qué guapa, que se ve usted más delgada, que…”, y regreso a reclamar a pesar de que no tengo tiempo, pero… ¿dónde voy a conseguir un botón igual? Y me lanzo corre que corre para llegar antes de que cierren, y dejo de ir a otros lados, y cuando llego, resulta que ese, precisamente ese local ya está CERRADO, y no lo puedo creer, “oiga, me vendieron esta chamarra y le falta un botón, fue su vecino, ¿me puede ayudar?” Pero nadie me ayuda, y curiosamente a todos se les olvida el español y hacen como que no entienden, levantan los hombros y “mañana te ves”, sólo que mañana me voy… y quedo frustrada. Y así es todo acá, aunque estés a las vivas siempre te tranzan, no hay malicia que alcance frente a su deshonestidad. Y si no es el botón, son los gramos, o la fecha de caducidad, o el oro falso, o la piel de plástico, o la seda fake, o la antigüedad avejentada. La verdad, ¡me doy! O vas con la mentalidad de comprar lo que te guste, por el objeto en sí, independientemente de que sea o no sea lo que dicen que es, o mejor no compres nada. Pero recuerda: siempre te van a estafar.
Salimos del Gran Bazar para ir al Mercado de Especies. En el camino compro unos higos, buenísimos, del tamaño de una manzana, pero adivinen… Adivinaron bien, me dieron la mitad del gramaje que pagué. En fin, que aquí… ¡la cosa no tiene remedio!
Pero…, he sido injusta, el bazar es también el espacio de lo Otro, de lo que manos laboriosas trabajan en forma de objetos artesanales maravillosos y que forman parte de una tradición milenaria: me refiero a todo lo que tiene que ver con el mundo de las textiles: telas, fieltros, alfombras, chalinas, vestidos, chamarras, cojines, gorros, cubrecamas, cortinas, pañoletas, camisas; al manejo de los esmaltes y los metales en su joyería, armería, cajas, baúles, lámparas; en el uso de los minerales, del vidrio, de la cerámica y el mercado de antigüedades que es muy extenso. Pero no me voy a detener en lo que ya todo mundo sabe, en sus tapetes y alfombras de doble nudo como sólo aquí hacen, del trabajo impresionante que hay detrás de cada metro cuadrado de tejido, de sus colores brillantes y pálidos, en azules, rojos amarillos, rosas, blancos, verdes, cafés, negros, la múltiple variedad de motivos y mosaicos que manejan, de toda la cadena comercial que acompaña a estos fragmentos de de tela que adornan las grandes mansiones de los millonarios del mundo; tampoco hablaré de los objetos de cristal que adornan las mezquitas y las casas de los turcos, de esas lámparas de aceite de vidrio soplado que ahora son eléctricas de múltiples colores, o esos pequeños tarritos de cristal donde sirven el té de manzana y el café turco; tampoco de la cerámica, verdaderos artistas de los mosaicos que adornan las mezquitas y los palacios. Quiero sí hablar de una artesanía maravillosa que tiene fuertes raíces en Turquía, y que cautivó mis sentidos desde el primer momento: los trabajos hechos con fieltro, y que constituyen una de las grandes industrias del país. Y aquí me vuelvo a encontrar con el espacio liso del Oriente pero en el campo de los textiles: un aglomerado de lana que conocemos como fieltro. Las telas que surgen del entrecruce de la trama y la urdimbre pertenecen al espacio estriado y son los tejidos. El espacio liso del fieltro es el espacio infinito sin principio ni fin de unas fibras rugosas llenas de ganchitos que se abrazan entre sí hasta formar una masa informe que no se deshilacha. Estamos hablando de un antitejido que no presenta un derecho y un revés: bracitos que se enredan en los bracitos de sus compañeras al nadar juntas en un lago de aguas poco profundas y calientes, donde las fibras quedan unidas para siempre. A diferencia de los tejidos que reposan en estructuras molares y que son visibles a simple vista, el fieltro es un enmarañamiento de fibras, un enmarañamiento de microescamas que forman un contínuum o un espacio liso sin centro ni guías a seguir, y donde su estructura molecular habla. Todos los diseños se consiguen juntando fibras de distintos colores para crear círculos, lunares, flores, rayas, rombos, o difuminados. Una vez “pintada” se amolda la tela con algo de calor y humedad para formar sombreros o gorros de invierno. El uso de costuras se reduce al mínimo. Los estilos son muy variados: estilo marciano (con dos antenas en la frente), rastafari, moicano, zoomorfo, vegetariano, frigio, turco; todos calientitos y abrigadores, lo más original que se haya visto. También moldean animales como si se tratara de barro: conejos, pollitos, gallinas, perros, ratones, borregos; esferas de todos tamaños y colores se usan como cuentas para armar collares y aretes; flores y muñecas vestidas con trajes típicos bordados a mano: las hay de campesinas, labradores, pastorcitos, niños, niñas, y hasta un nacimiento completo. Cada pieza es una obra de arte, todo el material que se usa es de lana y los tintes son naturales. Algo que llama poderosamente mi atención es que logran combinaciones y desvanecidos perfectos como si estuvieran pintando con colores y, ¡pensar que son sólo hilos en proporciones desiguales! No puedo resistir y compro un gorro color rosa con dos lazos que terminan en unas flores negras, un borrego, un conejo, un ratón, una campesina y un carnero. Nada más… ¡aunque quisiera llevarme la tienda entera!
Bueno, ahora sí, ¡al Mercado de las Especies!
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