martes, 21 de agosto de 2012

"Malena en ...". C. XII: "El árabe".


Cuadro 5, 6 y 7.

La huída, La torre y Ruptura.
La huída

He comprado mi primer libro. Uno de los llamados “libros de bolsillo”, económico y fácil de esconder por su tamaño. Me gusta porque puedo plegar las tapas mientras lo estoy leyendo aunque sé que acabará hecho un abanico. Un libro por supuesto prohibido: El árabe. Sólo el tenerlo en mis manos, su olor, su consistencia, el sonido de sus páginas al pasarlas y la historia que me espera, me producen un gran placer. Siempre lo prohibido es lo más deseado y definitivamente este libro es uno de ellos. El dato preciso de por qué ese título y no otro, nunca lo supe bien a bien. De lo que sí estábamos seguras era de que era “ese” el que teníamos que leer. ¡Y qué maravillosa experiencia! Mi primer contacto imaginario con el “otro”, con el joven deseado y amado aunque éste permaneciera fuera de los gruesos muros de la fortaleza-escuela. Personajes de historias que nos decían lo que era el amor y la pasión entre un hombre y una mujer. Deseos de ser Diana Mayo, deseos de ser secuestrada por Ahmed Ben Hassan, al igual que tú, Varo, que huiste con el joven que bordaste en el manto de la tierra en esa torre-fortaleza sin que nadie se diera cuenta.

Has huido Varo. Navegas en un mar de fuego impetuoso.  La barca es un fruto abierto, carnoso y velludo como el que uno encuentra en los trópicos. Éste ha sido vaciado para dejar espacio a sus ocupantes. El timón no es otro que el manubrio de tu monociclo que remata en forma de ala de murciélago. Has huido con tu amante lejos del castillo-fortleza, con ese joven que dibujaste en el “manto de la tierra” oculto entre las ramas secas de un árbol para que nadie lo descubriese.  Grandes olas te empujan hacia unos riscos que prometen un nuevo mundo; tu uniforme se levanta por arriba de las rodillas mostrando las calcetas blancas que cubren tus piernas, y la capa flota en el aire a tus espaldas. Todavía llevas puesto el cuello blanco almidonado pues saliste a toda prisa, como estabas. Las puntas de tu cabello siguen sueltas como en los dos primeros cuadros. Él lleva el signo de su libertad alada en forma de una capa-saco como el sujeto que antecede al grupo en Hacia la torre, pero ahora funciona como una vela que se infla con el viento, y él la controla con su mano izquierda. Delgados hilos unen la vela a la barca. La alumna rebelde guía la barca con un timón. El amante es el motor que la impulsa, ella, la guía. Van tomados de la mano sin abrazarse, de manera natural. No sonríen, la mirada en ella denota expectación y a la vez seguridad en lo que está a punto de acontecer. Del cabello del amante se desprenden partículas doradas que copian el dorado reventar del mar bravo. Yo también quiero huir con mi amante e irme de hippy, sin un lugar fijo a dónde ir, ni promesas escritas. Son los años 60’s y el amor libre es su bandera.

Pero ahora sólo soy una niña y me he enamorado de un niño hermoso que conocí en la escuela de mi hermano. Las monjas nos han dicho que besar a los hombres en la boca es pecado, pero yo no les creo, y lo que más deseo es besar a este niño del que estoy enamorada. Pero, ¿cómo? Una niña de tu edad no puede enamorarse. Pues sí, resulta que uno puede enamorarse a los siete años, porque yo sentía “mariposas” en la panza cada vez que lo veía, y soñaba con él, y pensaba en él todo el tiempo. Él era mi “príncipe azul”, el que llenó mi imaginación de ideas románticas y amorosas, el que me llevó a donde las nubes, cerca de los riscos y el cielo que pintaste en tu cuadro La huída.

Varo ha huido con el amante que creó en su imaginación. Él no representa al amante del cuadro La torre del que ya hablé, pues se muestra seguro de sí mismo pero no dominante. A ella la deja ser. Por eso no te aprisiona en un abrazo controlador y sólo te da la mano. No te posee con los ojos pues su mirada se dirige al frente. Pero es gracias al amor que has podido huir. La fortaleza-escuela no pudo amoldarte aunque pasaste ahí varios años, llevas tu uniforme, pero flota libre al aire. Antes de salir huyendo tuviste que haber roto con la escuela y su clausura. Eso lo veo en un cuadro relacionado con el tríptico: Ruptura. Te veo bajando una escalinata abandonando un edificio entre dos altas murallas. Llevas la capa color café que usan tus personajes masculinos, como si te hubieras cubierto con su naturaleza y sus privilegios. ¿El color café será un símbolo del conocimiento al que tenían acceso de manera gratuita? ¿Será que el conocimiento da la libertad? No sé exactamente, pero el vestirte con ese color te ha liberado del encierro, y la manera en que te envuelves con él te hace ver como un capullo o un globo aerostático a punto de salir volando. Sólo un  punto de tu zapato izquierdo toca el piso. La capucha te cubre el pelo y la frente, pero sabemos que eres tú. Te arropas con la capa para protegerte pues no sabes lo que te vas a encontrar allá afuera, y miras con suspicacia tu entorno. Los muros que encierran la escalinata están cubiertos de una enredadera vieja ya seca, y de caracoles panteoneros. Su presencia nos confirma de lo que está hecho el muro: de esqueletos. Son todas esas creencias caducas por no tener más vigencia, pero que permanecen en pie porque se piensan eternas. Los caracoles siempre buscan las zonas sombreadas y húmedas, y se alimentan de los residuos de las hojas muertas o en mal estado.
Ruptura


Dejas atrás la escuela, las compañeras, este mundo caduco y viejo, muerto. Tu sombra es tu única compañera. De la puerta entreabierta del edificio salen volando hojas de papel como las páginas sueltas de los libros que leíste. Hojas que te acompañan en tu huída. Tus compañeras, todas idénticas a ti, se despiden desde las ventanas superiores del edificio con pañuelos blancos. Ellas permanecerán encerradas por el momento, o tal vez  por el resto de sus vidas,  atrapadas en los castillos-fortaleza de cualquier institución.

Pero tú has roto con las tradiciones y la institución, ahora eres libre y huyes con el amado del cuadro La huída. Yo también he roto con todo ese montón de creencias caducas y retrógradas, soy libre en ese sentido, pero no mi cuerpo, pues sigo aquí metida en este castillo fortaleza viendo la hora de salir.


Continúa.

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