lunes, 28 de febrero de 2011

"LA VIDA SECRETA DE LAS PLANTAS" de Lee Seung-U.


Recibí la noticia de haber sido premiada con una Mención Honorífica por parte de Ediciones del Ermitaño en el Tercer Premio de Ensayo sobre Literatura Coreana. El ensayo habla sobre la temporalidad en la novela La vida secreta de las plantas del escritor Lee Seung-U y espero que sea una forma para acercarnos a esta maravillosa obra literaria. La verdad es que conocemos poco de la literatura coreana por falta de traducciones y hay una veta enorme en estos ejemplares que la editorial tan generosamente ha traído hasta nosotros.

EL TIEMPO INTENSIVO EN LA NOVELA LA VIDA SECRETA
DE LAS PLANTAS DE LEE SEUNG-U

En opinión de Guillermo Samperio lo fantástico en la literatura: “abarca relatos cuyas leyes son distintas a las de nuestro mundo cotidiano o son puestas en tela de juicio […]. En el texto fantástico jamás se resuelve si el encuentro con lo sobrenatural realmente ocurrió o fue una ilusión de los sentidos.” (“Damas fantásticas literarias” en Día siete, 14). Tal vez por ello, nunca sabremos el final de la novela: La vida secreta de las plantas de Lee Seung-U[1] pues una escena familiar y los espacios sin tiempo del mausoleo real y de Namcheon, son los únicos retazos que nos deja el autor entre las manos. Con ellas tendremos que inventar una historia hecha de raicillas que con el tiempo se vuelvan leñosas pues en la fantasía: “lo increíble puede ser real” (104). 
Existen dos espacios en la novela de Lee que parecen moverse en esa dimensión fantástica: El bosque del mausoleo real y la casa junto al mar de Namcheon. Son lugares mágicos donde el tiempo parece detenido y todo se percibe irreal, y ambos guardan un misterio que debe ser develado sólo para quien esté preparado a verlo. En lo fantástico no existe determinación del ser con ataduras que lo aprisionen: nombre, edad, estado civil, etc. Aquí los sentimientos fluyen libres. Es el espacio de los amantes. Y en medio de este espacio… surge el milagro en la forma de un árbol: una palmera imposible, un alibufero abrazando un pino o un fresno tan grande que puede sostener el cielo y el tiempo.
Para Kihyon, el protagonista, el espacio que ocupa el mausoleo real y a donde el hermano encuentra la paz que necesita para seguir viviendo, sólo se proyecta durante la noche, cuando todo está oscuro. El lugar le recuerda los bosques de los cuentos infantiles donde las brujas y los fantasmas hacen su aparición: “Son un mundo regido por reglas completamente diferentes y, por una inconcebible lógica, incompatible con las leyes diurnas de las aldeas. […] los bosques nocturnos gravitan en un mundo muy diferente, escondido al otro lado de la realidad” (35).
En cambio, la casa junto al mar de Namcheon tiene su magia durante el día pues da la impresión de ser una pintura o un sueño. Kihyon lo ve como un espacio inaccesible para el que vive el mundo cotidiano: como un lugar sobrenatural, en otra dimensión. En él crece una enorme palmera que el papá de Kihyon califica de milagrosa, pues esa planta no crece en estas latitudes. Su semilla llegó a las costas de Corea tras un largo viaje desde tierras tropicales.
Deleuze y Guattari hablan del espacio de lo fantástico como aquél que rescata de manera deliberada, aquellos elementos de tipo anómico[2] que el mito cristaliza, y que al hacerlos entrar en nuevas formas de expresión como el cuento, producen en el observador una imagen distorsionada. En este caso, los árboles son el elemento mítico tomado por Lee para proyectar una dimensión no visible de la realidad que se mueve paralelamente a la trama de la novela. Los árboles no son tomados como elementos aislados o decorativos, sino como una metáfora de lo que están viviendo internamente los personajes. La distorsión en la imagen proyectada es muy evidente en el caso de Kihyon: para él, el bosque nocturno en el mausoleo real es el mismo donde fueron abandonados Hansel y Gretel un día por sus padres. Ahora él y su hermano Uhyon comparten el mismo escenario: “[…] en la casa no me trataban mejor que a un perro” (56), nos dice Kihyon, y no duda que en cualquier momento se podría aparecer la bruja para llevarlos a su casa de galletas. Donde Uhyon ve la floresta, Kihyon ve “un agujero negro, la metáfora de un cuento de hadas…” (35).  La bruja en su agujero negro no es otra cosa que ese dinamismo irreductible que trazará una línea de fuga en la vida del protagonista permitiéndole entrar a otras formas de ser más justas y humanas. Ahí se reconciliará con su padre y su hermano, y la rueda del tiempo volverá a echar a andar.
Sin embargo, desde mi punto de vista, tanto la referencia occidental del bosque en el cuento de los hermanos Grimm, como el referente mitológico griego de la metamorfosis, carecen de la fuerza necesaria para producir la transformación que vive Kiyon en la novela. La magia mística del bosque y de los árboles tal como los vemos en la novela no puede tener otro origen que el de una cultura donde la naturaleza y el hombre están íntimamente unidos, pensamiento mucho más afín al oriental y a aquellas culturas originarias del mundo. Las referencias occidentales de la novela se notan flojas, sin consistencia; en realidad no son ellas las que mueven el relato, sino las orientales. Son como esa corriente subterránea que alimenta las raíces de los árboles dándoles la fuerza necesaria para crecer y a cuyas fuentes recurre Kihyon para encontrar la humildad [3], cualidad indispensable para lograr una empatía con los demás personajes y su comprensión.
Son los bosques terribles y misteriosos que rodean los valles y las aldeas en Kensaburo Oé: es el Gran Hinoki del Tenkubõ en su Cartas a los años de nostalgia; es Silvina Ocampo “perdida en el bosque del desconsuelo” de Beatriz Espejo; “Un sauce de cristal, un chopo de agua, un alto surtidor que el viento arquea, un árbol bien plantado mas danzante” de Octavio Paz; la Ceiba que guiará a Pakal hacia los siete cielos de los Mayas; la Higuera donde Buda alcanzó la iluminación; el Árbol de la Sabiduría del Edén; el árbol cósmico de los indios tarahumaras: “el Árbol de la Vida que pasa por el centro de la Realidad” (Artaud, Los tarahumara, 53); son las matrioskas hechas con madera de tilo: pequeños troncos ahuecados que incluyen una muñeca dentro de otra, y cuyos motivos pictóricos reflejan una evolución floral desde los incipientes botones de la muñeca más pequeña, hasta el bouquet de flores y ramas que adornan la muñeca más grande.  
Es toda una filosofía de la vida que nos lleva a comprender que nuestra propia vida está ligada a las plantas, que los hombres guardan en su interior un árbol que crece y florece de acuerdo a sus actos. Me vienen a la mente los bonsái, pues ellos concentran en su tamaño toda la vitalidad de un gran árbol. En ellos va impresa la paciencia, el tiempo lento, la fuerza de contensión. Su ser nace de una vida en el límite, en lo frugal y básico. Es producto del ayuno alimenticio. Ellos se veneran por su vejez y su belleza, no por su tamaño. Se dice que el árbol es bello porque expresa su tema, y no puedo dejar de pensar en el alibufero abrazado al pino en el mausoleo real o la gran palmera en Namcheon. El primero expresa los sentimientos de Uhyon que fluyen libres para lograr encuentros imposibles o quimeras, y la segunda, refleja el espacio-tiempo mágico de los amantes. Estos son árboles que han guardado el espíritu de los hombres.
Pero en la novela de Lee hay un árbol especialmente bello que no tiene presencia física en la historia. Éste permanece oculto en el interior del padre de Kihyon. El adolescente rebelde lo ve en un sueño como la palmera que crece en la playa de Namcheon: “Mi padre-árbol perforaba el espeso suelo para echar raíces en la profundidad” (110). Y si hay que ponerle nombre, yo lo llamaría: “bonsái”, por ser un personaje límite, que permanece en los márgenes de la historia y sin embargo, toda la trama gira sobre su eje. Pero como todo sujeto marginal su influencia es sutil, callada pero eficiente; aparentemente insignificante pero de una gran fuerza. “La fuerza del débil” diría José Donoso en su novela: El obsceno pájaro de la noche. A los bonsái se les ha comparado con el arte Zen pues ambos se basan en dos conceptos: wabi que es austeridad, y sabi que es la soledad. En ambos encontramos la sublimidad austera, la asimetría, la profundidad sutil y la libertad de ataduras. Lo simple, lo tranquilo, lo natural es su ser. En el arte Zen se trata de mantener únicamente los elementos esenciales que se requieren para transmitir el mensaje del artista. El padre ni siquiera tiene nombre. Es un ser solitario y callado. Lleva una vida simple y aparentemente sin sentido, aunque poco a poco Kihyon se irá dando cuenta de su verdadera naturaleza. Y aquí quiero contrastar a estos dos personajes porque son los que están en los polos opuestos del movimiento: el padre, en la inmovilidad, Kihyon, en la máxima velocidad.
En el desarrollo de la novela este contraste se va haciendo menos profundo hasta que ambos se encuentran en un punto medio: el padre deja su vida aislada y poco creativa para volver a su antigua afición: la cocina, que reúne a la familia alrededor de la mesa; y Kihyon se detiene a “mirar” a los que lo rodean para empezar a comprenderlos. La estrategia que usa el padre para lograr este acercamiento es indirecto y sutil como lo es su naturaleza, pero al mismo tiempo, sigue la impronta del joven para lograr su objetivo. Se relaciona con él “a su manera”, se sube a “su tren” porque sabe que es la única manera posible de lograrlo, y “hacerle ver”. Este hecho producirá una desaceleración en la vida de Kihyon que le permitirá iniciar su madurez.
 Los encuentros entre el padre y el hijo en los primeros capítulos de la novela, suceden en el espacio-tiempo lento del padre, y por ello, son inútiles. Así lo demuestra el pasaje donde el padre le dice a Kihyon que las plantas sienten y perciben el corazón de los hombres y que por eso al hablarles, ellas le responderán transformándose: “La superficie de la planta percibe tu corazón a través de tu mano” (108).  Pero Kihyon lo tacha de irracional y absurdo por creer que sólo se puede oír con los oídos.
            Kihyon nos describe su vida familiar como solitaria y fría: “Vivíamos como desconocidos, pero nadie se quejaba y nadie se sentía incómodo por ello” (27): una familia disgregada y acostumbrada a esta forma de ser.  Yunhi, la mamá, nos dice que es dura y controlada; el padre, aislado y callado. El hermano, Uhyon, es el consentido de la madre: “brillante, inteligente y guapo” hasta que sufre un accidente y se encierra en su mundo enfermo e irracional.  La falta de reacción ante cualquier estímulo era su respuesta habitual. Rara vez Kihyon interactúa con él.
La impresión más fuerte que nos trasmite el protagonista sobre los miembros de su familia es la de un gran retraimiento y sedentarismo propio de las personas mayores. En el caso de Uhyon es producto de un accidente que lo ha dejado sin piernas, y lo mantiene inerte y aislado del mundo. Acaban por parecerse a tres árboles viejos y secos sembrados uno al lado del otro de manera casi azarosa, sin que haya ninguna relación entre ellos. Son seres  estáticos: se mueven poco o nada. El único que se mueve en la novela es Kihyon, y lo hace como loco: ya sale, ya entra, se va de la casa por temporadas; su trabajo en la oficina llamada “Nosotros Corremos por ti” refleja la dinámica que lo mueve: “Todo lo que hacía era corretear de la oficina de Registro Inmobiliario a la oficina de Administración Urbana […]. Era un trabajo muy apropiado para un tipo como yo, acostumbrado a ser una especie de vagabundo” (24). Luego como investigador privado, se hace llamar “Abeja y Hormiga”. Su ser es movimiento. Por eso no los entiende y le desesperan. Cree que son indiferentes y vacíos. Sus vidas no tienen sentido para Kihyon.
La pregunta central sería: ¿por qué Kihyon no puede entrar en relación con los otros? Veamos cómo es la vida de Kihyon con respecto a los demás personajes de la novela. Decíamos que el joven los describe como personas aisladas y sedentarias, es decir, estáticas. ¿Y cómo es Kihyon? Él todo el tiempo se está moviendo, por lo que podemos deducir que sus “tiempos” no coinciden y eso los hace incomprensibles. Más adelante en la novela sabremos que no es que no se muevan, sino que Kihyon se mueve tan rápido que le parecen estáticos. Sucede en el mundo físico que la percepción de un observador en movimiento es muy diferente a la de alguien que está parado, o que se mueve lentamente. Entre mayor sea el diferencial entre las velocidades del observador y el objeto, mayor será la distorsión; incluso, el que va más rápido llega a pensar que los otros están estáticos, aún cuando se puedan estar moviendo. Y no es que no se muevan, sólo se mueven más lentamente. Sólo después de un largo proceso de sensibilización, Kihyon podrá decir: “Llegué a la conclusión de que no es que un árbol no se mueva, sino que no se percibe su movimiento” (141). Sí, él, en su movimiento desenfrenado por la vida es incapaz de percibir a aquellos cuyo movimiento es más lento. Pero esto no es algo novedoso: Kihyon es todavía un adolescente. Tanto los niños como los jóvenes son por naturaleza dinámicos: sus padres les parecen lentos y viejos no importa la edad que tengan. Sólo la madurez otorga la calma. Al igual que el Principito deja su pequeño planeta y se pone “en movimiento” viajando a otros mundos  hasta que madura y puede volver a su lugar de origen, así Kihyon tendrá que pasar por un periodo de maduración antes de poder “captar” el complejo mundo de los sentimientos que vibra bajo la apariencia estática de los otros. Donde un Kihyon inmaduro veía dos viejos troncos aislados y secos, se le presentan al final de la novela como dos grandes árboles cuyas profundas raíces se abrazan cariñosamente bajo tierra. Pero esta relación es invisible a los ojos de Kihyon porque no ve con el corazón. Ya lo había dicho el zorro al Principito: “Sólo se ve con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos” (Sait-Exupéry, El Principito, 73). Pero veamos cómo se da la relación de Kihyon con su padre a lo largo de la novela y los índices de velocidad que manejan.
            El padre se mueve en el espacio-tiempo de los árboles, donde el tiempo parece detenido. Su inmovilidad no es estática, ocurre en el espacio de las intensidades. Son viajes in situ donde “a fuerza de no migrar, de no moverse se viaja en profundidad”  (Deleuze y Guattari, mil mesetas, 490). Profundidad que el Zen vincula con  reverberaciones interminables donde los procesos reflexivos se dan.  Kihyon se mueve en el espacio-tiempo de los adolescentes, donde la velocidad es su medida. Hay una exigencia de movimiento constante que impide la reflexión, y se actúa de manera automática, reactiva, visceral.
            Para diferenciar los diferentes espacios de tiempo donde se mueven el padre y el hijo, llamaré territorios o bandas de velocidad a esos espacios: banda de tiempo lento para el padre, y banda de tiempo rápido para el hijo.
 En un primer momento, como dije anteriormente, tanto el padre como Kihyon  buscan comunicarse entre sí pero fracasan  porque el espacio de estos encuentros está en la banda del tiempo lento, siendo que Kihyon se encuentra en la banda de tiempo rápido. En el siguiente pasaje Kihyon le lleva una taza de café a su padre buscando iniciar un diálogo, pero éste está viendo una partida de go por televisión,  juego que él no comprende:
Mi padre no había tocado la taza de café, ni siquiera notó mi presencia. Sólo ponía atención en el juego de la tele. Para hablar con él, tenía que esperar a que terminara el juego, pero no sabía cuándo terminaría. Así que tomé el café y salí de la habitación de mi padre con la taza en la mano. (El subrayado es mío, 78)
Observemos las actitudes contrastantes de ambos: la postura estática del padre que observa el televisor (aunque su mente sí se mueve), y la impaciencia de Kihyon; ambas pertenecen a bandas de tiempo distintas: una lenta y otra rápida. El padre está concentrado en el juego, actitud que necesita calma, sin que por ello estemos frente a un televidente pasivo: “Me dio la impresión de que, a lo mejor, a mi padre también le gustaría probar su nivel de juego”, observa Kihyon (78). En cambio él no tiene la “calma” para esperar a que termine el juego y puedan hablar. La actitud del padre nos puede parecer miserable, fría, indiferente, y ciertamente nos haremos una idea de él casi monstruosa, pero debemos recordar que como lectores, que sólo sabemos de los demás por cómo los “ve” Kihyon. Los intentos del hijo por comunicarse con el padre son muy loables, pero el hijo carece de una estrategia que salve la imposibilidad de juntar dos tiempos tan dispares.
            En una segunda ocasión Kihyon busca nuevamente a su padre, pero como el encuentro tiene lugar bajo circunstancias muy similares a la anterior, éste no se da. El oficio del cuidado de un jardín (donde se da este encuentro) transcurre en la banda de los procesos lentos: se necesita de un silencio espiritual para comunicarse con las plantas. Ambiente que a Kihyon le parece “mágico”.  El movimiento, al contrario, es ruidoso, distrae la mente, desenfoca, insensibiliza. Estando el padre cuidando y hablando con las plantas de su jardín, se acercó Kihyon a preguntarle la razón por la que debían ir a Namcheon:
Me salió una voz un poco rara, quizá debido al ambiente mágico creado por mi padre en el jardín oscuro. Pese a mi insistencia, no parecía estar dispuesto a responder. Era comprensible. Tal vez era la actitud más apropiada para mi padre. De todos modos, me sentí decepcionado y me dio la impresión de que mi padre era un extranjero proveniente de otro mundo. No, en realidad era yo quien venía de otro mundo, totalmente ajeno al mundo de ese jardín. (El subrayado es mío. 110)
Nos encontramos aquí de nuevo con los espacios fantásticos relacionados con el tiempo lento del padre, y el tiempo lento del jardín oscuro (la oscuridad es importante al igual que el bosque del mausoleo real) que el hijo describe como “mágico”.  Kihyon se siente extranjero porque se “mueve” en un mundo paralelo al del padre. Bajo esta premisa, el padre y todo aquello que pertenece al tiempo lento o estático se vuelve incomprensible.
Algo significativo del párrafo anterior es la expresión de Kihyon: Me salió una voz un poco rara […], como si la naturaleza del hijo cambiara al entrar en contacto con el espacio de los tiempos lentos: hay una deformación de los fenómenos como la luz se refracta al atravesar un cuerpo más denso que el aire; en este caso, la deformación sería acústica. Quisiera ver en esto la manifestación objetiva (o la materialización) de un fenómeno que generalmente no podemos observar y que se da en esta relación indisoluble llamada: espacio-tiempo, donde el tiempo “lento” sería una densificación del tiempo, donde el sonido al atravesarlo,  se oiría deformado (raro). Aún sin saberlo, cuando entramos en relación con “el-lo otro” nuestra naturaleza cambia deformándose, haciéndonos “devenir”[4]  otros, sin por ello dejar de ser nosotros mismos: somos y no somos a la vez, “una filosofía que reúne la contradicción en un equilibrio divinizado”, diría Artaud (Los tarahumara, 93). La densificación del tiempo es un concepto que deja de lado los parámetros de longitud o duración del tiempo,  para dar paso a una cualidad de profundidad que se mide en términos intensivos.
Existe un secreto en la familia que los hijos deben conocer para iniciar una vida más armónica, pero no se encuentra el canal adecuado para sacarlo a la luz. El padre descubre la forma de ir preparando a Kihyon para que él mismo lo descubra. Cualquier cosa que el padre pudiera decirle existiendo la abismal diferencia en velocidades, sería totalmente inútil,  por lo que decide utilizar el propio movimiento de Kihyon para lograr su objetivo. Para ello le encarga de manera anónima que vigile los pasos de una tal Yunhi que resulta ser su propia madre. A Kihyon le parece extraña dicha solicitud, pero como se trata de su primer trabajo como investigador… no tiene el ánimo para rechazarlo. Además, el cliente ya ha realizado el primer pago. A través de esta investigación Kihyon irá descubriendo poco a poco el secreto guardado por largo tiempo, pero al mismo tiempo, sabrá las consecuencias que tuvieron sus actos cuando vendió la cámara fotográfica de Uhyon.  Kihyon, como todo adolescente, cree que sus actos sólo le competen a él y que no afectan a los demás. Pronto verá que está equivocado.
Veamos cómo está estructurada la estrategia usada por el padre en esta etapa de  encuentro con el hijo:
Kihyon ha abierto una agencia de investigaciones privadas, actividad que funciona en su misma banda de tiempo rápido. El padre solicita los servicios del hijo para que siga los pasos de su madre, logrando un acercamiento sutil dentro del propio  territorio de Kihyon sin que éste ponga resistencias. El peso de aquello que va descubriendo producirá una desaceleración en su dinamismo que facilitará su entrada a la banda de tiempo reflexivo.
Se descubren dos espacios de banda lenta que van a ser decisivos en el cambio experimentado por Kihyon y que van a determinar también un cambio favorable en toda la familia: el bosque del mausoleo real y la casa en la playa de Namcheon. Pero unidos a estos espacios hay fenómenos que los anticipan, como si tuvieran la capacidad de crear un vacío hacia el cual confluyera la vida real. Estos son los sueños. Ellos, al igual que la literatura fantástica: abarcan relatos cuyas leyes son distintas a las de nuestro mundo cotidiano o son puestas en tela de juicio […], son fenómenos que trascienden la realidad. Nos vamos a detener en los siguientes sueños porque son los que abren un especie de ventana hacia los mundos de velocidad lenta:
El primero, lo sueña Kihyon: “Aquella noche soñé que mi padre sufría una metamorfosis para convertirse en árbol. De su cuerpo salían raíces, ramas y hojas. Mi padre-árbol perforaba el espeso suelo para echar raíces en la profundidad” (110).
El siguiente es de Sunmi:
Tuve un sueño. […] Era un sueño muy raro. […] Había dos personas que se querían muchísimo, [y que por circunstancias nefastas tuvieron que separarse. Ambas murieron y fueron convertidas en semillas por el dios del mar y crecieron hasta convertirse en grandes árboles. Pero cada uno creció lejos del otro separados por el mar. Esto hacía imposible que se encontraran. Pero en mi sueño esto no sucedía]: “La parte final de mi sueño es misteriosa, maravillosa y extraña. Al llegar la noche […] los dos árboles se ponían en movimiento con gran agilidad. En sus raíces concentraban toda su sensibilidad y energía. Las raíces se extendían con enorme velocidad por el fondo del mar hasta juntarse y enlazarse en medio del océano. (173) 
¿Será que los sueños tienen la capacidad de adensar el tiempo de tal manera que lo que sucede en tiempo real se duplica o triplica en duración?  ¿Será que la imaginación trabaja durante el sueño diez veces más rápido que las palabras que la pudieran concretar? ¿El tiempo lento de los sueños tiene conexiones con fenómenos que se mueven en la misma banda de velocidad? Si es así, podríamos entender porqué estos sueños van desacelerando a Kihyon, metiéndolo en un estado más reflexivo y calmado. Desaceleración que lo irá metiendo en aquellas realidades paralelas o divergentes con las que está conectado sin saberlo. Los sueños como una vía, como un portal a otras dimensiones del ser. De estos sueños nos quedaremos sólo con algunos elementos porque la intensión no es interpretarlos, ni buscar su significado metafórico en la novela. Se tomarán aquellos puntos donde la narración se adensa succionando a Kihyon en el proceso, trasladándolo a otras dimensiones distintas de la vida cotidiana: espacios donde los sentimientos se ven tan claros como la realidad.
En ambos sueños los hombres o mujeres son árboles. Es decir, que su naturaleza se manifiesta clara y contundentemente como de tiempo lento o estático. No hay ninguna duda al respecto. El sueño del padre-árbol aparecerá después de que Kihyon es testigo del cariño y cuidado con que el padre limpia a Uhyon. Los síntomas comienzan a manifestarse en forma de un impulso que todavía pertenece a la banda de lo dinámico: “Un fuerte impulso se movía dentro de mí, pero no sabría decir en qué consistía” (74).  En lugar de ayudar al padre, sale de la habitación en un estado de ánimo que Lee nos describe maravillosamente como: “Una tristeza que ondeaba en mi corazón como el agua” (77). La tristeza pertenece a ese sentimiento callado que sólo se mide por su intensidad y que no se mueve, “ondea”. La imagen no puede ser mejor. Su ánimo es empático con el lugar al que se dirige: el bosque en el mausoleo real donde el hermano busca la paz que necesita: “Caminé por el sendero hasta el final. En la profunda oscuridad de un denso bosque inaccesible para la gente, vi el alibufero que, con sus ramas suaves y finas, abrazaba a un pino. Se me apareció el rostro de mi hermano sumergido en una intensa sombra en un rincón de mi interior” (76). Es como si viera por primera vez a su hermano en su ser, con sus necesidades y anhelos, independiente de sus propias proyecciones que obnubilaban su visión. En ese momento supo que tenía que buscar a Sunmi, pues era ella la única que podría ayudar a su hermano: “[…], una fuerza interior me ordenaba que fuera a buscarla. Esto no era fruto de un razonamiento, sino de un misterioso impulso, en el que yo cría como algo sobrenatural” (77). La certeza viene de una experiencia misteriosa pero contundente del que “ve” sin que ello sea producto de una deducción lógica racional. Ante lo evidente, no se puede uno negar.
El sueño que evoca la palmera de Namcheon nos lleva a ese espacio donde la madre de Kiyon vivió con su amante y tuvo a Uhyon.  Ella representa el amor eterno de dos jóvenes que por circunstancias de la vida no pudieron vivir juntos. Su gran altura es la metáfora de una relación que a pesar de ser imposible, se concretiza subterráneamente  a través de las raíces que cruzan el mar del espacio y el tiempo para realizarse. En este espacio se repite la historia de amor entre Sunmi y Uhyon, que a pesar del tiempo y las dificultades, sigue viva. Sunmi esperará en ese lugar sin tiempo con el fin de recuperar su amor. Y Uhyon tendrá que superar los obstáculos que la alejan de ella para lograr un nuevo encuentro. El sueño de Sunmi le confirma a Kihyon que va en el camino correcto.
                        Se podría esperar que una vez que sale a la luz la verdad sobre la madre y la paternidad de Uhyon los problemas familiares empezaran a resolverse, sin embargo, la cosa no es así: “Después de nuestro retorno de Namcheon, cada cual vivió en la casa como si no existieran los demás de la familia” (142). El esperado encuentro familiar no se da porque existen muchos elementos sin resolver, entre ellos, el papel del padre de Kihyon en todo este asunto y el reencuentro de Uhyon y Sunmi. Como este último se deja abierto, veremos el que sí se cierra referido al padre.
                        Kihyon es empujado al bosque del mausoleo real después del evento donde el padre limpia al hermano después de sufrir una crisis. En el silencio del bosque decide ir a buscar a Sunmi y preguntarle si sigue queriendo al hermano. Esta decisión “resuelve” uno de los obstáculos que impiden la reunión familiar. Pero otro más se resuelve en este mismo espacio: el reencuentro entre Kihyon y su padre. El evento que lo acelera es el intento de suicidio del hermano. Será a este lugar donde tanto Kihyon como su padre se dirijan pues saben que es ahí donde lo encontrarán. Sin embargo, cada uno lo ha hecho por su lado. Uhyon había escrito la palabra Fin en un escrito que recopilaba todas las historias que conocía de personajes que habían sido transformados en árboles. La última hablaba de él mismo y de Sunmi transformados en el alibufero y el pino en el mausoleo real: “El ardor de su gran pasión hizo que Uhyon y Sunmi se convirtieran en árboles” (192), decían las últimas líneas.  Kihyon, al leerlo, supo dónde se encontraba. 
Al llegar y ver el alambre de púas torcido supo que ahí estaba. El bosque estaba oscuro y no se veía nada. Kihyon llama a su hermano pero “el bosque se tragaba su voz” (193).  A pesar del miedo que lo paraliza, se interna en ese bosque que siente como: “[…] un enrome fresno” (196), como aquél que su hermano soñaba: “Sueño con tocar ese gigantesco fresno que no sólo sostiene el cielo, sino también el tiempo” (36) Uhyon nos decía. Kihyon recuerda la sensación que tuvo al ver por primera vez ese bosque: “Me sentí ligeramente mareado al notar la fuerza sobrenatural del bosque, capaz de hechizar” (41). Y será en este espacio “sobrenatural”, donde por fin se encuentre con su padre:
Mi padre estaba sentado sobre el grueso tronco de un árbol. Mi hermano estaba echado con la cabeza apoyada sobre las rodillas de mi padre. Mi padre acariciaba los cabellos de mi hermano. Reinaban el silencio y la tensión en aquel cuadro que parecía la escena congelada de una película. Como si fuera un espacio vacío empapado de un extraño silencio […]. Una línea invisible parecía separarme de la escena. No me atrevía a afrontar ese otro mundo, por lo que me paré donde estaba.
Mi padre murmuraba algo mientras acariciaba los cabellos de mi hermano. […] No me era nada extraña esa escena. Me recordaba a mi padre acariciando las hojas de las plantas del jardín. […]. Y así como en el jardín había tenido que esperar a que mi padre terminara de hablar con las plantas, ahora, en ese bosque, tenía también que esperar a que mi padre terminara de hablar con mi hermano. A medida que me acostumbré a la falta de luz, los objetos de la oscuridad empezaban a recobrar tibiamente sus formas. […]. Los árboles parecían protegerlos y, también, al mismo tiempo, encerrarlos. (El subrayado es mío, 196)
En el párrafo anterior se da todo el movimiento de desaceleración necesario para el entendimiento entre padre e hijo. El padre y el hermano están compartiendo un espacio lento que es el bosque en el mausoleo real. Los árboles los protegen y los encierran en ese mundo particular que es el espacio sin tiempo del amor donde el silencio se levanta como una vela. Silencio apenas interrumpido por los murmullos del padre que le hablan a ese hermano adolorido que descansa en su regazo. Kihyon ha llegado al fin a su objetivo, ya sólo una línea invisible lo separa de su padre. Lo que reconoce como el otro mundo, no es sino ese espacio lento donde se dan los encuentros verdaderos. Y esta vez Kihyon sí espera, se adecua al tiempo lento del padre. En esa espera, Kihyon comienza a vislumbrar formas a pesar de que hay poca luz: es el comienzo de un conocimiento que sólo se revela a quien está preparado para verlo, y “una comprensión más allá de las palabras” (202). El padre espera también un tiempo mientras consuela a Uhyon antes de dirigirse al hijo. Rompe el silencio invitando a Kihyon a traspasar esa línea invisible que los separaba: “Me ha dicho que quería ser un árbol” (197). Y en esta frase se conectan padre e hijo: Uhyon fue a morir al bosque para transformarse en árbol. Kihyon lo sabía porque leyó sus escritos. El padre lo sabía porque se lo dijo. Sin embargo, el padre no deja que muera el hijo, lo rescata al decirle que “el que sueña con ser árbol es el que posee el alma del árbol, y el que posee su alma, ya es un árbol” (198). El bosque del mausoleo real y los sueños están hechos de la misma naturaleza, por eso pueden compartir sus anhelos.
            “Por fin tuve la satisfacción de ser admitido en el ámbito creado por mi padre y mi hermano” (197), nos dice Kihyon, y con esta afirmación todas las barreras han quedado salvadas. El miedo ha desaparecido y Kihyon comienza a “ver” porque “quien permanece mucho tiempo por la noche en el bosque, la oscuridad se aclara y emite luz propia ahuyentando el temor” (199). El mundo mágico del espacio lento, de los árboles, del bosque, se le revela a Kihyon en todo su esplendor.  El padre le confiesa el amor que siempre le ha tenido a su madre a pesar de que ella nunca dejó de querer a otro; de cómo la cuidó y la ayudó cuando supo que se había quedado embarazada; de cómo recibió y cuidó a Uhyon como si fuera su propio hijo, y de cómo se casó con ella para protegerla y amarla para siempre. De cómo se “sentía lo suficientemente feliz con tal de poder quererla” (200). Esta revelación impactó profundamente a Kihyon pues siempre había visto a su padre con lástima pues sentía que no era feliz con su madre. Ahora sabía que su padre: “[…] era tan grande y tan alto como la enorme palmera en Namcheon que abrazaba el mar entero” (203). Y por primera vez lo llamó ¡Padre! de manera afectuosa.
            El milagro del encuentro entre Kihyon y su padre que se manifiesta en los gestos que lo acompañan en este conmovedor párrafo que resume la dimensión fantástica de los sentimientos:
Mi padre levantó un brazo y lo puso sobre mi cabeza. Era como si una rama con muchas hojas me tocara. Como si esperara esta caricia, me recosté en su pecho. La mano de mi padre acariciaba mis cabellos. En realidad, hacía mucho tiempo que esperaba aquella mano suya. Mi corazón latía fuerte de emoción. Con la cara hundida en el pecho de mi padre, no sólo oía el latido de mi corazón, sino el de él y también el de mi hermano. La oscuridad del bosque ya no me daba miedo. Me resultaba familiar el bosque y la noche era acogedora. Pensé que ya había visto el enorme fresno que, desde tiempo inmemorial, sostenía el cielo y el tiempo. También pensé que el gigantesco fresno que mi hermano tanto deseaba contemplar no estaría plantado en el bosque, sino en el corazón humano. Pensé, así mismo, que no es que descubriéramos ese árbol en el fondo del bosque, sino que nosotros mismos nos convertiríamos en un fresno. Poco a poco el latido de mi corazón fuer recuperando la calma. (El subrayado es mío, 203)
Este encuentro es en realidad un reencuentro pues el amor estaba ahí aunque no se viera, pero era necesario pasar por este proceso oscuro y doloroso para que al fin se revelara. Los sueños se convierten en la novela en un puente entre el mundo cotidiano y el mundo de los sentimientos, señalando el camino que las raíces siguen en lo profundo del espíritu humano. Y son esos árboles, tan recurrentes en los sueños, los que facilitan el encuentro entre los distintos personajes. La transformación espiritual necesaria para percibir esas relaciones debe pasar por un ingreso a la dimensión de los tiempos lentos o estáticos representados en el signo del árbol. Los espacios del tiempo lento tienen otra dinámica que los procesos humanos cotidianos; su ámbito no puede percibirse con los sentidos ordinarios: ojos, oídos, se necesita el corazón para captarlo.
            Podemos concluir entonces, que algunos eventos de orden espiritual como el amor, acontecen en un espacio-tiempo arbóreo, donde toda coordenada pierde su sentido. El tiempo deja de medirse por su duración para medirse por su intensidad, y la densidad de los fenómenos emocionales que lo determinan, juegan un papel determinante en las relaciones de los personajes.
           









BIBLIOGRAFÍA.
Artaud, Antonin. Los Tarahumara, 1985. Barcelona, España: Tusquets Editores, S.A., 1979. Trad. Carlos Manzano.
Deleuze, Gilles y Félix Guattari. Mil mesetas (Capitalismo y esquizofrenia). Valencia, España: Pre-Textos, 1988.
Donoso, José. El obsceno pájaro de la noche. Chile: Aguilar Chilena Editores, 1997.
Espejo Beatriz. Poema de amor y de odio.
Lee, Seung-U. La vida secreta de las plantas. México, D.F.: Solar, Servicios Editoriales, 2009. Trad. Kab Dong Cho y Bernardino M. Hernando.
Paz, Octavio. Árbol adentro.  1987. México: Editorial Seix-Barral,1991.
Saint-Exupéry, Antoine. El Principito. 1975. México, D.F.: Editorial Porrúa, 2009.   Trad. María de los Ángeles Porrúa.






[1] Lee Seung-U, La vida secreta de las plantas. Trad. Kab Dong Cho, Bernardino M. Hernando. México, D.F. 2009: Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V. A continuación, todas las citas del mismo aparecen señaladas en el texto con el número de página entre paréntesis.
 
[2] Los fenómenos anómicos son fenómenos de borde, ocupan una posición en la frontera de los campos y las relaciones entre ellos son de alianza, no de poder. “Los fenómenos ‘anómicos’ no son degradaciones del orden mítico, sino dinamismos irreductibles que trazan líneas de fuga, e implican otras formas de expresión que las del mito, incluso si éste las repite por su cuenta para detenerlas”. (Duvignaud en Deleuze y Guattari, Mil mesetas 244). El cuento es una forma de expresión que maneja este fenómeno. Anomal: de “an-omalía”, sustantivo griego que designa lo desigual, lo rugoso, la asperidad, el máximo de desterritorialización y sirve para situar las distintas posiciones de un individuo excepcional en una manada. (Mil, 249)
[3] Del latín: humus ‘tierra’, ‘suelo’: ‘tener los pies sobre la tierra’, ‘ser humilde’.
[4] El devenir otro es una línea de desterritorialización, o una línea de fuga. Implican transformaciones que no corresponden a metamorfosis en sentido literal, ni responden a una sintomatología patológica. Al devenir otro en realidad estamos aprehendiendo instantáneamente los múltiples que nos pertenecen aunque no estemos conscientes de ellos. Kihyon, al entrar en contacto con el espacio mágico que rodea a su padre, se desterritorializa momentáneamente de su propio territorio, es decir, de su ser en movimiento (es un territorio o banda de velocidad), para desacelerar su impulso. Sin embargo, no es suficiente para entrar en sintonía con su padre. (Deleuze y Guattari, Mil mesetas)

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